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jueves, 28 de junio de 2018

Después del 1 de julio








Clemente Castañeda Hoeflich


El proceso electoral que está a punto de llegar a su fin nos ha dejado múltiples lecciones a los mexicanos, tanto para quienes nos encontramos en la trinchera del ejercicio de la política como para los electores. La vida democrática implica un continuo aprendizaje, una retroalimentación permanente en donde debemos ser capaces de reconocer lo que la sociedad demanda y entender lo que se debe corregir.


Las lecciones son oportunidades para hacer mejor las cosas y para reflexionar sobre los pasos que queremos dar, y este proceso electoral nos ha dejado lecciones procedimentales y sustantivas.
Respecto a las procedimentales, hoy está claro que tenemos calendarios de proselitismo demasiado largos y desgastantes, tanto para los contendientes como para los ciudadanos. La esencia de las campañas electorales, y lo que exige el electorado, es la difusión de información y el contraste de ideas, pero es un error creer que más tiempo, más días de campaña, nos darán mejor y mayor información.

La primera lección de este proceso, y que el próximo Congreso tendrá que convertir en una reforma electoral, es que necesitamos mejorar la calidad del debate público, esto no se hará ni con más tiempo de campaña ni con más spots ni con más dinero, sino transitando hacia un modelo de mayores debates de calidad, mayor exposición y verificación de propuestas, mayor participación de las autoridades electorales y de instancias de la sociedad civil que promuevan la discusión pública plural e incluyente.

Entre las lecciones sustantivas de este proceso se encuentra la necesidad de dimensionar y procesar los cambios políticos, porque lo que hoy podemos vislumbrar es una potencial reconfiguración de las élites políticas, ya que todo apunta a una estrepitosa caída del PRI y sus aliados. Puede parecer una obviedad decir que después de cualquier proceso electoral viene un cambio en la estructura de las élites políticas, lo que no es una obviedad y la lección que no hemos aprendido después de un largo periodo de alternancias es que esta reconfiguración implica una profunda responsabilidad y una visión de Estado de parte de todos los participantes, tanto de los que ganan como de los que pierden, porque en una democracia nadie gana todo el poder y nadie lo pierde todo.

El pluralismo democrático reconoce la diversificación del poder, y por ello, una reconfiguración de las élites políticas deberá hacernos entender que, pase lo que pase, el país necesitará cultivar las prácticas republicanas, aceitar los contrapesos institucionales y defender el derecho a la diferencia y al disenso.

Estoy convencido de que el Congreso de la Unión y, particularmente, el Senado de la República, es el espacio idóneo para atender estas tareas, para proteger nuestras instituciones, para contener los excesos del poder y para recoger la voz de los ciudadanos.

Por lo anterior, ésta es una de las lecciones más importantes, todas las elecciones son relevantes, tanto las ejecutivas como las legislativas, tanto las federales como las locales, porque desde cada uno de los espacios de representación se tomarán decisiones que incidirán en la vida de los ciudadanos y en el rumbo de México. Ser conscientes de ello es fundamental para fortalecer el debate público y transitar hacia una democracia de calidad.


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