Azucena
de Jesús González
Recordar,
no es necesariamente volver a vivir; es un recurso para restaurar la
interpretación de los hechos que vivimos cuando éramos niños; no es necesario
negar las heridas emocionales encontradas, puesto que al sanarlas podemos darnos
la oportunidad de una nueva historia sin más repeticiones inconscientes. De
modo que vivir se vuelva una decisión y no un “no queda de otra”, pues las opciones
son bastas sobre lo que queremos elegir.
Los hechos del pasado configuran una
influencia fuerte en nuestra identidad desde nuestra infancia hasta la adultez.
Por eso, hay mucho que aprender de la niñez, como la claridad de lo que se
desea o se quiere como... un suéter para el frío, alimento si sentíamos hambre,
despojo de prendas si había calor, agua para calmar la sed, compañía o no para
jugar y, en esa magia, sin títulos, nos convertíamos en arquitectos, creando
casas de cobijas con sillas; bastaba vivirlo desde el corazón para portar con
seguridad el “Yo soy”. ¿Cómo es qué al paso del tiempo, se duerma la virtud de
ser uno mismo? De tal forma que un título profesional, la actividad económica,
el estatus, las propiedades, lo que tenemos se confunda con lo que somos. Por
eso mirar hacia atrás puede ser un excelente pretexto para frenar el ensimismamiento,
y empoderarse desde el amor, desde la esencia natural de ser, sin posturas, sin
que el miedo sirva de escudo para luchar por el reconocimiento de los demás, la
aprobación y demás vicios afectivos que nos atan a ir por la meta sin disfrutar
el camino.
Cada herida tal vez se infringió con frases como “nunca te sabes
comportar” “por más que te digo no entiendes” “pareces…” “¿Por qué no puedes ser
como tu hermano/a?” “Que feo/a te vez cuando te enojas, así nadie te va
querer”, etc. Para hacer que nuestros niños se identifiquen con dichos
sentimientos o frases, basta quedarnos sin hacer cambios en nuestras actitudes,
de lo contrario, cualquier momento puede ser inspirador para desaprender
aquello que destruye.
Movilizar a la conciencia, es sanar nuestro niño interior
antes que sus caprichos pretendan educar a otros niños, antes que nuestros
berrinches sean peores que los que ellos presentan propios de su edad. Que
fortuna, no tener una historia perfecta y disponer de voluntad para educar cada
palabra, convertirlas en un puente que nos vincule con esos alumnos, hijos,
sobrinos y sin parentesco alguno, hagamos música con nuestra actitud que los
contagie de esperanza. Sanar, entonces, es volver a vivir.
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