Alan
Arenas
“El
arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin hombre, pero quizá tampoco
hombre sin arte. Pero con éste, el mundo, se hace más inteligible, más
accesible y más familiar”. De esta manera, René Huyghe en su libro El arte y el hombre expresa la relación
inherente entre el arte y el ser humano. Pero también existe otra relación
inseparable con el arte, y que al igual que con el hombre, casi nacen a la par,
y esta relación es con la censura.
Suena lógico este binomio puesto que las
manifestaciones humanas, sobre todo las artísticas, son un medio para dar a
conocer ideologías y con fines reaccionarios a los cánones sociales por lo cual
no siempre son aceptados y, en muchos de los casos, mal interpretados por la élite cultural que designa lo que es y lo que no es cultura desde su palco de honor.
La literatura no está exenta de esta
censura, ya que el libro, por antonomasia, es receptor y almacén del
conocimiento universal. Es el guardián de la identidad de un pueblo. Durante
las guerras y en distintas dictaduras los libros han sido destruidos como
símbolo de eliminación a la memoria del pueblo. Bajo esta isotopía Ray Bradbury
crea su obra Fahrenheit 451 publicada
en 1953.
Entre algunos de los libros censurados
se puede mencionar el libro de George Orwell Rebelión en la granja, este libro ha sido prohibido en numerosos
países alrededor del mundo por su fuerte crítica a las élites del poder. Otro
libro censurado por algún tiempo fue ¿Dónde
está Wally?, obra de Martin Handford; este inofensivo libro fue censurado
por la sociedad retrograda de Estados Unidos debido a que contenía imágenes de
mujeres con los pechos descubiertos.
Y quién no se acuerda la censura a la obra de Carlos Fuentes, Aura, que realizara el entonces secretario
del Trabajo Carlos Abascal, esto
durante la gestión de Vicente Fox. El funcionario se quejó amargamente, consideró a Aura como “un texto inapropiado” después de que su hija leyera el
libro que le dejaron en una escuela privada, ya que para el “amplio criterio”
de Abascal, la obra narraba escenas sexuales no aptas para una menor como su
hija, quien cursaba en ese momento el tercer año de secundaria.
Sería
fácil pensar que en pleno siglo XXI, con el boom
de la tecnología y la información a la mano de todas las personas, la censura
pasaría a ser arcaica y retrograda, y más si se trata de arte; pero no es así.
Al contrario, se enfatiza más, pues por desgracia a mayor información poca
comunicación y, últimamente, descontextualización. Esto se pudo constatar en
las últimas fechas en redes sociales, donde se criticó abrasivamente el cuento
de Lucy y el monstruo del autor
Ricardo Bernal, el cual es parte del libro de lectura de quinto año de primaria
publicado por la SEP. Este cuento es una muestra de un texto de terror en una
estructura epistolar, fue calificado como “impropio; cruel,” hubo quien lo calcó
como “un cuento que incita al abuso infantil”.
Es
importante señalar que este cuento fue publicado desde el 2014 en los libros de
la SEP, pero existe desde 1990, 28 años después alguien lo publicó en redes,
fuera del contexto pedagógico, y fue duramente criticado. Fue tan dura la
crítica que el autor tuvo que justificar la existencia del texto, cosa que
hasta la fecha no había sucedido.
Por
ello la censura en la literatura actualmente, no sólo depende de las elites
culturales, o de los regímenes que se establecen; depende también de la
interpretación que los lectores hagan. Por desgracia, hoy por hoy se tienen las
herramientas necesarias, y sobre todo las digitales, para pulverizar un texto o
en definitiva al autor.
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