La
imaginación es el deseo en acción. Deseamos las formas que imaginamos pero esas
imágenes adoptan la forma que nuestro deseo les ha impuesto…
Octavio
Paz
Herederos
de la corriente humanista iniciada en Europa en el siglo XVI —y extendida a
casi todo el mundo a lo largo de dos siglos—, las obras de Charles Darwin y de
Sigmund Freud parecen ampliar su registro hasta nuestro días, pero la
afirmación es, de algún modo, ilusoria, pues el humanismo a lo largo del siglo
XX —a pesar de claras manifestaciones de continuidad—, ha venido atravesando
por graves crisis, algunos filósofos y pensadores han visto ya su definitiva
muerte...
Actualmente
podemos observar que los principios postulados por el humanismo en la Edad
Media distan mucho de ser una realidad, y ya ni siquiera las
actualizaciones realizadas por algunas lumbreras espirituales, a lo largo del
siglo pasado, resultan una iniciativa para creer que el mundo siga pensando en
el postulado que “exaltó las cualidades humanas”, y por las cuales se comenzó
“a dar sentido racional a la vida”. La corriente humanista orientó el “énfasis
en la responsabilidad del propio hombre para darle sentido a su vida, sin
recurrir a la existencia de un mundo trascendental o un dios”, y como
consecuencia, colocó al hombre “como centro y medida de todas las cosas”, como
puede leerse en los libros que destacan sus cometidos y su historia.
Es
claro, pues, que el humanismo en toda la tierra vive, desde hace décadas, su
decadencia; sin embargo, las obras de algunos personajes que hicieron sus
aportaciones más válidas, como son en este caso las de Freud y Darwin, nos
hacen pensar que todavía hay faros de ese humanismo que alumbran aún el entendimiento.
Hoy las
sociedades no consideran fundamental creer en el hombre, en la persona humana,
pues las divisas del entendimiento no están sustentadas en alguna filosofía
definida y, tampoco, por alguna corriente de pensamiento: hay tantos
pensamientos como corrientes filosóficas, pero la mayoría basadas en el
comercialismo, en la vida vuelta consumo y cada quien, en un relativismo
rotundo, solamente adquieren lo que la moda dicta, y hoy en día, el hedonismo
más radical es el dictador de los seres humanos.
UN
VIAJE HACIA LA INTENSA ESPECULACIÓN
La obra
de Charles Darwin (1809-1882), aunque se ha centrado en su libro El origen
de las especies (1859), es vasta y aporta con sus observaciones avances
significativos en materias como la Geología y la Biología;
ofrece, en todo caso, enormes colaboraciones al naturalismo, válidas, muchas de
ellas, en la ciencia actual.
Sin
embargo, a lo largo del vertiginoso y controvertido siglo XX, sus postulados
lograron una tajante división entre algunos grupos, sobre todo religiosos, en
particular con los de la Iglesia Católica, la cual se apoya para su
crítica a las indagaciones darwinistas en el Creacionismo (“el conjunto de
creencias según la cual la Tierra y cada ser vivo que existe
actualmente proviene de un acto de creación por uno o varios seres divinos,
cuyo acto de creación fue llevado a cabo de acuerdo con un propósito divino”).
La
discusión que ha logrado un trabajo de especulación sobrevive hasta nuestros
días y mantiene una vigencia tal que antes de revocarlo en la conciencia de la
sociedad, otorga vigencia a las teorías propuestas por el inglés.
De
algún modo se puede leer, en la controversia, que las repercusiones éticas,
morales y políticas provocaron que nuestra visión de la religión Católica sea
una antes de Charles Darwin y otra después, logrando ciertamente hacer más rico
el mundo y, en el acto, otorgar un lugar al naturalista dentro de la filosofía,
cuyos propósitos en ese sentido, estamos seguros, nunca fueron previstos por el
viajero.
"Darwin y Freud comparten la creencia —casi cristiana— en el hombre. Mal leídos, mitificados y hasta vilipendiados, estos pensadores han trascendido el tiempo por lo revolucionario de sus teorías. Al final, la evolución de las especies y el psicoanálisis tienen en común la redefinición de un humanismo que en su época ya parecía debilitado, y que se convertiría en una premonición de las catástrofes por venir".
Nos
resulta extraordinario hoy, todavía, que algunas postulaciones de un viajero
estudioso de la naturaleza hayan provocado tanto revuelo en el pensamiento
contemporáneo, quien reveló en alguna parte de sus obras, como fondo de sus
teorías, “que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo
a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado selección
natural”, que fue aceptado por la comunidad científica y por un gran sector del
público.
Aunque
una buena parte de su trabajo intelectual fue aceptado algún tiempo después de
su muerte, en nuestro país nos ha sido trasmitido quizás a partir de finales de
los años 60 a través de los libros de textos de la escuela primaria,
como comienzo de nuestro despertar hacia las ciencias.
