Clemente
Castañeda Hoeflich
El
proceso electoral que está a punto de llegar a su fin nos ha dejado múltiples
lecciones a los mexicanos, tanto para quienes nos encontramos en la trinchera
del ejercicio de la política como para los electores. La vida democrática
implica un continuo aprendizaje, una retroalimentación permanente en donde
debemos ser capaces de reconocer lo que la sociedad demanda y entender lo que
se debe corregir.
Las
lecciones son oportunidades para hacer mejor las cosas y para reflexionar sobre
los pasos que queremos dar, y este proceso electoral nos ha dejado lecciones
procedimentales y sustantivas.
Respecto
a las procedimentales, hoy está claro que tenemos calendarios de proselitismo
demasiado largos y desgastantes, tanto para los contendientes como para los
ciudadanos. La esencia de las campañas electorales, y lo que exige el
electorado, es la difusión de información y el contraste de ideas, pero es un
error creer que más tiempo, más días de campaña, nos darán mejor y mayor
información.
La
primera lección de este proceso, y que el próximo Congreso tendrá que convertir
en una reforma electoral, es que necesitamos mejorar la calidad del debate
público, esto no se hará ni con más tiempo de campaña ni con más spots ni con
más dinero, sino transitando hacia un modelo de mayores debates de calidad,
mayor exposición y verificación de propuestas, mayor participación de las
autoridades electorales y de instancias de la sociedad civil que promuevan la
discusión pública plural e incluyente.
Entre
las lecciones sustantivas de este proceso se encuentra la necesidad de
dimensionar y procesar los cambios políticos, porque lo que hoy podemos
vislumbrar es una potencial reconfiguración de las élites políticas, ya que
todo apunta a una estrepitosa caída del PRI y sus aliados. Puede parecer una
obviedad decir que después de cualquier proceso electoral viene un cambio en la
estructura de las élites políticas, lo que no es una obviedad y la lección que
no hemos aprendido después de un largo periodo de alternancias es que esta
reconfiguración implica una profunda responsabilidad y una visión de Estado de
parte de todos los participantes, tanto de los que ganan como de los que
pierden, porque en una democracia nadie gana todo el poder y nadie lo pierde
todo.
El
pluralismo democrático reconoce la diversificación del poder, y por ello, una
reconfiguración de las élites políticas deberá hacernos entender que, pase lo
que pase, el país necesitará cultivar las prácticas republicanas, aceitar los
contrapesos institucionales y defender el derecho a la diferencia y al disenso.
Estoy
convencido de que el Congreso de la Unión y, particularmente, el Senado de la
República, es el espacio idóneo para atender estas tareas, para proteger
nuestras instituciones, para contener los excesos del poder y para recoger la
voz de los ciudadanos.
Por lo
anterior, ésta es una de las lecciones más importantes, todas las elecciones
son relevantes, tanto las ejecutivas como las legislativas, tanto las federales
como las locales, porque desde cada uno de los espacios de representación se
tomarán decisiones que incidirán en la vida de los ciudadanos y en el rumbo de
México. Ser conscientes de ello es fundamental para fortalecer el debate
público y transitar hacia una democracia de calidad.
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