Ada Aurora Sánchez
Desde hace varias décadas, el arquitecto Fernando G. Castolo ha
venido realizando una paciente y por demás apasionada labor en torno a la historia,
la crónica y la cultura en general de Zapotlán el Grande, Jalisco. De hecho,
podríamos decir que su conocimiento y empeño a favor de la historia regional no
es solo a propósito de su ciudad natal, sino de una zona más amplia que cubre el
occidente del país.
En su vasto campo de intereses,
Castolo no ha dejado fuera a la literatura, ya sea como crónica paisajista,
expresión poética, o relato ficcional, producto de la imaginación creadora.
Desde cualesquiera de los géneros principales de la literatura, Castolo ha
llevado a cabo trabajos de investigación y, en más de un caso, de rescate y
edición de textos.
Cartulario. Muestra de letras zapotlenses (Puertabierta
editores, 2018), es, en esencia, un homenaje que Fernando Castolo realiza a la
literatura escrita por zapotlenses o por autores que, de una manera u otra,
evocan o dibujan el espacio, el ambiente, de esta ciudad del sur de Jalisco.
Nativos o avecindados, o
simplemente viajeros que en su tránsito por Ciudad Guzmán se sintieron
“tocados” por este lugar, son considerados por Castolo para ser parte, como él
indica en su Proemio, de “un interesante mosaico que permite visualizar la
capacidad luminosa que se sigue manifestando en torno a esta <<cuna de
grandes artistas>>” (p. 5).
Una de las acepciones de la palabra
cartulario
remite al libro donde, antiguamente, las iglesias, los monasterios o las
comunidades copiaban las escrituras de sus propiedades con el fin de alentar su
conservación. Así, podemos señalar que el cartulario
que presenta el arquitecto Castolo es un libro que intenta preservar, como
testimonio de las pertenencias más preciadas de Zapotlán el Grande, los poemas,
cuentos, ensayos, crónicas, canciones y libretos teatrales de diversos autores
y autoras a lo largo del tiempo (del siglo XVIII al XXI).
Aunque la palabra cartulario quizás no nos resulte poética en
principio, es adecuada para subrayar la importancia que se otorga, como
pertenencia, como valor identitario, a la producción literaria de o sobre un
pueblo determinado. Desde esta perspectiva, el cartulario
literario que se reseña atesora una buena parte del acervo lingüístico,
imaginativo y artístico de Zapotlán el Grande.
Los y las lectoras de este
extenso libro (520 páginas) encuentran, referidos por orden alfabético, a
ciento ochenta y seis escritores, y a un igual número de textos. La
recopilación del arquitecto Castolo se basa en libros, archivos periodísticos
y, presuponemos, en el acceso a acervos personales de familiares de autores ya
desparecidos cuyos textos, no obstante su valía, es difícil de localizar en
fuentes impresas.
El autor más antiguo que se
incluye es Bernardino Antonio de Lepe y Rivera, quien —de acuerdo con la ficha
biográfica que proporciona el investigador y compilador de esta obra— nació en San Francisco de Almoyan, Colima, el 20 de
mayo de 1725 y murió el 3 de noviembre de 1790, en Zapotlán el Grande. La
autora más joven, en tanto, es Beatriz Arreola del Río, quien nació el 25 de
junio de 1997. El primero de los escritores citados, vicario de la parroquia de
Zapotlán en el siglo XVIII, es autor de “Endecasílabo”, un poema en que se
describe, en español antiguo, a Zapotlán y sus alrededores, y de forma
particular, los estragos que ocasionó el Volcán de fuego: “Lloró Colima su
inminente estrago,/ lamentó Zapotlán su cruda pena,/ y temieron el golpe del
amago/ quantos Poblados á su falda besan” (p. 234). Beatriz Arreola, por su
parte, es aún estudiante de la carrera de Medicina en el CUSur, y es a quien se
debe el poema de corte amoroso “Sólo mi amigo”, en que la voz lírica encarna el
sentir de una pasión no correspondida.
Los temas que recoge Cartulario son variados, como las
generaciones y estilos que contempla. Pese a todo, hay tópicos constantes
transgeneracionales, que es importante resaltar. En este sentido, por ejemplo,
sobresale que gran parte de los y las autoras sucumbe ante el paisaje campirano
de Zapotlán. A su memoria (la de los autores) llega el verde de los campos, el
tañido de las campanas
de la catedral, la evocación de festividades religiosas y el rumor de la
gente que va y viene. Con persistencia, saltan imágenes luminosas, como la del
alba que se descorre sobre el pueblo:
¡Cómo amanece en Zapotlán el Grande! Guiña el sol desde la cumbre
del <<cerro del pastor>> e ilumina a la ciudad con reflejos de oro.
Sobre la cúpula del templo de San José desgrana su luminaria de vida y en el
caserío se alegra el día. Cantan los gallos, muge el ganado, rezan las campanas
y cual siluetas grises, caminan las gentes a misa primera, escondiéndose en la
neblina de diciembre o en el sol que se asoma en primavera. (Salvador Aguilar
Dosal, prosa “¡Bonita mi tierra!”, p. 13).
