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lunes, 27 de agosto de 2018

La aventura de la conciencia



 





La imaginación es el deseo en acción. Deseamos las formas que imaginamos pero esas imágenes adoptan la forma que nuestro deseo les ha impuesto…
Octavio Paz




Herederos de la corriente humanista iniciada en Europa en el siglo XVI —y extendida a casi todo el mundo a lo largo de dos siglos—, las obras de Charles Darwin y de Sigmund Freud parecen ampliar su registro hasta nuestro días, pero la afirmación es, de algún modo, ilusoria, pues el humanismo a lo largo del siglo XX —a pesar de claras manifestaciones de continuidad—, ha venido atravesando por graves crisis, algunos filósofos y pensadores han visto ya su definitiva muerte...

Actualmente podemos observar que los principios postulados por el humanismo en la Edad Media distan mucho de ser una realidad, y ya ni siquiera las actualizaciones realizadas por algunas lumbreras espirituales, a lo largo del siglo pasado, resultan una iniciativa para creer que el mundo siga pensando en el postulado que “exaltó las cualidades humanas”, y por las cuales se comenzó “a dar sentido racional a la vida”. La corriente humanista orientó el “énfasis en la responsabilidad del propio hombre para darle sentido a su vida, sin recurrir a la existencia de un mundo trascendental o un dios”, y como consecuencia, colocó al hombre “como centro y medida de todas las cosas”, como puede leerse en los libros que destacan sus cometidos y su historia.

Es claro, pues, que el humanismo en toda la tierra vive, desde hace décadas, su decadencia; sin embargo, las obras de algunos personajes que hicieron sus aportaciones más válidas, como son en este caso las de Freud y Darwin, nos hacen pensar que todavía hay faros de ese humanismo que alumbran aún el entendimiento.

Hoy las sociedades no consideran fundamental creer en el hombre, en la persona humana, pues las divisas del entendimiento no están sustentadas en alguna filosofía definida y, tampoco, por alguna corriente de pensamiento: hay tantos pensamientos como corrientes filosóficas, pero la mayoría basadas en el comercialismo, en la vida vuelta consumo y cada quien, en un relativismo rotundo, solamente adquieren lo que la moda dicta, y hoy en día, el hedonismo más radical es el dictador de los seres humanos.


UN VIAJE HACIA LA INTENSA ESPECULACIÓN


La obra de Charles Darwin (1809-1882), aunque se ha centrado en su libro El origen de las especies (1859), es vasta y aporta con sus observaciones avances significativos en materias como la Geología y la Biología; ofrece, en todo caso, enormes colaboraciones al naturalismo, válidas, muchas de ellas, en la ciencia actual.

Sin embargo, a lo largo del vertiginoso y controvertido siglo XX, sus postulados lograron una tajante división entre algunos grupos, sobre todo religiosos, en particular con los de la Iglesia Católica, la cual se apoya para su crítica a las indagaciones darwinistas en el Creacionismo (“el conjunto de creencias según la cual la Tierra y cada ser vivo que existe actualmente proviene de un acto de creación por uno o varios seres divinos, cuyo acto de creación fue llevado a cabo de acuerdo con un propósito divino”).

La discusión que ha logrado un trabajo de especulación sobrevive hasta nuestros días y mantiene una vigencia tal que antes de revocarlo en la conciencia de la sociedad, otorga vigencia a las teorías propuestas por el inglés.

De algún modo se puede leer, en la controversia, que las repercusiones éticas, morales y políticas provocaron que nuestra visión de la religión Católica sea una antes de Charles Darwin y otra después, logrando ciertamente hacer más rico el mundo y, en el acto, otorgar un lugar al naturalista dentro de la filosofía, cuyos propósitos en ese sentido, estamos seguros, nunca fueron previstos por el viajero.


"Darwin y Freud comparten la creencia —casi cristiana— en el hombre. Mal leídos, mitificados y hasta vilipendiados, estos pensadores han trascendido el tiempo por lo revolucionario de sus teorías. Al final, la evolución de las especies y el psicoanálisis tienen en común la redefinición de un humanismo que en su época ya parecía debilitado, y que se convertiría en una premonición de las catástrofes por venir".


Nos resulta extraordinario hoy, todavía, que algunas postulaciones de un viajero estudioso de la naturaleza hayan provocado tanto revuelo en el pensamiento contemporáneo, quien reveló en alguna parte de sus obras, como fondo de sus teorías, “que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado selección natural”, que fue aceptado por la comunidad científica y por un gran sector del público.

Aunque una buena parte de su trabajo intelectual fue aceptado algún tiempo después de su muerte, en nuestro país nos ha sido trasmitido quizás a partir de finales de los años 60 a través de los libros de textos de la escuela primaria, como comienzo de nuestro despertar hacia las ciencias.

