Leticia
López del Toro
“Los que sirven hacen cosas,
los que no, enseñan”.
Bernard Shaw.
los que no, enseñan”.
Bernard Shaw.
La
evaluación en el contexto educativo representa un componente esencial del
proceso de enseñanza-aprendizaje. Dicha acción figura como una de las tareas de
mayor complejidad que realizamos los docentes, tanto por el proceso que implica
como por las consecuencias que tiene emitir juicios sobre los logros de
aprendizaje de los alumnos.
Quienes
tenemos la fortuna de desarrollarnos en esta profesión, el ejercicio de
autoevaluación representa un mecanismo útil para nuestro desarrollo competitivo
y la mejora de los procesos de enseñanza.
La
capacidad reflexiva es inherente a todo ser humano. Para los docentes, es una
tarea imprescindible que nos debe llevar a la identificación de problemas
potencialmente significativos de nuestra práctica concreta. Dentro del contexto
de la reflexión como elemento de mejora, la evaluación de la intervención
docente representa un ejercicio muy enriquecedor y fundamental para ayudar a
perfeccionar las prácticas docentes, ya que adquiere vital relevancia dentro
del proceso educativo, debido a que estas condicionan, sin duda, el éxito del
aprendizaje de los estudiantes.
La
mejora de una práctica se refiere no solamente a lo técnico sino también a su
concepción axiológica y social, que involucra tanto los procesos como los
resultados finales. Este tipo de reflexión simultánea sobre la relación entre
procesos y productos en circunstancias concretas corresponde a lo que se ha
llamado práctica reflexiva (Elliott, 1993). El valor de la práctica reflexiva
se juzgaría según la calidad de las regulaciones que permite realizar y según
su eficiencia en la identificación y resolución de problemas profesionales
(Perrenoud, 2004).
Es
importante resaltar que el camino para lograr esta mejora, involucra acciones
que en cierto modo nos pueden causar desacomodo, por esto, al autoevaluarnos
debemos asumir, que ésta “debe estar alineada con el propósito de mejorar el
aprendizaje porque es inherente al acto educativo” (Vargas, 1998).
Este
ejercicio es imprescindible porque: es garantía de calidad en el quehacer
educativo, es un elemento decisivo en el proceso de revisión interna de los
centros educativos, es un proceso facilitador de la rendición de cuentas y
finalmente servirá como incentivo profesional de los docentes.
Cabe
destacar la capacidad que debe tener el docente de reconocer las fortalezas y
debilidades de su labor diaria y potenciar sus competencias por medio de la
actualización y formación continua.
Invito
a todos los profesionales de la educación a sumarnos para realizar este proceso
reflexivo, donde valoremos la efectividad de nuestros conocimientos y
habilidades, de las actuaciones, principios o consecuencias en nuestro hacer
cotidiano, con el objetivo de mejorarnos a nosotros mismos.
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