Samuel
Gómez Patiño
Hace años
miraba una de las magistrales parejas de nuestro cine nacional, Doña Sara
García y Don Joaquín Pardavé, en una de tantas películas excelentes que tanto
nos hacían reír o llorar. No recuerdo el nombre de la cinta, pero si una escena
que viene a colación con la guerra comercial que inicia el Presidente Donald
Trump, no contra México sino contra ellos mismos.
La
historia se desarrolla en una especie de mercado sobre ruedas o “tianguis”,
donde los personajes aludidos venden camisas de vestir, un puesto enfrente del
otro, y se ve la gente interesada en los productos, y se escucha al personaje
de Pardavé decir:
-
¡Vengan por sus camisas a 75 centavos! (aunque ustedes no
lo crean).
Los
compradores se acercan interesados y, entonces Doña Sara grita:
-
¡Aquí las tenemos a 70 centavos!
Los
clientes se mueven al estanquillo de enfrente y, se escucha a Pardavé:
-
¡Vengan por sus camisas a 50 centavos!
Se
regresan los clientes y se escucha a Doña Sara increpando:
-
¡Aquí las tienen a 25 centavos!
Ya
molesto Don Joaquín Pardavé vocifera:
-
Llévenselas gratis, pero no le compren a la vieja de
enfrente.
Te
suena parecido a algún suceso reciente. Soy seguidor de la libre competencia,
mientras estemos trabajando de manera licita, debemos poder escoger en que
mercado incursionar, de qué manera competir por ejemplo, mejorando o innovando
el producto, con la fijación de precios de forma estratégica, entre otras; las
necesidades de las personas son muchas y muy variadas, con la globalización
podemos compartir bienes y/o servicios de cualquier parte del mundo, materia
prima, productos finales, nuestras cosechas, etc.; por supuesto debemos guardar
lo mejor para nosotros y exportar los excedentes a otras regiones que no tienen
nuestros satisfactores, a su vez importamos aquellos que cubran las necesidades
de forma total o parcial, las nuestras.
Los
tratados comerciales vienen siendo el equilibrio que evite los abusos, y genere
tratos justos de comercio. Generalmente son de mutuo acuerdo y cubriendo los
intereses de los participantes, y las controversias son analizadas por los
organismos internacionales que buscan el equilibrio comercial entre naciones.
Desde
hace más de veinte años, México, Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica han
trabajado en armonía gracias a el llamado Tratado de Libre Comercio entre estos
tres países, el TLCAN del cual nunca he pensado que abusaron de nosotros, creo
que cada país debe de aprovechar lo mejor que tiene y competir con ello, y
México ha desperdiciado en algunas áreas para mejorar su competencia. Me parece
que es más problema el malinchismo, que ya será tema de otro artículo.
Entiendo
que cada país tenga el derecho a decidir cómo trabajar estratégicamente su
actividad comercial ya que debe buscar el bienestar de sus ciudadanos sobre los
demás intereses, pero debe anteponer la razón a la política. Estamos en la
transición de llegar a nuevos acuerdos comerciales entre los tres países, que
dicho sea de paso son necesarios, debemos recordar que en los últimos 20 años
ha habido cambios significativos, culturales, políticos pero sobre todo
tecnológicos. Esos últimos hacen necesario cambiar algunos detalles, sobre todo
para regular el comercio electrónico y en algunos casos el movimiento
financiero entre países.
La
historia de Don Joaquín Pardavé y Doña Sara García en su pequeña guerra
comercial nos muestra que ninguno de los dos gana. No venden sus mercancías,
las terminan regalando quedándose sin camisas y sin dinero, pero orgulloso de
haber vencido a la “vieja de enfrente”.
Algo
parecido puede suceder con las decisiones de los norteamericanos, subieron
aranceles claves con la intención de proteger la industria local del acero y
aluminio, esperando retraer la importación de estas mercancías y que su participación
aumente. Pero también debemos de ver, si son capaces de cubrir la demanda
actual, porque de lo contrario encarecerá en su país el uso de estos elementos,
y en mi opinión, esto último es lo que pasará, perjudicando los costos de
producción y por lo tanto encareciendo al consumidor americano los productos en
su país.
Por
otro lado, los demás países reaccionaron imponiendo sus restricciones
económicas, lo cual tiene el mismo efecto, encarecimiento de los productos.
Debemos de ser razonables, pero desafortunadamente, el llamado país más
poderoso (me parece que sólo le queda el nombre) está siendo gobernado por
alguien que confunde la administración privada con la pública.
No
conozco ningún caso, en que después de una guerra comercial se haya mejorado
una economía, al contrario van a quedar heridas de las mordidas y rasguños que
se den y el único que pierde es el consumidor, que son los ciudadanos a los que
deben de proteger los políticos.
La
próxima semana, “El malinchismo” muy mexicano.
Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al
correo samuelgomez@uabc.edu.mx
o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters
Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y
Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja California
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