domingo, 1 de julio de 2018

Supuestos [Ella dice]





La casa de nieve

Este es el templo, el ornamentado edificio que yo deseaba que vieras, ¿lo miras? Está aquí: su andamiaje es de nieve; de evaporada lluvia; de lunas y de soles —como nuestros labios— y:
—¡Esta edificación es tan hermosa, la hice para ti, la imaginé yo para mirarla juntos!



Esta casa es tan linda que me da pena comerla: ahora quito, con cierta tristeza de mi parte, una pared: tiro el primer muro para que se derrumbe el amor, pero la casa no cae todavía: es tan divina que me gustaría que la vieras, ¿la miras?

La construí para ti: me da tan grande tristeza verla caer que ahora mismo declaro mis lágrimas... —y sé que tú, enorme e imposible, también las derramarás en cualquier instante.


Una noche

Ajena a su presencia, a sus palabras, presentí su mirada: fijaba yo mis ojos en la nada del espejo. Navegaba en el frontispicio de la desmesura, bogaba en la soledad en busca de mí.

Estaba yo en la barra de la taberna, daba la espalda a la realidad: de pronto una voz me llamó, y fui a la mesa. Supe o intuí que algo sucedería. Y sucedió: una noche, en seguida del baño nocturno, tomé el teléfono para llamarle. Y le dije el poema de la rosa. Así inició todo, meses después...

Ahora no sé muy bien quién dice: ¿habla el espejo en el que me miraba, o enuncio yo mis palabras?..


16 de enero

Esa noche, bajo la ensombrecida banca de metal, envuelta en la más grave sombra del arbusto, le dije yo, casi en su oído, que sus poemas eran hermosos, un tanto delicados y sensuales y amorosos, y que leía como si fuera un sacerdote medieval.

Su risa, sus ojos, la intención de su respuesta, implicó lo poco que él creía en él. Mas su voz y sus palabras me perecieron, al igual que sus poemas, una confesión.

Desde esa noche persiguió mi corazón hasta alcanzarlo.


Ahora tomo un poco de su voz para nombrarlo. Toda la vida había soñado conocer a alguien como él... Para su mala suerte, no me puedo quedar.


Ritual del té

Recuerdo haber bebido de sus labios, sabido de su boca por vez primera. Esa tarde, sus manos en las mías.

Le pedí yo me dijera un poema. Y habló de mis cabellos y de mi “azucarado corazón”.

Pasado el tiempo, en respuesta, le dije mis palabras:

Porque no encuentro
otra manera de vivir
con la esperanza acuestas,
con el dolor aprisionado en este pecho.

Porque no encuentro
otra manera de vivir
quebrando el tiempo
al partir el sol.


Atardece

Atardece: estrellas y soles en mi pecho
(sentí entonces sus brazos que rodeaban mi cintura...)
y el sol de las cinco de la tarde
(por la mañana, vimos un lento río de aguas tibias
al que no entramos)
que duró sólo un instante
(luego nos internamos entre las espesuras)
igual que el tiempo en que estuvimos tendidos entre árboles
(miré las nubes, mientras él me descubría el pecho,
que luego acarició)
allí él tomó mi frondosa cabellera entre sus manos y declaró cuánto me amaba
(depositó sus labios en los míos)
sus amorosas palabras, me causaron temor...
(y yo intenté huir...)

Sus manos acarician mi cintura: soles y estrellas en el atardecer.



Un sombrero de nubes

Él trajo a mi vida un sombrero de nubes.
Lo puse en mí, la anochecida cabellera se iluminó.
Caminamos por calles y calles sin perdernos, en un día lleno de sol. Volvimos al principio: ya nunca más pudimos estar solos...


El descenso

Un día, después del baño nocturno, mi amor ascendió hasta tu oído.
Igual que esta tarde me miras descender la escalinata:

El descenso nos llama
como la ascensión nos llamaba.

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