martes, 12 de junio de 2018

El animal político






Los conjurados



Ricardo Sigala


Aristóteles definió al ser humano como un animal político, el único ser que se relaciona en torno a la polis, es decir que se organiza alrededor de la vida en las ciudades, o para decirlo de otra forma, que vive civilizadamente. Aquellos que no viven en torno a la polis, es decir, la ciudad, o “son bestias o son dioses”, remata el filósofo. La política como la concebía Aristóteles es un acto de civilidad, sin embargo, en nuestro país el ámbito de la política se construye de manera inversa. Los protagonistas de la política tienden a considerarse a sí mismos casi en el ámbito de la divinidad, en tanto que los ciudadanos los definen con mucha frecuencia asociados a la imagen del depredador, de la bestia, tan distante del animal político, es decir del ser civilizado al que se refería Aristóteles.

No hay campaña política que no esté marcada por un halo mesiánico, los candidatos se presentan a sí mismos como los que nos salvarán de los fariseos, los que fundarán una nueva época, los que nos advierten de la amenaza que representa el otro, el opositor, porque sólo hay una fe verdadera. No en vano les llamamos candidatos, palabra que se origina en la lengua latina, y en la que cándido significa, puro, limpio, albo, inmaculado, en alusión a las cualidades morales con que se cuenta para gobernar. Otra etimología asocia el término con las batas blancas que usaban los candidatos, color que simboliza fidelidad y humanidad.

En oposición, los ciudadanos suelen ver a los candidatos y a sus compinches en términos de victimarios o agresores, ya sea por el negro historial que suelen tener y cuyos contrincantes develan con énfasis en tiempos electorales, o bien por las mentiras con que sostienen sus discursos. No es casual que el filósofo griego haya recurrido a la metáfora zoológica pues desde el punto de vista del analista y del simple espectador la política está llena de depredadores, de chacales, de hienas, de ratas, de cochinos, de viejos lobos de mar, de perros tras el hueso, de gatos, de zorras, de burros, de borregos, de rebaños de todo tipo. La fauna política es abundante y en tiempos electorales pulula como una plaga, en el afán de construir más que una democracia una zoocracia.

En términos aristotélicos, la política nacional no podría ser considerada tal, pues se fundamenta en esas figuras complejas que se asumen como semidivinidades redentoras que al mismo tiempo son percibidas por los ciudadanos como bestias. Aristóteles lo deja muy claro. La política es el acontecer al interior de la polis, la ciudad, y en ella se llega a acuerdos y se hacen negociaciones para el buen funcionamiento de la vida cívica. “Los que son incapaces de vivir en sociedad, o por su propia naturaleza no la necesitan, son bestias o dioses”. Ante la pseudteozoocracia dominante en la que vivimos sólo nos queda pensar que la verdadera política está en manos de los ciudadanos, más allá de los partidos y de los políticos de la vieja guardia. La política entendida más allá de las campañas electorales y de las propias elecciones, la política como parte de nuestras acciones cotidianas.

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