Los
conjurados
Ricardo
Sigala
En
muchos sentidos Juan José Arreola y José Luis Martínez tienen una historia
paralela. Ambos se encuentran entre las personalidades más destacadas de la literatura
mexicana del siglo XX.
Ambos se
caracterizan, cada uno a su manera, por su altísima cultura y su indiscutible
erudición. Ambos fueron promotores enamorados de la cultura del libro. Pero no
sólo eso, el destino quiso que nacieran el mismo año y en la misma región, en 1918
en el sur de Jalisco. Arreola, como sabemos, en Zapotlán el Grande; José Luis
Martínez, en Atoyac. Mucho se ha hablado del centenario de Juan José Arreola,
pero muy poco de José Luis Martínez, esta serie de coincidencias quieren ser
una oportunidad para recordarlos conjuntamente y hacerles también un breve
homenaje.
No se trata sólo de una serie de
coincidencias, en El último juglar,
Arreola se refirió a José Luis Martínez como “el decano de mis amigos”. Todo
parece indicar que más allá de las coincidencias, desde muy temprano se produjeron
una serie de vínculos que construirían una prolongada amistad. Se conocieron
muy pequeños, en Zapotlán. Primero compartieron lo que entonces se llamaba
párvulos. Eran los únicos varones, compañeros de banca entre un mar de niñas.
Esta circunstancia debió representar una especie de solidaridad y complicidad
únicas. Los únicos niños en un mundo femenino.
Más tarde coincidieron en la escuela primaria,
un colegio que significativamente se llamaba “Renacimiento”, ahí tuvieron como maestros
a los hermanos Aceves, que les contagiaron el amor por las letras, en especial
la lectura en voz alta. Juan José Arreola, recuerda en De memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola contada a Fernando del
Paso, que en la clases de composición de Luis Ernesto Aceves, José Luis Martínez
era el que destacaba. En tanto que éste, en una de sus últimas entrevistas,
recuerda los versos que recitaban: "El ruiseñor cantaba, la noche era
divina…".
En esta
época sucede una anécdota que quizás sea la más llamativa de los amigos. Una
anécdota muchas veces contada por los protagonistas, y también muy celebrada y
recordada por sus lectores. Una anécdota que destaca por la precocidad y la
enorme imaginación de sus protagonistas. Sucede que, a Rafael, hermano de Juan
José Arreola “le dio por fundar una religión, que para desgracia de todos, se
convirtió en un culto fanático: la Religión de la Babucha”, la historia se
recupera en De memoria y olvido... En
esta religión de juego, José Luis Martínez “fue nombrado Suma Sacerdote de la
Babucha y ejercía funciones bajo el nombre de Kío Kilik”. El juego que comenzó
teniendo “devotos e incrédulos”, se fue complicando y llegó a ser “una
verdadera idolatría”, al grado que Rafael terminó por fundar una especie de
inquisición que juzgaba a los herejes, que legitimaba las multas, encierros y
torturas. Martínez recuerda en una entrevista publicada en La Jornada en 2007:
“Simulábamos sacrificios humanos como los de los aztecas y hacíamos ritos a esa
deidad (la Babucha)”. El juego llegó a un punto de tal tensión que los padres
de familia se quejaron en el colegio porque sus hijos estaban cada día más
perturbados. Las autoridades escolares se vieron en la necesidad de tomar
decisiones radicales y terminaron por erradicar el famoso “Culto de la
Babucha”.
Tras
estos años de formación básica –e imaginación extrema-, los niños se ven
obligados a separarse porque la Guerra Cristera llevó a la familia Martínez a
emigrar a Guadalajara. Será hasta los años cuarenta en que José Luis Martínez,
ya afincado en la Ciudad de México, se encontró con los cuentos de Arreola que
se habían publicado en revistas tapatías. El 15 de agosto de 1943, Letras de
México publicó una reseña de la revista Eos, fundada por Arturo Rivas Sáinz, y
en la que se había incluido “Hizo el bien mientras vivió” de Arreola. Existe
una carta en que Martínez pregunta a Rivas Sainz si ese Juan José Arreola era
su viejo condiscípulo.
En
1945, tras conocer a Louis Jouvet, Arreola solicita una beca al embajador de
México en Francia, en dicha solicitud incluye cartas de personalidades de la
cultura que lo recomiendan: Alfonso Reyes, Carlos González Peña, Octavio G.
Barreda, Xavier Villaurrutia, Fernando Wagner, y por supuesto José Luis
Martínez, quien en ese entonces se desempañaba como secretario particular del
titular de la Secretaría de Educación Pública, Jaime Torres Bodet.
Otra
coincidencia es su participación en la campaña presidencial de Adolfo López
Mateos junto con Juan Rulfo, Antonio Alatorre y las dos hijas de Diego Rivera y
Lupe Marín, Lupe y Ruth, así lo consigna el Diccionario
de Escritores Mexicanos del Siglo XX de la UNAM y Vicente Preciado en Apuntes de Arreola en Zapotlán. Por su
parte, en el libro Niño Pintor de
Jorge Toribio, el pintor Raúl Anguiano asevera: “La primera vez que viajamos
juntos fue durante una de las campañas políticas del licenciado Adolfo López
Mateos, por Jalisco. En esa campaña estaban también Juan José Arreola, González
Camarena y José Luis Martínez. Íbamos en camión y Arreola, agarrado del tubo,
recitaba un poema de Guillaume Apollinaire.”
Son
muchos los puntos de contacto en la vida y obra de Arreola y Martínez, y por
supuesto no tienen cabida en este espacio, pero baste recordar la pasión de
ambos por Ramón López Velarde. Su coincidencia en las tertulias de la casa del
matrimonio formado por Elvira Gascón y Roberto Fernández Balbuena, en donde
conocieron a los exiliados españoles. Pensemos también en que es José Luis
Martínez quien le presenta a Arreola al maestro Alfonso Reyes y lo recomienda
con Agustín Yáñez para que sea lector de una de sus novelas inéditas. Por su
parte, Arreola incluyó a José Luis Martínez en su colección Los presentes.
Parece
muy significativo que, en una de las últimas entrevistas dadas por José Luis
Martínez, quizás la última, éste se dedica a hablar fundamentalmente de sus
recuerdos en torno a Juan José Arreola. La entrevista fue hecha por Javier
Galindo Ulloa en 1999 y publicada en La Jornada en mayo de 2007.
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