A la Memoria de Horacio
Romero, que también escuchó esta
historia en el bar Chivas de la calle Maestranza de Guadalajara, en 1989
historia en el bar Chivas de la calle Maestranza de Guadalajara, en 1989
1
—Regresé
y supe lo que había hecho.
La
densidad del humo, la rocola estridente, las luces mortecinas, se ajustaron
para captar el relato del hombre. Nos había observado con insistencia desde su
mesa, al otro extremo del bar, y de pronto vino hacia nosotros. Suplicó
entonces que le permitiéramos ocupar nuestra mesa.
Aceptamos
porque nada podíamos perder.
Los
rones se habían subido a la cabeza y un poco de aire fresco en las voces nos
caía bien. No sospechamos, ni por un instante, la pesadilla que sería su
conversación.
Sucio,
maloliente, con un ojo vacío, nos miraba desde la profundidad. Al comienzo no
vimos los tatuajes en su piel, ni la cicatriz en su pecho. Se hizo un largo
silencio.
El
lugar parecía un recinto de aldeanos.
Un
borracho sobre una mesa; un hombre elegante en esta otra; más allá los
travestis y sus vestiduras que revelaban su pobreza.
—Ayer
salí de la cárcel —dijo.
Nos
miramos. Desapareció en un instante el espacio.
Nos
habíamos reído, no hacía mucho, porque el mesero había clavado un alfiler en
las nalgas del hombre vestido de mujer. Descubrimos en ese instante que eran
postizas; nadaban sobre su espalda.
Pasó
una vez, lo pinchó. Luego ocurrió de nuevo y ningún grito, ninguna queja. Nada,
sino su copa en los labios.
El
mesero nos guiñó el ojo. Nos enteramos de su vulgaridad.
El
travesti se levantó de la barra; se acomodó las nalgas y desapareció en el
batiente.
La
noche comenzaba y el hombre vino a nuestra mesa.
2
—Las
maté...
Silencio.
Miradas.
—Vivíamos
en una vecindad, y en la ausencia de mi mujer enamoré a su hermana.
Compartíamos
un cuarto y no resistí escuchar cada noche sus gritos cuando su marido le hacía
el amor, muy cerca de mis manos.
Una
tarde decidí volver más temprano. La encontré sola. Se bañaba en un rincón de
la cocina. Entré y la vi completamente desnuda. Ella me miró. No dijo nada. Siguió
lavándose. Yo me paré muy cerca de ella. Me dio el jabón. Lo pasé por su
espalda. Le enjaboné todo el cuerpo. Bajé mi mano hasta encontrar sus nalgas. Y
ella se rió. Fuerte. A Carcajadas. Yo toqué su trasero. Me miró. Me retó con
los ojos. Vacié el agua en su cuerpo. La acaricié. Su respiración se agitó.
Luego metí mi mano entre sus piernas. La toqué con suavidad y luego con fuerza.
Comenzó a gritar. Me gustó. Recordé las noches cuando hacía el amor muy cerca
de mi cama.
Me
acerqué a sus labios. Los mordí. Jaló mi
cabello. Me llevó hasta sus senos. Los mojé de saliva. Los mordí con fuerza.
Gritó.
Me
quité el pantalón y ella me acarició. Bajó a mi cintura y me dio placer. La puse a gatas. Se la metí
con ardor. Una y otra vez. Hasta escucharla como todas las noches.
Luego
se la saqué. Se la metí en el trasero. Pude ver cómo se abrió. Limpiamente, sin
dificultad. Escurrió su sangre. Eso me excitó. Volví a sus carnes con fuerza.
Cada vez con más fuerza. Me entusiasmaron sus gritos. Me vine en su cara. La bañé
con mi semen. Lo vi fluir, lento: ella lo tomó con sus dedos y se lo llevó a la
boca.
La
tumbé en el piso. Me suplicó que la golpeara. Lo hice. Gritó. Me gustó que le
doliera. Se lo dije al oído.
Seguí
hasta terminar. Nos recostamos en el piso. Recomenzamos.
Después
la bañé y salí a la calle.
3
Al
día siguiente no habló.
Almorzamos
en la mesa y estuvo callada.
Salí
al trabajo y volví temprano.
Pero
no estaba.
Escuché
sus risas en el cuarto de enfrente.
4
Una
mañana me quedé en la esquina de la cuadra.
Esperé
a que mi mujer saliera a trabajar.
Volví,
pero no estaba su hermana.
Esa
noche hice el amor con mi mujer con verdadera rabia.
5
Otra
mañana no fui a trabajar.
Esperé
que mi mujer saliera. Como no lo hizo, fui al cuarto. Las encontré desnudas. En
la cama. Mi mujer besaba a su hermana. Se acariciaban. Me encabroné. Les metí
de putazos. Les reventé el hocico. Las tiré al suelo y les di de patadas.
Levanté a mi mujer de los cabellos y la estrellé contra la pared. Luego a su
hermana. Una y otra vez. Hasta que no se movieron.
Me
las cogí. Las apaleé. Se me ocurrió hacerlas cachitos. Las metí en un costal de
harina. Y salí corriendo.
A esa
hora la vecindad estaba vacía.
6
Hui.
Me encontraron.
Ayer
salí de la cárcel.
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