Las teorías darwinianas arrojan en el mundo moderno infinidad de críticas y apologías aprovechadas para defender posiciones que tal vez gocen de nula relación con los principios indagatorios hechos por el propio Darwin; han sido tantas las críticas, que bien podrían llenar una inmensa bodega de papeles, refutando quizás una sola frase en la que se afirma, casi de manera tímida, que sus trabajos bien podrían arrojar cierta luz “sobre el origen del hombre y su historia”…

Por otra parte, olvidamos con frecuencia que Darwin fue un viajero de nuestra América: realizó muchos de sus estudios de la vida de los animales y plantas en las Islas Galápagos y estuvo en buena parte al sur del continente. También, poco se recuerda al científico como un hombre de letras, que lo es, y estuvo involucrado en amistad con científicos, filósofos y pensadores, y escritores como Thomas Huxley (abuelo de Aldous Huxley, el autor de Un mundo feliz), a quien llamaron “El Bulldog de Darwin” por su pertinaz defensa a las teorías darwinistas.
Bien podríamos llamar al incansable viajero “hombre de letras”, pues como pocos nos ha dado trabajos pertenecientes a la ciencia, que alcanzan niveles muy elevados y con dirección hacia la literatura.
Convendría, además, llamar al polémico naturalista el nuevo Colón, pues su libro Diario del viaje del Beagle resulta semejante al “descubridor de América” y, al parecer fue inspirado —como casi todo su trabajo— en Alexander von Humboldt, otro incansable caminante.


EL ARTE SIN FREUD


No menos polémico que Darwin con sus teorías evolucionistas resultan los trabajos del autor de —entre múltiples y extensas obras como una enciclopedia— La interpretación de los sueños (1899), que han ofrecido distancias y acercamientos a los más destacados personajes de la sociedad contemporánea del siglo pasado, pues las exploraciones sobre la psique humana realizadas por Freud (1856-1939), han alentado no únicamente que se le considerara al psicoanálisis como una ciencia moderna, pese a que durante largos años se le criticó “la falta de consistencia científica” para ello, como una de las más fuertes denostaciones a su trabajo.

Aparte de los ya consabidos aportes realizados por Freud a la ciencia psicológica, es posible trazar una línea de dichos descubrimientos y tentativas, hoy son una arraigada presencia incluso en las conversaciones de la gente común, donde aún sin leerlo, es posible encontrar personas que discuten las fórmulas que emergen del psicoanálisis como teoría sobre la mente humana y sus sinuosidades. Quienes en verdad aprovecharon los temas freudianos durante los primeros años del siglo XX fueron ciertos artistas y movimientos relacionados, claramente, con la literatura en general y, en particular, con la poesía; las artes plásticas y el arte cinematográfico; y, sin duda alguna, con las teorías de análisis de las sociedades y sus actos como individuos y masa.

La adaptación de los surrealistas sobre los estudios de Freud es innegable, tanto, que junto a las propuestas del Romanticismo y los postulados del autor nacido en Freiberg, lograron el milagro de ver desarrollado uno de los mayores movimientos poéticos y literarios al converger en obras maestras de Salvador Dalí en la pintura, en películas de Luis Buñuel y hasta en mamotretos pergeñados por el neoyorquino Woody Allen, hacia finales del siglo XX.

La deuda que el arte tiene con Sigmund Freud es alta y, casi se podría decir que sin él nuestro arte actual no sería el mismo, pues incluso en quienes han afirmado nunca haber leído sus trabajos es posible encontrar su influencia en sus materiales literarios “moldeados por el espíritu freudiano”, como ha revelado en su excelente estudio el mexicano Jaime García Terrés, en Los infiernos del pensamiento.

Thomas Mann, D. H. Laurence, Henry Miller, James Joyce, Franz Kafka, los surrealistas franceses, Ernest Hemingway, William Faulkner, Dylan Thomas, Hugo von Hofmannsthal, han tenido su deuda a la libre asociación propuesta por el psicoanálisis, como lo afirma García Terrés.

A pesar de las diatribas a las que fueron sujetas las indagaciones del autor checo, hoy el mundo le hace los honores y hasta la publicidad hace uso de sus estudios y nos demuestra la eficacia de no solamente de los ensayos mostrados en La interpretación de los sueños, sino en toda la vasta obra que podemos considerar fundamental dentro de las letras de nuestro tiempo...

Finalmente, se puede decir de Darwin y de Freud, en una lectura ya exenta de las polémicas suscitadas en su momento de aparición, es que sus obras más representativas, El origen de las especies y La interpretación de los sueños, resultan una delicia como obras de creación y, con ello, se cumplen los deseos que alguna vez tuvo el psicoanalista de convertirse en novelista en decidida influencia del naturalismo de Émile Zola; de Darwin consideramos que su libro es uno de viajes, que podrían continuar los jóvenes escritores en proyectos de aventuras y de exploración de los espacios inéditos de la imaginación.





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