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domingo, 7 de octubre de 2018

Cartulario. Muestra de letras zapotlenses, de Fernando G. Castolo*







Ada Aurora Sánchez

Desde hace varias décadas, el arquitecto Fernando G. Castolo ha venido realizando una paciente y por demás apasionada labor en torno a la historia, la crónica y la cultura en general de Zapotlán el Grande, Jalisco. De hecho, podríamos decir que su conocimiento y empeño a favor de la historia regional no es solo a propósito de su ciudad natal, sino de una zona más amplia que cubre el occidente del país.



En su vasto campo de intereses, Castolo no ha dejado fuera a la literatura, ya sea como crónica paisajista, expresión poética, o relato ficcional, producto de la imaginación creadora. Desde cualesquiera de los géneros principales de la literatura, Castolo ha llevado a cabo trabajos de investigación y, en más de un caso, de rescate y edición de textos.

Cartulario. Muestra de letras zapotlenses (Puertabierta editores, 2018), es, en esencia, un homenaje que Fernando Castolo realiza a la literatura escrita por zapotlenses o por autores que, de una manera u otra, evocan o dibujan el espacio, el ambiente, de esta ciudad del sur de Jalisco.

Nativos o avecindados, o simplemente viajeros que en su tránsito por Ciudad Guzmán se sintieron “tocados” por este lugar, son considerados por Castolo para ser parte, como él indica en su Proemio, de “un interesante mosaico que permite visualizar la capacidad luminosa que se sigue manifestando en torno a esta <<cuna de grandes artistas>>” (p. 5).

Una de las acepciones de la palabra cartulario remite al libro donde, antiguamente, las iglesias, los monasterios o las comunidades copiaban las escrituras de sus propiedades con el fin de alentar su conservación. Así, podemos señalar que el cartulario que presenta el arquitecto Castolo es un libro que intenta preservar, como testimonio de las pertenencias más preciadas de Zapotlán el Grande, los poemas, cuentos, ensayos, crónicas, canciones y libretos teatrales de diversos autores y autoras a lo largo del tiempo (del siglo XVIII al XXI).

Aunque la palabra cartulario quizás no nos resulte poética en principio, es adecuada para subrayar la importancia que se otorga, como pertenencia, como valor identitario, a la producción literaria de o sobre un pueblo determinado. Desde esta perspectiva, el cartulario literario que se reseña atesora una buena parte del acervo lingüístico, imaginativo y artístico de Zapotlán el Grande.

Los y las lectoras de este extenso libro (520 páginas) encuentran, referidos por orden alfabético, a ciento ochenta y seis escritores, y a un igual número de textos. La recopilación del arquitecto Castolo se basa en libros, archivos periodísticos y, presuponemos, en el acceso a acervos personales de familiares de autores ya desparecidos cuyos textos, no obstante su valía, es difícil de localizar en fuentes impresas.

El autor más antiguo que se incluye es Bernardino Antonio de Lepe y Rivera, quien —de acuerdo con la ficha biográfica que proporciona el investigador y compilador de esta obra nació en San Francisco de Almoyan, Colima, el 20 de mayo de 1725 y murió el 3 de noviembre de 1790, en Zapotlán el Grande. La autora más joven, en tanto, es Beatriz Arreola del Río, quien nació el 25 de junio de 1997. El primero de los escritores citados, vicario de la parroquia de Zapotlán en el siglo XVIII, es autor de “Endecasílabo”, un poema en que se describe, en español antiguo, a Zapotlán y sus alrededores, y de forma particular, los estragos que ocasionó el Volcán de fuego: “Lloró Colima su inminente estrago,/ lamentó Zapotlán su cruda pena,/ y temieron el golpe del amago/ quantos Poblados á su falda besan” (p. 234). Beatriz Arreola, por su parte, es aún estudiante de la carrera de Medicina en el CUSur, y es a quien se debe el poema de corte amoroso “Sólo mi amigo”, en que la voz lírica encarna el sentir de una pasión no correspondida.

Los temas que recoge Cartulario son variados, como las generaciones y estilos que contempla. Pese a todo, hay tópicos constantes transgeneracionales, que es importante resaltar. En este sentido, por ejemplo, sobresale que gran parte de los y las autoras sucumbe ante el paisaje campirano de Zapotlán. A su memoria (la de los autores) llega el verde de los campos, el tañido de las campanas de la catedral, la evocación de festividades religiosas y el rumor de la gente que va y viene. Con persistencia, saltan imágenes luminosas, como la del alba que se descorre sobre el pueblo:

¡Cómo amanece en Zapotlán el Grande! Guiña el sol desde la cumbre del <<cerro del pastor>> e ilumina a la ciudad con reflejos de oro. Sobre la cúpula del templo de San José desgrana su luminaria de vida y en el caserío se alegra el día. Cantan los gallos, muge el ganado, rezan las campanas y cual siluetas grises, caminan las gentes a misa primera, escondiéndose en la neblina de diciembre o en el sol que se asoma en primavera. (Salvador Aguilar Dosal, prosa “¡Bonita mi tierra!”, p. 13).

