Mercedes
Imelda Avalos Ruiz
De
forma universal, los ciclos escolares están programados para aprovechar mejor
los tiempos con los alumnos, de manera tal que permitan un mejor rendimiento de
parte de estos. Existen documentos legislativos que rigen los tiempos y
horarios establecidos para el ejercicio docente frente a grupo, los cuales
definen cuantos días se deben de trabajar con los educandos, de acuerdo a un
calendario oficial; el receso en cada sesión, su duración y pertinencia a favor
de los procesos educativos.
De la
otra cara de la moneda, se encuentra la conveniencia de todo ello para el
docente; el rendimiento en sus actividades, la planeación de estrategias
educativas que favorezcan el abordaje de contenidos acordes al perfil de su
grupo, la programación de una clase pertinente al Plan de estudios y al mismo
tiempo, “un respiro” entre una parte de la jornada y otra de cierre.
Por
otro lado, está la apreciación de escolares, que son quienes más disfrutan de
ése tiempo destinado al juego, la libertad, convivencia, socialización,
refrigerio, distracción, etc. De tal modo que es común escuchar a los niños
decir que su parte favorita de acudir a la escuela es el recreo y las vacaciones.
Aún en
la actualidad, para muchos padres de familia, sólo es una pérdida de tiempo. Lo
mejor puede ser que sus hijos tienen tiempo de consumir un refrigerio y
alimentarse. Pero para otros es la posibilidad de que molesten a sus proles,
que estén en riesgo de accidentes, de sufrir algún tipo de acoso o aprender las
“malas costumbres de los otros”.
Pero,
analizando éste punto de una jornada educativa, podemos empezar por reconocer
que el tiempo asignado al “recreo”, no sólo es la liberación del maestro sobre
la responsabilidad de sus alumnos, sino al contrario; ya que implica realizar
“guardias” u observaciones en los espacios donde los discípulos juegan de
manera libre, pero cuidar que no se caiga en el libertinaje y, no sólo de los
niños de su grupo, sino de todo el colectivo escolar. Cuidar que los espacios
sean seguros y suficientes para la correría de los chiquillos. Estar al
pendiente de que no surjan agresiones y se mantenga el respeto, debiendo
prevalecer la vivencia de valores y la sana convivencia. Y, agregando a todo
ello que por más cuidado y atención que se ponga al cuidar a los pequeños en su
despilfarre de energía, en “un abrir y cerrar de ojos”, se puede presentar un
accidente en el que el adulto puede ser amonestado, acusado de culpable y en
algunos casos, hasta demandado. Olvidando los padres de familia que ante ellos
sus hijos (que son menos), pueden sufrir y vivir un riesgo.
Además
del recreo diario, están de gran valor y conveniencia para todos, las
vacaciones y los recesos laborales ya que son pausas entre un periodo de 3 o 4
meses de trabajo ya que posteriormente a esos lapsos de clases la
concentración, rendimiento de los alumnos; la tolerancia y paciencia del
maestro, van mermando y por ello se programan en 2 etapas durante el ciclo
escolar. En nuestro país se identifica el primer periodo vacacional en
diciembre, las denominadas de invierno y las de primavera, que por lo regular
son en el mes de marzo o abril.
En
ellas, todos los involucrados en el proceso educativo nos desentendemos en
medida de lo posible y procuramos otro tipo de actividades de preferencia de
esparcimiento, para relajarnos, descansar un poco y regresar de nuevo a las
jornadas laborales con más ímpetu y renovada energía.
Finalmente
también contamos con las vacaciones de verano para los alumnos y que para el
magisterio oficialmente se denomina receso laboral; ya que suele suceder que
los menores acuden a cursos de ésa temporada y los docentes tienen que
adaptarse a lo que sus autoridades asignen o que ellos decidan, según su
particular situación; ya sea, participar en ésos cursos, complementar sus horas
si tienen tiempo ampliado, jornadas extendidas, si deben acudir a capacitación,
ser evaluados, asistencia a reuniones organizacionales, círculos de estudio, asumir
alguna especialidad, superación personal, etc.
Todo
esto, da oportunidad de ofrecer mejores condiciones educativas para los
alumnos, laborales para los docentes, calidad y rendimiento para el mismo
proceso educativo y mejoría para las autoridades de cada centro escolar, del
nivel correspondiente o sector educativo.
Se dice
que es sabio el receso laboral, ya que de no existir, la capacidad e interés de
parte de los alumnos por aprender, no rendiría lo indispensable, se
convertirían en jornadas arduas y tediosas. Por ello su programación de manera
periódica y proporcional al tiempo laboral. Y, por otro lado, aunque en el
mismo sentido, está la ventaja del mismo espacio temporal para que el maestro
analice lo realizado, se actualice y haga una pausa que permita retomar sus
actividades cotidianas con más fortalezas adquiridas.
La
realidad social, la escuela y la noción misma de conocimiento han cambiado. Los
sistemas educativos tienen amplias coberturas y atienden a una población de
gran diversidad social y cultural. Las escuelas son más autónomas, interconectadas
entre sí por redes informáticas y con una relación flexible a su entorno. Pese
a estos cambios, la organización del tiempo escolar sigue respondiendo a un
concepto racional y mecánico tal como se definió cuando se organizaron las primeras
escuelas.
El
problema se hace más complejo si consideramos que cualquier reforma o cambio
educativo requiere de más tiempo. Las escuelas innovadoras necesitan idear
estrategias para optimizar lapsos en sus sesiones diarias y desarrollar sus proyectos de investigación,
lectura individual, trabajo de equipo, atención diferenciada a los estudiantes,
más interacción con los padres, etc.
En la
opinión de Aronson Zimmerman (1998) “La ampliación y mejor uso del tiempo escolar
es uno de los cambios más importantes que afectan la cultura y gestión
pedagógica de las escuelas. En los conceptos de tiempo y de espacio descansan
los principios que separan las materias y regulan las relaciones entre los
profesores y de estos con sus estudiantes. La ampliación de horas de clases; la
disminución de otras; la incorporación de los tiempos que se requieren para
llevar a cabo las innovaciones; las jerarquías internas; la disciplina; los
espacios posibles para el trabajo en equipo. En general, la evidencia muestra
una asociación positiva entre tiempo y logro académico, pero advierte que la
magnitud del efecto depende en gran medida del uso que se haga de ese tiempo y
de la interacción que se establezca entre el/la profesor/a y el/la alumno/a.” (Consultado
en Revista Brasileña de Educación. 2015. Sergio Martinic.)
No es
tan fácil emitir una opinión sin fundamento sobre los recesos y vacaciones de
los docentes si se desconoce todo lo que encierra, su organización, legislación
y conveniencia tanto para los educandos como para los docentes y el colectivo
escolar en general. Pero he de ratificar que son sabios, por indispensables y
convenientes en todo el sentido de la palabra.
*Asesora
en el Centro de Actualización del Magisterio
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