domingo, 5 de agosto de 2018

Dietario [III]






24 de junio
Hoy se espera, como es ya una tradición, una tormenta enorme. Es día de San Juan, hoy comienzan —aunque ya están aquí desde hace unas semanas— oficialmente las lluvias. Esperemos sean bondadosas en su furia.


Hace tres años —hoy se cumplen— que la simiente de Miedo al vacío nació, bajo la noción de un crónica sobre de la noche y con múltiples visitas a centros nocturnos de mala muerte. Es una crónica que —el poeta Ricardo Solís me hizo recapacitar en ello con su mención— tenía los fundamentos de una historia para novela y, en estos seis meses de escritura que lleva, parece que se cumple su predicción, o de allí vino la inquietud. Por cierto, a propósito de novelas: hoy en uno de los diarios de la ciudad apareció una nota sobre la apertura de una convocatoria de novela. La noticia me entusiasmó sobremanera: creo que allí está la oportunidad de Miedo al vacío. El premio es bastante jugoso: trescientos mil pesos.


29 de junio
Tiene razón Carlos Monsiváis al mencionar que si no se atienden las demandas de la sociedad, después de la marcha contra la violencia, donde en la Ciudad de México llevó a las calles —al Paseo de la Reforma y al Zócalo—, a más de medio millón de personas —en Guadalajara fueron seiscientas, apenas, todas de Chapalita—, habrá no una marcha pacífica, sino la más dura y violencia que, al igual que la marcha del domingo, no tendrá precedentes.


30 de julio
Me ha entrado la imperiosa idea de escribir periodismo socio-cultural: esto es, ensayo y crónica que relate la vida —en esos términos— de la ciudad. Quizá se pueda comenzar, por fin, el libro planeado desde hace varios años: Equipaje ligero.

Hablé con Fernando para que haga las imágenes y le entusiasmó la idea. Bien podría comenzar este sábado, cuando se realizará la ¿tercera? Marcha Gay en Guadalajara.

Hoy debí haberme entregado el primero de los ensayos de Afinidades electivas: “El taller de Rilke”, pero la escritura de la novela me ha tenido sumido en la concentración. Se posterga para el fin de julio.


1 de julio
Hoy recibí una inusual petición. Viajaba del trabajo a casa en el autobús y en la primera parada que hago en Rafael Sanzio, para transbordar, una mujer que iba sentada cerca de a la salida —con un bebé en los brazos y un niño pequeño a su lado—, de pronto me dijo “Oiga, ¿puede soltarme el cabello?”, y yo supuse que la había atrapado mi mano, pero no: resulta que el remache del asiento la tenía sujeta. Como pude, entre risas, tiré de su cabello hasta arrancarlo. Bajamos juntos en el mismo punto y adiós historia.

Hoy se presenta la antología Poesía viva de Jalisco, en la que posiblemente compartamos espacios D. yo.
En definitiva, esta tarde comienzo el ensayo sobre Rilke.


2 de julio
Afirmativa la compartición en las páginas del ladrillo de Poesía viva de Jalisco. D. tiene entre la multitud dos poemas y yo no sé cuantos. Lo cierto es: para muchos es un privilegio y un limbo estar en ese libro: para otros, entre los que me cuento, es una forma de apuesta el colocar algunos textos de buena factura. No importa estar, tampoco no estar: la poesía, el oficio, no nace de compartir con la turba, sino (de) (en) la intimidad.

El aparecer en una nómina pertenece, en todo caso, a la sociología: al conteo de sujetos, a la cuenta natural de la vanidad. Los autores, la noche de ayer, se congregaron a quemar su vanidad en la hoguera. Otros, en cambio, disfrutamos de una cerveza en zona de riesgo —¿eso nos salva?, ¿de qué?—: el encuentro con Enrique trajo la felicidad de la bebida en donde no está permitido: tuvimos que huir porque la policía nos iba a echar la mano.
  

5 de julio
Esta mañana, bajo el rigor de la preocupación sobre la salud de Llerandi (le había llamado con insistencia todo el fin de semana: desde el jueves), hablé muy temprano a su casa. Y, quien respondió el teléfono fue su padre:

—Se nos murió... —dijo, simple y sencillamente. Y con brevedad relató que el viernes pasado, a su regreso del trabajo, lo encontró a las cinco de la tarde muerto. Un paro cardiaco, mencionó. Vinieron sus hermanos de Orizaba y lo cremamos. No avisamos a nadie y no queremos hacerlo, por el momento, público....

Pero me llamará para conversar. No sabré, sino hasta el tiempo de su llamada, la verdad sobre su muerte. Me duele su muerte; me duele el abandono en que lo dejamos; me duele porque alguna vez, en las múltiples llamas que le hice, me dijo que tenía miedo de morir; que estaba muy solo. Y los tiempos de la ciudad que nos alejan, lo dejamos morir. Solo. Solo. Ahora está muerto y, quizá nuestra inquietud, la mía y la de D., —me preguntó la semana pasada algunas veces por él— sobre su paradero... pero ahora ya está en otras manos. En las que él quería estar: en las de Dios.
Ese es su nuevo paradero, el definitivo.

Pero qué lástima su muerte. Ahora escucho una conversación que grabé la última vez que estuve en su casa. Tal vez su muerte yo ya la presentía y dejé para después una segunda parte de la charla para publicarla en el periódico. Pronto la armaré completa para darla a conocer: parece un testamento. Yo amaba a Llerandi. Lo amaba y lo dejé solo cuando más me necesitaba. Con frecuencia a los humanos nos ocurre. Es triste escuchar su voz. En esa ocasión le pedí que leyera los textos que más le gustaban de García Lorca —a quien amaba hasta lo indecible— y dedicó a mi persona “Navidad en el Hudson” y “Ciudad sin sueño”, que, finalmente el segundo no se grabó todo: las pilas de la grabadora se agotaron, como el viernes las del propio Fernando Llerandi.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie...


* * *
Hoy hubiera cumplido mi padre 72 años.
Enciendo una luz de veladora para él y para Llerandi.
Es en Ángelus en el mundo.

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