En esta misma línea, con respecto a subrayar elementos paisajísticos e identitarios del lugar que se habita, encontramos “Oda a Zapotlán con canto a Clemente Orozco”, de Juan José Arreola, un poema con el que su autor ganó el Primer lugar en los Juegos Florales de Zapotlán en 1951. Una estrofa de este poema dice:
Tierra donde hay una laguna soñada
que se disipa en la aurora.
Una laguna infantil
como un recuerdo que aparece y se pierde
llevándose sus juncos y sus verdes riberas.
Blanco espejo del cielo,
Lo atraviesan las nubes,
Y la garza viajera
sueña su blanco sueño
sobre el cristal del agua.
                                          (p. 53)
Como señalaba líneas atrás, un motivo poético persistente en los y las escritoras, es el que concierne a elementos religiosos, ya sea el culto a San José santo patrono del pueblo—, las fiestas parroquiales, el Seminario, o la devoción a Dios. Este espíritu religioso, que se manifiesta de forma particular entre los autores del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, se traduce en títulos como “Soneto a Señor San José de Zapotlán”, de Refugio Barragán de Toscano, “Miércoles de ceniza”, de Franco Beas, o “Composición al Seminario en su centenario”, de J. Félix Limón.

En Zapotlán, como en otras entidades de la República, una porción significativa de su poesía, en el siglo XIX, es de ocasión, es decir, escrita para momentos u ocasiones específicas: días de celebración patria, festividades, onomásticos, conmemoraciones, etcétera. Conforme avanza el tiempo y los horizontes creativos, tanto en lo temático como en lo formal, se amplían, vamos reconociendo las voces de escritores/as que se adentran en tópicos filosóficos, en el relato de corte fantástico, en la reinterpretación de los mitos e, incluso, de las escrituras bíblicas. Los escritores más jóvenes, los nacidos en los ochenta del siglo pasado, gozan del poder de la ironía, de la maleabilidad del lenguaje y, sobre todo, de una visión menos optimista o elogiosa con respecto a Zapotlán. Prueba de esto último es el relato “Zapotlán no se acaba nunca”, de Miltón Iván Peralta Patiño, un texto en que se apunta que la época dorada, de grandes personajes de la cultura, ya pasó para su ciudad.

En Cartulario se compendian ciento treinta y nueve hombres y cuarenta y siete mujeres. Los géneros que predominan entre estos son la poesía y el relato. De autores aficionados a profesionales, de autodidactas a doctores/as en letras, Cartulario ofrece un arcoíris de estilos literarios que se han forjado a partir de los íntimos y personales bagajes culturales de cada autor/a, pero también como bien señala Castolo gracias a múltiples circunstancias históricas que se vinculan a la emergencia de instituciones, grupos, talleres o editoriales, que han permitido la profesionalización de la escritura y el impulso de la cultura en Zapotlán.

Un plus de Cartulario es que incluye poemas de personajes célebres como Pedro Garfias, Pablo Neruda y Carlos Pellicer dedicados a Zapotlán. De Pellicer, en específico, no hay que perderse “Los sonetos de Zapotlán”, lúcidos y transparentes en su belleza.

Este Cartulario que presentamos recoge, como decíamos, canciones de compositores famosos, por ejemplo, de Rubén Fuentes o Rodolfo Lozada, pero no, curiosamente, de Consuelito Velázquez, que es otra zapotlense ilustre.

En medio de la espontaneidad de muchas plumas que, quizás, no escribieron tanto, en Cartulario hay otras que, a fuerza de persistencia, de una amplia cultura, destacan por la elegancia del lenguaje y por su fuerza expresiva. Imposible no nombrar a Guillermo Jiménez, Alfredo Velasco Cisneros, Juan José Arreola, María Cristina Pérez Vizcaíno, Vicente Preciado Zacarías, Alfredo Cortés, Víctor Manuel Pazarín, Ricardo Sigala, Cristina Preciado Núñez, Marcos Hiram  Ruvalcaba, entre otros.

            El viaje que ofrece Cartulario es, sin duda, interesante, vital, animoso, pues en el fondo de cada escritura, con sus matices y diversidades, late el deseo ferviente de comunicar una visión del mundo. Asomarnos a Cartulario nos permite comprobar que, efectivamente, estamos ante un acervo lingüístico, creativo, que vale la pena preservar y compartir con las nuevas generaciones porque, además de ser memoria, geografía del corazón, es prueba tangible del afán de un grupo de hombres y mujeres por trascender en el tiempo.


Referencia
G. Castolo, Fernando (Investigación, selección, redacción y transcripción). (2018). Cartulario. Muestra de letras zapotlenses. Colima: Puertabierta Editores.


*Texto leído en el marco de la presentación de Cartulario. Muestra de letras zapotlenses, con investigación, selección, redacción y transcripción de Fernando G. Castolo. El evento se llevó a cabo el día 28 de septiembre de 2018, en el Archivo Histórico del Municipio de Colima, con la presencia del autor y los comentarios de quien esto escribe.

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