Samuel Gómez Patiño
La familia se conforma de varias
personas que transitan por la vida en un mismo tiempo y espacio, viven momentos
buenos y malos, aprenden y comparten, crecen, se van y regresan, pero por lo
general se cuidan y acompañan. El y ella se conocen, deciden vivir juntos,
vienen los hijos (no necesariamente en ese orden) y se forma una familia. Dicen
que uno no escoge a la familia (excepto, él y ella), así que tenemos hermanos,
primos, tíos, abuelos, etc., que ya están ahí y, ni modo que hacer, los
aceptamos porque somos familia.
Sin
embargo, una familia no se conforma de una sola especie, aunque es raro tener
culebras, lagartijas, tarántulas, pericos y uno que otro animal exótico, se
vuelven parte del núcleo familiar, los cuidamos, los alimentamos, los aceptamos
y ellos nos demuestran su cariño, claro a su modo.
Mi
familia no solo son mis dos hijos, Samuel Alfonso y Perla del Socorro, mi
esposa Rosario y todos los primos y parientes cercanos y lejanos, sino aquellos
que comparten mi casa y mis alimentos, como son los 7 periquitos del amor, los
dos pez payaso, el camarón, el pez globo, el pez cirujano todos en la pecera de
agua salada, además de 3 pez ángel, un tiburón cola roja, 4 peces de rayas, 2
pez gato, un plecos, dos peces brillantes y varios gupies en la pecera de agua
dulce; pero hoy les quiero platicar del amigo de todos: Prometeo.
Teo
llego a la casa rescatado por mi hija de la calle, tenía escasos tres meses de
nacido. Todavía recuerdo la emoción de ella para pedirme que se quedara en
casa; el problema era que nuestro anterior cachorro que vivió casi 12 años con
nosotros, que por la vida tan ajetreada de ese entonces solo le dejábamos
alimento y lo veíamos y lo tratábamos muy poco, por lo que mi señora no tenía
muchas ganas de tener otro animal que no pudiéramos atender. Entonces demostró
sus ganas de conquistar un hogar, cuando se lo presentamos a mi esposa lo
primero que nos dijo es que no lo quería, pero Teo la abrazo de las piernas y
entonces ella cedió, no sin antes sentenciarnos –Ustedes lo cuidan, limpian y
le dan de comer.
Prometeo
nos trajo cierta suerte, ya que cuando Perla lo llevo a la casa estábamos cambiándonos
de residencia, cerca de la universidad donde trabajamos mi esposa y yo, y donde
estudiaban mis hijos. Un área residencial mejor y con patio suficiente para que
Teo pudiera correr. Poco a poco empezó a conquistar nuestros corazones,
siguiéndonos a todas partes, haciendo “sus gracias” por aquí y por allá, como
un niño pequeño a veces se hacia el desentendido y disfrutaba nuestra compañía.
Le
daba por ladrar a quien se acercara a la puerta, por lo general a personas
uniformadas como policías, el del correo o jardineros, y cuando empezó a crecer
intimidaba a vecinos y amigos que nos visitaban, me parece que se divertía con
ello, porque a pesar de ser de raza “pitbull y algo más” nunca se mostró
peligroso, salvo la vez que se salió de la casa y le brinco a un jardinero lo
que le ocasiono una herida en la mano, lo que trajo a la policía y me vi
obligado a pagar las curaciones de la persona; tiempo después me di cuenta que
del susto se cortó con sus herramientas. Él ya estaba grande a pesar de seguir
siendo un cachorro, pero parado en dos patas ya me alcanzaba.
Una
noche llegue y encontré que había sacado las plantas de la jardinera que tanto
cuida mi señora y le dije, -espera a que llegue la dueña de las plantas, te van
a regañar. Más tarde llego Rosario, y subió al cuarto a quejarse, preguntando
-¿Ya viste lo que hizo el Teo? Y antes de que le contestará me dijo, -cuando lo
iba a empezar a regañar se levantó y me abrazo. No sé si fue su forma de pedir
perdón, pero le funcionó muy bien.
El
creció cuidándonos a nosotros y la casa, por lo menos mientras estábamos ahí,
ya que una que otra vez lo encontré ladrando sólo cuando alguien estaba dentro,
sino sólo observaba. Era muy sensible a los ruidos, por lo que cuando los
transformadores de la comisión de electricidad estaban sacando chispas, nos
avisaba. Tarde tiempo en entender que le gustaba decirnos lo que pasaba en la
calle. La navidad y el año nuevo, si eran su tormento, los cohetes que tronaban
lo asustaban, se alteraba y se ponía nervioso, por lo que eran las únicas
oportunidades en que dormía en la casa, aunque mi hijo lo llevaba a su cuarto
cuando llovía muy fuerte.
Prometeo
tenía su casa y sus juguetes, con los cuales esperaba pacientemente que
llegáramos mi señora o su servidor para jugar con él, no importa si era un
minuto o diez él estaba en la noche siempre listo para disfrutar el momento. Ya
conocía el ruido de mi Jetta y antes de meterlo al patio él ya estaba listo
para cuando abriera la puerta subirse a mis pies para que lo acariciara. Por
las mañanas, le gustaba motivarme antes de irme a trabajar, su ¡Guau! Siempre
me animaba, no importa que fuera mentira.
Hoy
se fue, apenas la semana pasada se enfermó, lo atendió el veterinario y le
receto sus medicamentos y una dieta blanda, pero Prometeo no resistió y se fue
rápidamente. Me queda solo despedirme de un gran amigo y darle las gracias por
escogernos y los momentos que nos dio a todos. Descanse en el cielo canino,
donde seguramente hará nuevamente amigos.
La
próxima semana, comamos “ave libre”.
Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme
al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
*Vicepresidente Educativo del Club
Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en
Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de
Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja
California
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