El
lenguaje es, como saben, el murmullo de todo lo que se pronuncia, y es al mismo
tiempo ese sistema transparente que hace que, cuando hablamos, se nos
comprenda; en pocas palabras, el lenguaje es a la vez todo el hecho de las hablas
acumuladas en la historia y además el sistema mismo de la lengua.
Michel
Foucault
PERPETUAR
LA MEMORIA
Contra el olvido y contra la muerte es por lo que
alguien escribe. Se ha dicho incluso que un escritor escribe para no ser
olvidado. Pero la memoria es la esencia de toda escritura. Es gracias y por y
para la memoria que uno escribe. Tengo la impresión de que el presente no
existe, pero toda memoria es presente. Entonces uno siempre escribe
contradiciendo al Destino y a la propia existencia. Cuando digo algo en
presente: ya es pasado. Si digo estoy aquí, voy para allá, realizo una acción,
la nombro. Cuando he dado un paso ya es otra cosa, luego entonces tengo
recurrir a la memoria para saber dónde comencé el camino, porque el presente se
extingue, es fugaz. Ya no voy: estoy yendo. Es acción. En todo caso uno escribe
para perpetuar la memoria. Pero debe estar escrito en presente, porque de lo
contrario ya no existe. Cuando uno sueña lo hace en presente, no importa que el
hecho soñado haya sucedido hace mucho. La memoria trae un hecho ocurrido en el
pasado y lo vuelve presente, es entonces que dicho presente se hace perpetuo.
Es decir: se vuelve a vivir y entonces no hay Tiempo. El Tiempo, por otra
parte, es como los viajes: se viven antes para alcanzar el futuro, luego uno va
al lugar deseado y graba los acontecimientos, y lo guarda en la memoria. Uno
retorna a su lugar de origen y las vivencias se han vuelto material de los
sueños. Y para que exista el viaje uno tiene que volver, es decir, traer a la memoria
las imágenes, las emociones, todo lo mirado.
ENSUEÑO,
REALIDAD Y REVELACIÓN
Hay, en el perchero azul que todas las mañanas mira
al cruzar el pasillo de la casa paterna, tres imágenes que son como un ensueño,
una realidad y, a la vez, una forma de revelación.
En el
extremo izquierdo una pareja. El hombre con guitarra en brazos canta a la amada
ante el balcón de un pueblo mexicano idílico que tal vez nunca existió; o que
el cine colocó en la memoria colectiva, como un deseo. Luego un espejo donde alcanza
a mirar su rostro de niño; en seguida una imagen que recuerda desde siempre
porque ese perchero azul tiene una especie de eternidad colgado en esa pared.
Suspendida,
esa imagen es una especie de hechizado imán para su mirada y su imaginación. Es
increíble mirarla: siempre le cuenta la misma historia, sin embargo nunca acaba
de terminar. Existe una especie de principio que se debe adivinar; el
movimiento es estático, pero siempre en acción: es lo que hace que uno “adivine”
lo que podría ser el final de la historia narrada.
No
obstante, la representación cuenta la historia de una forma perenne, es decir:
es una visión encantada; hay un
tiempo y un espacio; una acción contenida en una pieza magnífica que el niño
que mira su rostro en esa luna del perchero no imagina que es una de las obras maestras
de la pintura de la Edad Media.
Cazadores en la nieve de Pieter
Brueghel, el Viejo, es la primera obra de arte que el niño miró (impresa de
manera tosca y en un papel inadecuado); esa alegoría mexicana, esa pintura de
Brueghel y ese espejo —sin él saberlo siquiera— fueron sus primeras lecciones
de narrativa.
Ahora
mismo el niño se detiene a la mitad del pasillo. Vuelve a mirar las tres
imágenes. La estampa mexicana es una ofrenda de absoluta demagogia; la tercera
es una exigencia a su imaginación; y la del centro: es su propio rostro donde
están todas las preguntas que aún no sabe cómo responder, pero que tardará al
menos tres cuartos de su vida para tener una tentativa de respuestas…
En el
espejo mira de pronto su propia cara llena de arrugas; algo le va a decir ese
rostro y lo que hace —lleno de temor— es correr hacia la calle para
encontrarse, como aldeano que es, con unas cuantas casas, otros niños, y a los
animales que pueblan las veredas llenas de sol.
EL
CENTRO DE TODO
Ahora mismo el viento abate las copas de los
árboles; en este instante los pájaros se abren y se cruzan en lo alto del
cielo, donde el sol —tierno y a la vez firme—, es el centro de todo, y eso
incluye a mi corazón...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario