Claudia
Alejandra Jacobo Ibarra
El
Volcán/Guzmán
Para
muchos de nosotros, uno de los placeres que se disfrutan a diario es la
degustación de la comida, las bebidas y los postres. Algo semejante ocurre con
algunos escritores cuando escriben o cocinan su obra, tal es el caso de Juan
José Arreola, Roberto Espinoza Guzmán y Virginia Arreola Zúñiga, que, tras la
originalidad de sus productos literarios, utilizan en varios de sus textos el
tema de la gastronomía de Zapotlán el Grande, los cuales ocupan un puesto
importante en la identidad cultural local y nacional.
MAÍZ FECUNDO
Acerada
fue la etimología proporcionada a Tlayólan, hoy Zapotlán el Grande, “donde
abunda el maíz” o “tierra que produce
mucho maíz”, cuyo alimento sagrado influyó de manera fecunda a doña Virginia
Arreola a rememorar en su prosa “La sonrisa del maíz” y “María y la ronda de
maíz” de su libro De color ámbar, las
costumbres alimenticias de los habitantes; donde también se exhibe las costumbres
de la domesticación, la cosecha y preparación del alimento; y no menos
importante, el desempeño de la mujer en la preparación de los mismos. Sobre
esta última aseveración, Fray Bernardino de Sahagún anotó en su Historia General de las cosas de la Nueva
España: “Las parteras advertían a las niñas recién nacidas acerca de su
actividad futura: ‘Aquí habeís de trabajar. Vuestro oficio ha de ser traer agua
y moler en el metate”. Su autoestima derivaba sobre la agilidad en el metate para
moler maíz y preparar el alimento para sus hijos, marido y padre. Pero los
tiempos no cambian mucho. Todavía durante los siglos posteriores el
aprovechamiento del maíz estaba a cargo de las mujeres y se pone a la vista en
el cuento “María y la ronda de maíz”.
Desde
que prende la lumbre en el nixteco, donde sienta la olla de barro con agua y
cal para cocer el nixtamal, es un ritual que hace cada día; ahí en la olla
vacía, el maíz ya limpio sacudido del tamo, lo revuelve con una cuchara de palo
blanco que la acompaña desde hace tiempo y lo deja hervir, lo justo para que el
grano se deje pelar cundo lo frota con sus dedos; entonces lo retira del fuego.
Ya que está frío, saca con las dos manos grandes puños de nixtamal y deja que
estile bien el nejayote, para luego echarlos en agua limpia y fría, en donde
retira cuidadosamente los tenejales que amorillarían sus tortillas.
María
acompaña a su padre en las rudas faenas, siempre lleva un bule lleno de agua
limpia[. . .], y solícita le ofrece de beber.
Actualmente,
el hombre también es propenso a cocinar, aunque, y no siempre, la mujer sigue
siendo la indicada en la preparación del pozole, tamales, tortillas, atole,
pinole, etc.
Ya
echas las brasas, cada quien saca de su morral un tambache de tortillas. El
mayordomo manda: ‘Atender, muchachos’. Todos se apresuran a echarlas al fuego.
Algunas tortillas las llevan a apareadas, esto es, cara con cara y con frijoles
dentro, de esos negros que les gustan tanto. No falta quien traiga además un
tasajo de carne, un tozo de pepena o cecina.
LA BARBACOA CHORREADA
Otro de
los platillos fuertes de la región es la conocida birria de chivo o barbacoa.
En los fragmentos tomados de Apuntes de Arreola
en Zapotlán, del doctor y escritor, Vicente Preciado Zacarías recrea la
visita del escritor y poeta Carlos Pellicer a Zapotlán en 1951 como jurado de
los juegos florales:
“A él
se le ofreció el platillo. Lo invitamos a que se quedara por cuenta del
municipio a los festejos del 12 de octubre. Pellicer declinó la invitación y
con su vocerrón dijo: ‘no puedo quedarme a celebrar a Colón, un marinero que
anda navegando con bandera de pendejo’. Mientras decía esto el taco de barbacoa
le chorreaba entre las manos.”
También,
otro de los platillos principales es el famoso “Bote”: caldo de verduras
acompañado con carne de puerco, res y gallina, la característica del caldo es
que está cocido con pulque. Cabe señalar, que en América a través de los
españoles se adoptó la carne de ganado ovino, caprino y vacuno; así como la
carne de cerdo y sus derivados. A pesar de que aún no hay registros en los
textos literarios sobre este platillo, sigue siendo uno de los favoritos al
paladar; y aquellos que lo hemos probado con chiles jalapeños o su mismo
vinagre sabrán lo delicioso que es.
