Los conjurados
Ricardo Sigala
La
crónicas regionales registran una visita de Venustiano Carranza a Ciudad Guzmán
en 1916, y a un joven Guillermo Jiménez recibiéndolo con un “bienvenido a
Zapotlán, caballero azul de la esperanza”. Se dice que el líder revolucionario
quedó tan bien impresionado por el talento oratorio de Jiménez que lo favoreció
con una beca para que se fuera estudiar a Francia. Pronto se incorporaría al
servicio exterior mexicano en España donde coincidió con Alfonso Reyes y
Artemio del Valle Arizpe, a partir de este momento Jiménez tendrá una intensa
vida social y artística que durará hasta la década de los años sesenta.
Guillermo Jiménez nació el 9 de
marzo de 1891 en Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco.
Comenzó sus estudios en su ciudad natal y los continuó en Guadalajara para
después hacer una estancia en el seminario. Inició su vida laboral en la
oficina de correos, primero en Zapotlán y posteriormente en Guadalajara. Ya en
la Ciudad de México fue director del Museo de Antropología e Historia y se
desempeñó en las secretarías de Gobernación y de Educación Pública. Sus
incursiones en la Secretaría de Relaciones Exteriores lo llevaron a
establecerse como canciller en España y Francia, y más tarde como embajador en
Austria. Guillermo Jiménez publicó una veintena de títulos entre libros de
cuento, ensayo, novela, memorias, teatro y prosa periodística, que fueron
editados principalmente en México, y algunos en España y Francia.
Sin duda Jiménez tuvo una presencia
importante en la vida cultural de su tiempo, se sabe de su relación con figuras
como José Clemente Orozco, Diego Rivera,
María Izquierdo, Alfonso Reyes, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Rodolfo
Usigli, Ramón del Valle Inclán y Pablo Neruda entre muchos otros. Sólo por
mencionar algunos datos relevantes de la época diré que en 1926 Alejo
Carpentier lo menciona en una crónica y le dedicó su ensayo, “El arte de
Orozco”; que en 1928 Diego Rivera lo incluye entre los personajes que integran
sus murales de la Secretaría de Educación Pública; y que para 1932 lo encontramos
participando en la disputa entre escritores vinculados al grupo de Los
Contemporáneos y los escritores asociados al Nacionalismo oficial, La famosa
polémica nacionalista que fue documentada por Guillermo Sheridan en 1999 en su
libro México en 1932: la polémica
nacionalista.
Si bien Jiménez no regresó Ciudad
Guzmán, no se desligó nunca de su tierra natal. Con freccuencia aparece como
espacio literartio en su obra, Constanza
y Zapotlán son dos claros ejemplos de
ello, además permanecció en contacto con la gente de cultura, es el caso de su
amigo Alfredo Velasco Cisneros, con quien entabló una importante
correspondencia, y a quien durante décadas le envió una inapreciable cantidad de libros desde la Ciudad de
México, España, Francia o Austria. Un acervo constituido por clásicos y
contemporáneos que constituyeron una emblemática biblioteca que representó la
formación intelectual de varias generaciones de intelectuales guzmanenses. Esto
responde a la pregunta frecuente sobre cómo Juan José Arreola pudo leer en
Zapotlán, en los años veinte o treinta, a escritores como Franz Kafka, Marcel
Proust, James Joyce, Giovanni Papini o Marcel Schwob.
Al paso de los años la obra de Guillermo Jiménez comenzó a ser reconocida, en nuestro
país se le otorgó la medalla José María Vigil del
Gobierno del Estado de Jalisco (1954) y el Diploma de Gratitud del Ayuntamiento
de Ciudad Guzmán (1956). Paradójicamente en el exterior tuvo más
reconocimiento, “tal es el destino de Guillermo Jiménez, apreciado en el
extranjero y casi desconocido en su tierra”, escribió Juan José Arreola en
1948. En efecto, a nuestro autor le fueron concedidas las Palmas Académicas de
Francia (1947), la Orden de Caballero de la Legión de Honor de Francia como
Hombre de Letras (1951), el máximo reconocimiento que otorga el gobierno de
Francia, y fue nombrado Socio Honorario del PEN-Club de Escritores Austriacos
(1957), finalmente, se le concedió la Gran Cruz de Austria (1959).
Guillermo
Jiménez murió en la Ciudad de México el 13 de marzo de 1967, sus restos fueron
depositados en el Panteón Jardín de esa ciudad.
*Fragmento del prólogo de Zapotlán de Guillermo Jiménez, Ediciones
Arlequín, 2017
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