Las
teorías darwinianas arrojan en el mundo moderno infinidad de críticas y
apologías aprovechadas para defender posiciones que tal vez gocen de nula
relación con los principios indagatorios hechos por el propio Darwin; han sido
tantas las críticas, que bien podrían llenar una inmensa bodega de papeles,
refutando quizás una sola frase en la que se afirma, casi de manera tímida, que
sus trabajos bien podrían arrojar cierta luz “sobre el origen del hombre y su
historia”…
Por
otra parte, olvidamos con frecuencia que Darwin fue un viajero de nuestra
América: realizó muchos de sus estudios de la vida de los animales y plantas en
las Islas Galápagos y estuvo en buena parte al sur del continente. También,
poco se recuerda al científico como un hombre de letras, que lo es, y estuvo involucrado
en amistad con científicos, filósofos y pensadores, y escritores como Thomas
Huxley (abuelo de Aldous Huxley, el autor de Un mundo feliz), a quien
llamaron “El Bulldog de Darwin” por su pertinaz defensa a las teorías
darwinistas.
Bien
podríamos llamar al incansable viajero “hombre de letras”, pues como pocos nos
ha dado trabajos pertenecientes a la ciencia, que alcanzan niveles muy elevados
y con dirección hacia la literatura.
Convendría,
además, llamar al polémico naturalista el nuevo Colón, pues su libro Diario del
viaje del Beagle resulta semejante al “descubridor de América” y, al parecer
fue inspirado —como casi todo su trabajo— en Alexander von Humboldt, otro
incansable caminante.
EL ARTE
SIN FREUD
No
menos polémico que Darwin con sus teorías evolucionistas resultan los trabajos
del autor de —entre múltiples y extensas obras como una enciclopedia— La
interpretación de los sueños (1899), que han ofrecido distancias y
acercamientos a los más destacados personajes de la sociedad contemporánea del
siglo pasado, pues las exploraciones sobre la psique humana realizadas por
Freud (1856-1939), han alentado no únicamente que se le considerara al
psicoanálisis como una ciencia moderna, pese a que durante largos años se le
criticó “la falta de consistencia científica” para ello, como una de las más
fuertes denostaciones a su trabajo.
Aparte
de los ya consabidos aportes realizados por Freud a la ciencia psicológica, es
posible trazar una línea de dichos descubrimientos y tentativas, hoy son una
arraigada presencia incluso en las conversaciones de la gente común, donde aún
sin leerlo, es posible encontrar personas que discuten las fórmulas que emergen
del psicoanálisis como teoría sobre la mente humana y sus sinuosidades. Quienes
en verdad aprovecharon los temas freudianos durante los primeros años del siglo
XX fueron ciertos artistas y movimientos relacionados, claramente, con la
literatura en general y, en particular, con la poesía; las artes plásticas y el
arte cinematográfico; y, sin duda alguna, con las teorías de análisis de las
sociedades y sus actos como individuos y masa.
La
adaptación de los surrealistas sobre los estudios de Freud es innegable, tanto,
que junto a las propuestas del Romanticismo y los postulados del autor nacido
en Freiberg, lograron el milagro de ver desarrollado uno de los mayores
movimientos poéticos y literarios al converger en obras maestras de Salvador
Dalí en la pintura, en películas de Luis Buñuel y hasta en mamotretos
pergeñados por el neoyorquino Woody Allen, hacia finales del siglo XX.
La
deuda que el arte tiene con Sigmund Freud es alta y, casi se podría decir que
sin él nuestro arte actual no sería el mismo, pues incluso en quienes han
afirmado nunca haber leído sus trabajos es posible encontrar su influencia en
sus materiales literarios “moldeados por el espíritu freudiano”, como ha
revelado en su excelente estudio el mexicano Jaime García Terrés, en Los
infiernos del pensamiento.
Thomas
Mann, D. H. Laurence, Henry Miller, James Joyce, Franz Kafka, los surrealistas
franceses, Ernest Hemingway, William Faulkner, Dylan Thomas, Hugo von
Hofmannsthal, han tenido su deuda a la libre asociación propuesta por el
psicoanálisis, como lo afirma García Terrés.
A pesar
de las diatribas a las que fueron sujetas las indagaciones del autor checo, hoy
el mundo le hace los honores y hasta la publicidad hace uso de sus estudios y
nos demuestra la eficacia de no solamente de los ensayos mostrados en La
interpretación de los sueños, sino en toda la vasta obra que podemos considerar
fundamental dentro de las letras de nuestro tiempo...
Finalmente,
se puede decir de Darwin y de Freud, en una lectura ya exenta de las polémicas
suscitadas en su momento de aparición, es que sus obras más
representativas, El origen de las especies y La interpretación
de los sueños, resultan una delicia como obras de creación y, con ello, se
cumplen los deseos que alguna vez tuvo el psicoanalista de convertirse en
novelista en decidida influencia del naturalismo de Émile Zola; de Darwin
consideramos que su libro es uno de viajes, que podrían continuar los jóvenes
escritores en proyectos de aventuras y de exploración de los espacios inéditos
de la imaginación.
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