Claudia
Alejandra Jacobo Ibarra
El Volcán/Guzmán
El Volcán/Guzmán
El
tiempo era favorable y el clima propicio para visitar el Parque Ecológico “Los
Ocotillos”. En el oriente de la región de Ciudad Guzmán se engrandece este atractivo
natural, ideal para realizar senderismo, el cual resulta ser un lugar muy visitado
por la población. Y en este caso no fue la excepción.
Era un
poco antes de las ocho de la mañana cuando me encontraba sobre la calle
periférico. Conforme avanzaba a la portezuela de ingreso, si es que se le puede
llamar así, pues consta de una entradilla arqueada de cemento color blanco que
da comienzo al sendero, pude observar al igual que yo a algunos transeúntes desmañados
dispuestos a conquistar la corona de la colina, o en su defecto ya lo habían
hecho.
Al principio
tuve inquietud por reconocer cómo reaccionaría mi cuerpo ante la inclinación
del camino, ya que se requiere cierta condición física para contrarrestar la
fatiga respiratoria, y muscular de las piernas, pues hacia un par de semanas
que no lo visitaba; a la vez, tuve ese disfruté momentáneo sobre lo que el
paisaje me iba a mostrar.
Olvidado
el posible y seguro agotamiento me adentré a la curva blanca. Anticipándome, distinguí
pinos adultos y jóvenes, cuyo característico olor húmedo y fresco relajaban el
ánimo. Algunos de ellos tenían entre sus ramas ocotes, pequeños conos en forma
de piña leñosos, que al sahumarlos ofrecen beneficios contra enfermedades
respiratorias. A propósito, recordé que en este antiguo inmenso valle existe
una leyenda sobre una mujer llamada “Tzaputlatena”, a quien los pobladores la
elevaron a categoría de diosa porque curaba con la resina de pino o ‘úxtil’ en
náhuatl. En lo que incumbe al nombre “Los Ocotillos”, descubrí al escribir estas
líneas, que su prefijo provine de la palabra ocote.
Llegué
a la distintiva gran roca, éste es un punto de referencia esencial para vislumbrar,
el paisaje casi total de la cuidad, el Nevado de Colima y a un costado el
Volcán de Fuego (como le llaman los pobladores), parte de la Laguna de Zapotlán
atiborrada de lirio, e incontables capas blancas donde descansan invernaderos. Es
decir, esa parte donde se encuentra el peñasco desempeña un admirable lienzo
para cualquier excursionista.
Conforme
ascendía, el sol centelleaba sus brazos entre la arbolada, reflejándose como un
espejo sobre la tierra caliza y rocosa. A los costados se postraban
pequeñísimos follajes de limón y de pino, circundándolos una muralla de rocas,
sinónimo de reforestación. -A saber, en diciembre del 2015 las autoridades
municipales lo decretaron como Área Natural Protegida, junto con el Parque Ecológico
“Las Peñas”-. Más adelante contemplé las abstraídas raíces salientes de un maduro
árbol, las cuales parecían laberintos entrelazados que servían como escalinata.
Me
detuve un momento, pues tenía que regular mi pulso cardiaco. Observé a mí
alrededor percatándome de los muchos troncos lisos, largos y esbeltos parecidos
a eucaliptos, no pude distinguir sus pequeñas semillas que normalmente reposan
pobre sus lineales hojas. Por una extraña razón poco antes, y a partir de este
sitio, un ramaje seco descolorido se posaba sobre el pies. Alguna vez escuché a
alguien decir que tienen una importancia en la flora de su hábitat, pues emiten
una sustancia que sirve para contrarrestar la maleza; sin embargo, y me atrevo
a decir, que también produce privaciones de crecimiento a otras posibles
especies. Mientras trataba de deliberar cuál era la causa de entorno ambiental
un suave aire acariciaba mi rostro, lo recibí como un regalo de la naturaleza,
exhalé y continúe.
Al reconocer
que faltaba poco para llegar a la cima, coincidí con un hombre; él rebasó mi
paso. Pero poco antes de eso, palabras de ánimo salieron a relucir. Vale la
pena decir que el número de desnivel de ascenso es de 1885 msnm, así lo revela
el informe del proyecto de senderismo interpretativo, ubicado en la entrada del
parque, realizado por estudiantes de la Licenciatura de Turismo Alternativo del
Centro Universitario del Sur. Esa representación numérica señala además el arribo
a los “Magueyes”. Los “Magueyes” abarcan una fila minúscula del parque,
sospecho que alcanzan hasta 3 metros de altura, mientras sus hojas largas, gruesas
y puntiagudas sobrepasan el metro de largo. Al parecer mi fugaz compañero tocó
ese punto, ya que volvimos a coincidir en direcciones opuestas. Motivada estaba
de volver andar y conseguir llegar a la cima.
El
regreso del descenso fue regular y habitual. Los eucaliptos quedaron atrás para
volver a reaparecer los pinos. En poco tiempo ya estaba en el altar en honor
a la Virgen de Guadalupe. Condensé esa
ofrenda con las palabras de Octavio Paz “Somos un pueblo ritual”, porque es una
costumbre popular poner altares en los mercados, carreteras, casas, barrios, cerros,
etc., atribuyéndole un carácter sagrado,
aunque no esté dentro de un templo o una iglesia. Por encima de la ofrenda con
hilos amarrados a los árboles había ornamentos de papel picado de colores rojo,
blanco y verde, con figurillas de diferentes tipos. Continué hasta ver un único
árbol de Colorín, fue un asombró, porque se diferenciaba de inmediato de los
demás arbustos por sus flores rojas escarlatas, parecen que están una encima de
otra hasta formar un ramos.
Era
poco después de las nueve de la mañana cuando ya estaba en descanso ante “La
Reja” de la salida. Dicho brevemente y para terminar, me pongo a repasar las
veces que he caminado por este sitio y me doy cuenta que no han cambiado mucho para
mí, no obstante, en cualquier época del año resulta agradable visitarlo, más
prefiero hacerlo en verano y otoño. También creo que me llevaría tiempo pensar
en las incontables pisadas e historias has surgido en “Los Ocotillos”.
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