En esta misma línea, con respecto a subrayar elementos
paisajísticos e identitarios del lugar que se habita, encontramos “Oda a
Zapotlán con canto a Clemente Orozco”, de Juan José Arreola, un poema con el
que su autor ganó el Primer lugar en los Juegos Florales de Zapotlán en 1951.
Una estrofa de este poema dice:
Tierra donde hay una laguna soñada
que se disipa en la aurora.
Una laguna infantil
como un recuerdo que aparece y se pierde
llevándose sus juncos y sus verdes riberas.
Blanco espejo del cielo,
Lo atraviesan las nubes,
Y la garza viajera
sueña su blanco sueño
sobre el cristal del agua.
(p.
53)
Como señalaba líneas atrás, un motivo poético persistente
en los y las escritoras, es el que concierne a elementos religiosos, ya sea el
culto a San José
—santo patrono del pueblo—, las fiestas parroquiales,
el Seminario, o la devoción a Dios. Este espíritu religioso, que se
manifiesta de forma particular entre los autores del siglo XIX y primeras
décadas del siglo XX, se traduce en títulos como “Soneto a Señor San José de
Zapotlán”, de Refugio Barragán de Toscano, “Miércoles de ceniza”, de Franco
Beas, o “Composición al Seminario en su centenario”, de J. Félix Limón.
En Zapotlán, como en otras
entidades de la República,
una porción significativa de su poesía, en el siglo XIX, es de ocasión,
es decir, escrita para momentos u ocasiones específicas: días de celebración
patria, festividades, onomásticos, conmemoraciones, etcétera. Conforme avanza
el tiempo y los horizontes creativos, tanto en lo temático como en lo formal,
se amplían, vamos reconociendo las voces de escritores/as que se adentran en
tópicos filosóficos, en el relato de corte fantástico, en la reinterpretación
de los mitos e, incluso, de las escrituras bíblicas. Los escritores más
jóvenes, los nacidos en los ochenta del siglo pasado, gozan del poder de la
ironía, de la maleabilidad del lenguaje y, sobre todo, de una visión menos
optimista o elogiosa con respecto a Zapotlán. Prueba de esto último es el
relato “Zapotlán no se acaba nunca”, de Miltón Iván Peralta Patiño, un texto en
que se apunta que la época dorada, de grandes personajes de la cultura, ya pasó
para su ciudad.
En Cartulario se compendian ciento treinta y nueve hombres y cuarenta
y siete mujeres. Los géneros que predominan entre estos son la poesía y el
relato. De autores aficionados a profesionales, de
autodidactas a doctores/as en letras, Cartulario
ofrece un arcoíris de estilos literarios que se han forjado a partir de los
íntimos y personales bagajes culturales de cada autor/a, pero también —como bien señala Castolo— gracias a múltiples
circunstancias históricas que se vinculan a la emergencia de instituciones,
grupos, talleres o editoriales, que han permitido la profesionalización de la
escritura y el impulso de la cultura en Zapotlán.
Un plus de Cartulario es que incluye poemas de personajes célebres como Pedro
Garfias, Pablo Neruda y Carlos Pellicer dedicados a Zapotlán. De Pellicer, en
específico, no hay que perderse “Los sonetos de Zapotlán”, lúcidos y
transparentes en su belleza.
Este Cartulario que presentamos recoge, como decíamos, canciones de
compositores famosos, por ejemplo, de Rubén Fuentes o Rodolfo Lozada, pero no,
curiosamente, de Consuelito Velázquez, que es otra zapotlense ilustre.
En medio de la espontaneidad de
muchas plumas que, quizás, no escribieron tanto, en Cartulario hay otras que, a fuerza de persistencia, de una amplia
cultura, destacan por la elegancia del lenguaje y por su fuerza expresiva.
Imposible no nombrar a Guillermo Jiménez, Alfredo Velasco Cisneros, Juan José
Arreola, María Cristina Pérez Vizcaíno, Vicente Preciado Zacarías, Alfredo
Cortés, Víctor Manuel Pazarín, Ricardo Sigala, Cristina Preciado Núñez, Marcos Hiram
Ruvalcaba, entre otros.
El viaje
que ofrece Cartulario es, sin duda, interesante,
vital, animoso, pues en el fondo de cada escritura, con sus matices y
diversidades, late el deseo ferviente de comunicar una visión del mundo.
Asomarnos a Cartulario nos permite
comprobar que, efectivamente, estamos ante un acervo lingüístico, creativo, que
vale la pena preservar y compartir con las nuevas generaciones porque, además
de ser memoria, geografía del corazón, es prueba tangible del afán de un grupo
de hombres y mujeres por trascender en el tiempo.
Referencia
G. Castolo, Fernando (Investigación, selección, redacción y
transcripción). (2018). Cartulario.
Muestra de letras zapotlenses. Colima: Puertabierta Editores.
*Texto leído en el marco de la
presentación de Cartulario. Muestra de
letras zapotlenses, con investigación, selección, redacción y transcripción
de Fernando G. Castolo. El evento se llevó a cabo el día 28 de septiembre de
2018, en el Archivo Histórico del Municipio de Colima, con la presencia del
autor y los comentarios de quien esto escribe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario