Los conjurados
Ricardo Sigala
Uno de nuestros más claros
prejuicios consiste en suponer que la humanidad mejora a medida que pasa el
tiempo. Que las sociedades son necesariamente superiores a las que las
antecederieron. Que los avances tecnológicos son siempre equivalentes a
progreso. Que nuestro sistema político-económico y social está en la cumbre de
los desarrollos de convivencia. En pocas palabras que somos el hito de la
civilización.
No
es para nada extraño que tengamos esos pensamientos, y que además los tengamos
por certezas irrefutables. Los hombres de la Edad Media también lo creían, A
pesar de que a ellos les habían antecedido civilizaciones tan desarrolladas
como la griega, la romana y la helenística, además de la egipcia y la mesopotámica.
Pero
no siempre ha sucedido así, tras el Renacimiento surgió la Ilustración, que
hizo un análisis acucioso de su época y la comparó con las del pasado y, sobre
todo, la proyectó hacia el futuro. La Ilustración se convirtió en un movimiento
intelectual, humanista y científico que daría lugar a muchos de los rasgos de
lo que llamamos modernidad: el desarrollo de las ciencias, la revolución
industrial, el Estado laico, las constituciones liberales, los derechos
humanos, las revoluciones sociales, el boom de la tecnología, sólo por
mencionar algunos. Sin duda nosotros somos evidentes herederos de la
Ilustración, sin embargo, a diferencia de ellos nosotros sí solemos creer que
somos el clímax del desarrollo humano. Y lo pensamos porque no forma parte de
nuestros usos cotidianos el conocer el pasado, vivimos como los medievales con
la certeza optimista de que prácticamente el mundo comenzó con nosotros, que no
le debemos nada al pasado. Y otro pecado que cometemos consiste en pensar que
el progreso de la humanidad depende exclusivamente del desarrollo tecnológico y
económico, dejando de lado el desarrollo en términos intelectuales y morales.
La Ilustración, como clara heredera
del Renacimiento, se planteó los problemas de la humanidad como un todo
complejo en el que el pensamiento racional, la ciencia, las humanidades, la
filosofía y las artes trabajan en conjunto para su solución. Hoy por hoy
quienes gobiernan el mundo y su grey de seguidores deprecian no sólo las
humanidades y las artes, sino la ética y la moral, como si fuera cosa de retrógrados.
Hace cuatro siglos, escribe Steven
Pinker en su libro Atrévete a saber, “La sensibilidad humanista impelió a los
pensadores ilustrados a condenar no solo la violencia religiosa, sino también
las crueldades seculares de su época, incluidas la esclavitud, el despotismo,
las ejecuciones por delitos poco serios como el robo en tiendas (…), y los
castigos sádicos tales como la flagelación, la amputación, el empalamiento, el
destripamiento, el despedazamiento en la rueda y la quema en la hoguera. La
Ilustración se designa a veces como la «revolución humanitaria», toda vez que
condujo a la abolición de las prácticas bárbaras que habían sido moneda de uso
corriente en las distintas civilizaciones durante milenios.”
Sin embargo, en nuestros días no
sólo florecen algunas de esas viejas prácticas que creíamos erradicadas, sino
que las consideramos como parta de nuestra naturaleza. Somos cotidianos
testigos de violencia religiosa, sexual, de género, laboral, asistimos a
variantes modernas de la esclavitud, el despotismo campea en los gobiernos
nacionales y locales así como en las empresas e instituciones, la impunidad
clasista, la corrupción como medio de superación y ascenso social, la ley de la
selva con los ajustes de cuentas, los tableados, los secuestros, las
ejecuciones, en fin la “justicia” ejercida fuera la ley y la destrucción de la naturaleza, cobran
carta de naturalización en nuestra vida cotidiana, y pocos reaccionan ante
esto.
El principal error de nuestro
tiempo ha sido ignorar que “el progreso no guiado por el humanismo no es
progreso”, de nada nos sirven los teléfonos inteligentes y el internet y las
tecnologías del aprendizaje, ni los autos que se conducen solos si en los otros
ámbitos de nuestra vida estamos viviendo en la barbarie, aceptando esas
prácticas bárbaras como moneda de uso corriente.
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