Clemente
Castañeda Hoeflich
Es
indiscutible que hoy la agenda de derechos humanos debe ocupar un lugar central
en la agenda pública nacional. La larga estela de violaciones a los derechos
humanos de la última década y las miles de víctimas exigen un ejercicio de
acceso a la justicia y a la verdad, y los mexicanos esperan una garantía de no
repetición de hechos atroces como los que marcaron los últimos años.
La
alternancia que vivirán las instituciones en los próximos meses debe significar
una oportunidad para dejar atrás este pasado de violaciones a los derechos
humanos, pero para dejarlo atrás, primero necesitamos conocer la verdad,
garantizar la justicia, dignificar a las víctimas y garantizar la no repetición
de hechos similares.
Es por
ello que nosotros hemos insistido en la expedición de una ley para crear una
Comisión de la Verdad sobre las violaciones a los derechos humanos de la última
década; una ley para que se definan con claridad sus alcances, atribuciones y
composición; una ley que haga palpable el compromiso de las instituciones del
Estado mexicano para acabar con este ciclo de violencia, impunidad y
violaciones a los derechos humanos.
Debe
verse con beneplácito la postura asumida por la exministra Olga
Sánchez Cordero, quien presumiblemente ocupará la Secretaría de
Gobernación en la próxima administración. Su visión en favor de los
instrumentos de justicia transicional debe ser acogida por el próximo gobierno
de la República, sin embargo, hay mucho por hacer para que esto se traduzca en
acciones concretas de acceso a la justicia y a la verdad.
La
agenda de derechos humanos que exige México debe ser integral y debe
construirse en un ejercicio de corresponsabilidad entre el Ejecutivo y el
Legislativo. Esta agenda no admite posturas de simulación o de exclusión.
Entre
los temas que debemos atender se encuentran, además de la creación por ley de
una Comisión de la Verdad, la abrogación de la Ley de Seguridad Interior,
porque sin verdad no hay justicia y porque ni la continuidad de una estrategia
fallida ni las apuestas al olvido son aceptables para dignificar a las víctimas
y alcanzar la paz.
Debemos,
igualmente, fortalecer el modelo de atención a víctimas, con énfasis en la
consolidación de los sistemas locales y el apoyo a las organizaciones de la
sociedad civil especializada. Y de manera fundamental, debemos garantizar la
plena autonomía de la Fiscalía General de la República, cuya responsabilidad en
la investigación de hechos violatorios de derechos humanos y en la no
revictimización de las personas es innegable. Necesitamos una fiscalía que sirva,
por ejemplo, para que haga un uso correcto de las nuevas legislaciones
generales en materia de tortura y desaparición forzada. La paz y la
reconciliación sólo serán posibles con instituciones sólidas y autónomas que
trasciendan cualquier posición partidista y cualquier coyuntura política.
Estos
cuatro pilares: La verdad, la no militarización, la dignificación de las
víctimas y el acceso a la justicia deben ser el cimiento de la nueva política
de derechos humanos en México, y las cuatro deben reflejarse en decisiones de
Estado que las materialicen. Ojalá los cambios en la configuración política de
las instituciones sirvan para entender esto y para lograrlo.
*Senador electo por Movimiento Ciudadano en Jalisco.
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