Clemente
Castañeda Hoeflich
A
partir de la conclusión de las precampañas electorales, el PRI comenzó a pautar
un spot televisivo (http://bit.ly/2HvUL5Y) donde resalta las presuntas
consecuencias de tener un día sin una serie de instituciones y programas sobre
los cuales el PRI se arroga su paternidad, sugiriendo al ciudadano que “piense”
para que no pierda o para que no le “desaparezcan” la educación gratuita, los
servicios de salud o los créditos para adquirir una vivienda.
Una vez
más el PRI nos recuerda que “no valoramos lo que tenemos”, como ha hecho el
Presidente, que se “irrita” por las críticas de los ciudadanos, porque no
“contamos lo bueno” que ha hecho su administración y por lo que él llama el
“irracional enojo social”.
Este
discurso del PRI y el gobierno federal refleja el patrón de indiferencia y
soberbia que ha marcado al sexenio: un gobierno y un partido que han decidido
ignorar y desdeñar las exigencias ciudadanas, que han preferido la fórmula del
monólogo vertical autocomplaciente antes que la de escuchar, dialogar y
corregir sus acciones.
El PRI
les reclama a los ciudadanos que no ven lo bueno, que no valoran a sus
gobiernos, que no piensan en el futuro y, de pasada, les advierte de la
“desaparición” de programas y políticas públicas si ellos no gobiernan. El
problema es que ese mismo PRI permanece indiferente ante los reclamos de los
ciudadanos por la creciente desigualdad, por la incontenible inseguridad y
violencia o por la falta de servicios básicos suficientes y de calidad. En
lugar de un diálogo recíproco, el PRI propone crear un Padrón de Necesidades de
cada Persona, un remedo kafkiano que afortunadamente quedará en el anecdotario
de las campañas electorales.
La
falta de autocrítica y de apertura del gobierno del PRI refleja un vaciamiento
del discurso político, una descomposición del diálogo público, que son al mismo
tiempo el reflejo del fin de un régimen, del agotamiento de una política
cerrada, basada en el desdén a las demandas, aspiraciones y exigencias de los
ciudadanos.
Por
ello, vale la pena preguntarnos cómo sería en realidad un día sin el PRI en el
gobierno. ¿Qué instituciones y prácticas perderíamos? En primer lugar, se
desterraría esa visión monolítica y vertical del ejercicio del poder, en donde
las críticas deben limitarse, en donde se debe “valorar” al gobierno y
aplaudirle sus logros. Un día sin el PRI en el gobierno significaría el inicio
de una nueva relación entre los ciudadanos y las autoridades, una etapa de diálogo,
aprendizaje y apertura.
Un día
sin el PRI en el gobierno igualmente deberá ponerle fin a la visión
paternalista de las políticas públicas, esa misma que amenaza a los ciudadanos
con perderlas si no valoran a su gobierno. La construcción de las instituciones
es un proceso continuo de rediseño y evaluación, por lo que ningún partido, más
allá de una posición de soberbia o ignorancia, puede sostener que sin él los
programas públicos desaparecerán o se perderán.
Un día
sin el PRI en el gobierno también significará comenzar a derrumbar
instituciones que le han hecho daño a México, desde las políticas de
privilegios y derroche de recursos públicos hasta las redes de complicidad y
corrupción que han invadido la vida pública del país. Por eso, la salida del
PRI del poder será algo que los ciudadanos valorarán, porque eso sí cuenta y
contará mucho para transformar el régimen y refundar las instituciones.
*Precandidato a Senador de la
República por Movimiento Ciudadano en Jalisco.
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