I
De
pronto reconocí la elección de una mujer que estaba a mi lado en el Sex Shop,
se trataba de un viejo disco de Mr Bungle, que hacía muy poco había comprado y
su interés me atrajo; entonces la miré: llevaba un traje negro rotundo; vestía
de manera “agresiva”; su fina ropa de piel no era una casualidad, ni su blanco
y bien cuidada cutis: era una mujer de buenos gustos y con todo el dinero para
comprar cualquier cosa.
—Si lo
adquiere, será una buena decisión —le expresé.
Ella
leía los nombres de las canciones y, con toda seguridad, se había encontrado
con la que yo recordaba con precisión, porque deliberadamente dijo:
—Sí,
creo que es el adecuado para hoy, sobre todo por la número siete, ¿no crees?
Me
gustó su tuteo; me gustó la risita babeante; me gustó la mujer de apenas
treinta y cinco años.
—Eso
depende... —me atreví a decirle.
—Ni lo
dudes… —y caminó hacia otro de los estantes de discos.
Luego
volvió a mirarme y me preguntó si podía ayudarle a elegir más música; yo acepté
porque no tenía algo mejor que hacer en ese momento, había pasado a curiosear
para hacer tiempo, pues tenía una cita con Eduardo y con Bruno.
A mis
sentidos llegó de pronto el aroma de las Gallinas cuando me acerqué a ella;
busqué entonces conversar, y ella a cada pregunta retornaba su risita babeante,
le di a escoger una serie de cuatro discos y ella, sin ver, dejó en claro que
mis gustos eran los suyos; luego fue a la caja y pagó.
Creí
que se iría sin despedirse, porque la vi perderse entre la estantería, pero no:
luego volvió a pararse en la caja con otros paquetes en las manos, que no pude
ver porque me había sorprendido su regreso. Los dejó caer suavemente en su gran
bolso y fue hacia mí.
—¿Tienes
algo que hacer? —preguntó.
Y como
respuesta le dije que si íbamos al barecito cercano al jardín de la Estación
Juárez.
Me tomó
del brazo y dejamos la tienda; afuera estaba la noche y el viento anunciaba una
tormenta. Salimos pero no fuimos al bar, si no que nos dirigimos a su auto, y
yo la seguí.
Ya
adentro vimos caer las primeras gotas de la tormenta; abrió en seguida el disco
que le había recomendado y, precisamente, el láser fue a posarse en el track
número siete.
Aumentó
el volumen y escuchamos My Ass is on Fire de Mr Bungle.
—¡Me
llamo Fernanda y te invito a mi depa a tomar cerveza, o lo que se te antoje!
—dijo gritando.
Le hice
una señal de aceptación y también pronuncié mi nombre, pero Fernanda no lo
escuchó; arrancó el auto y tomamos la avenida.
La
tormenta cayó franca, pero ya no nos importó.
II
El
departamento de Fernanda tenía una alberca techada.
La
lluvia se escuchaba caer; al fondo estaba una pequeña terraza y fuimos hasta
alcanzar el bar. Una bien lograda discoteca formaba parte del escenario, toda
la estancia era una forma de apartarse de la realidad de la calle y se estaba
muy bien. Desde el comienzo me sentí bien atendido por la Gallina de blanco
cutis enmarcado por una chamarra y una falda, muy breve, de piel. Destacaba el
buen gusto en cada espacio; pero lo más importante del espacio era la bien
surtida cantina. Se encontraba de todo, y tardé en decidir qué tomaría.
Fernanda eligió pronto, abrió el frigorífico y trajo en su mano un par de
cervezas. Las abrió y bebió la primera de un solo sorbo, para luego disfrutar
la segunda. Me serví un whisky en las rocas.
—Puedes
ponerte cómodo, no esperamos a nadie en tres semanas —advirtió.
Fernanda
se deshizo de la chaqueta y la blusa; Fernanda quedó cubierta por unas
diminutas tangas y un top de piel que dejaban en claro la vitalidad de su
cuerpo. En seguida se hundió en las aguas de la alberca que brillaron
iluminadas por las luces.
Yo bebí
de un trago mi whisky, y apagué de inmediato el celular para enclaustrarme, en
definitiva, si las cosas marchaban bien esa noche.
Fernanda
me llamó hacia ella, lo que yo hice fue servirme un whisky doble y quitarme la
ropa, me dispuse a mirarla nadar y a poner en su espacio adecuado las
suficientes bebidas; la Gallina se entusiasmó al mirarme desnudo, porque de
inmediato vino hacia mí y acarició mis piernas; nadó una segunda vez y, luego,
emergió para sentarse a mi lado. Se despojó del top y florecieron enormes las
tetas de Fernanda: acaricié sus pezones para esperar la respuesta.
Ella
llevó mi boca hacia su cuerpo y me exigió:
—Mr
Bungle todo lo que miras es para ti, no pierdas el tiempo: ¡Sírvete;
muérdelos!...
Y supe
de la firmeza de Fernanda.
III
—No fui
de compras para quedarme sola —dijo como respuesta—, si tengo que mantener con
dinero en el bolsillo a mi efebo, no hay problema, la condición es que no
salgamos de aquí en tres semanas y me cojas hasta hartarnos, ¿de acuerdo?
Dispuso
entonces en la barra del bar la chequera y los juguetes que había adquirido en
el Sex Shop.
Agregó:
—No
desperdiciemos el poco tiempo que mi marido me deja solo para mí, hazme saber
que no he hecho unas malas compras esta noche...
Y me
quedé todo el tiempo que había pagado Fernanda sin salir; después supe quién
era su marido, y al despedirme sentí un fuerte temblor de piernas que no logré
parar hasta que pasaron varios días de ya no estar con ella.
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