LO QUE SE BEBE
De la
misma forma las bebidas han contribuido a ser un elemento sustancial en las
creaciones literarias. La fabricación del ponche de granada preexiste todavía,
puede hacerse con diversos frutos, como pitaya o arrayán, entre otros; pero el
original o el que comúnmente conocemos es el de granada. La mezcla del fruto
desgranado con agua, mezcal o tequila y el endulzante prácticamente se ha
convertido en un producto reconocido y popular. Juan José Arreola describe en
palabras de su hijo Orso en El último
Juglar la visita del escritor Pablo Neruda a Zapotlán, en 1942 y su
experiencia con el ponche:
“A media mañana pasamos a saludar a Neruda. Estábamos preocupados por los
efectos mágicos del ponche de granada que se fabricó espacialmente para la ocasión.
Pablo ya conocía el tequila, pero no el ponche de granada que se fábrica en
Zapotlán, así que nuestra sorpresa fue grande cuando lo vimos salir al patio
todo rozagante y lleno de vida, vestido con elegancia y sonriente. Nos dio
gusto que el ponche le cayó de maravilla. Por eso en el opúsculo Canto para Bolívar que cantó la noche
anterior me puso la siguiente dedicatoria: ‘A Juan José Arreola, en recuerdo de
una noche de ponche y estrellas.”
También,
el escritor Roberto Espinoza Guzmán originario de Zapotlán enuncia las
cualidades del ponche en Poemas mínimos: “Granada” Avergonzada / porque te voy
a hacer ponche, / te pones colorada. Y “Ponche” Hay como vez, / te enredas en
la lengua / y en los pies.
Además,
me gustaría decir que durante toda la feria del pueblo había desfiles por las
calles, en las cuales pasaban carros grandes cargados de ponche de granada.
Por
otro lado, como sabemos, en los pueblos de México las bebidas se han
desarrollado y producido a lo largo de su historia; van desde el pulque, el
chocolate, el atole de maíz y el tepache. Al respecto del tepache, Juan José
Arreola señaló “Mi padre se fue en el año 39 a vender Tepache a Manzanillo y el
éxito fue fulminante. . .”. Las remembranzas que el autor describe es la salida
de su padre de Zapotlán, para llevar el tepache a Manzanillo. A la vez,
representa una pequeña geografía comenzando por su tierra natal. Por todo esto,
la fabricación de estas bebidas populares se ha convertido en un producto de
consumo nacional.
PANES
Tras la
modernización rural y la fuerza del mercado aparecen los molinos de maíz y de
trigo. La producción agrícola e industrial del trigo en suelo mexicano se debe
a que los españoles traían costales cargados de trigo, por lo que comenzó el
ofició de panadero. La familia Arreola además de contar con intelectuales
literarios se dedicaron a la fabricación de panes, los cuales destacan las
infinitas formas y sabores, doña Virginia Arreola indica en su libro de remembranzas,
Opalescencias:
“A principios de la década de los cincuenta la Compañía Nestlé publicó, de
colores, uno de los muchos recetarios apreciados por pasteleros y amas de casa
debido a sus deliciosos postres. […]. Mi hermana Victoria, siempre tan
emprendedora y en búsqueda constante de ampliar la variedad de elaboración de
dulces y pasteles[…]. Aplicando la técnica de ensayo y
error encontró la forma de conveniente de hacer las tiras de hojaldre
extendida, con la elaboración de la crema pastelera no hubo problema. Fue un
éxito rotundo. Los cuernitos podían ser salados o rellenarse de ragú de pollo.
Este producto tan famoso constituye hasta hoy una especie de símbolo que
identifica al “pan de las Arreola”.
Sin
duda alguna, estas prácticas literarias no pretendieron mostrar formularios o
recetas que exterioricen el quehacer culinario de la región, más bien se
trataron de revelar el culto de la tradición peculiar de ese quehacer
alimenticio del sur de Jalisco, lo que provoca una identidad local y nacional
popular. Podría decirse sin más, que existe un intercambio y una coexistencia
cultural entre literatura y gastronomía, lo cual resulta cosa genuina y
agradable a los sentidos y al paladar.
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