Iluminada por la tenue luz de las velas, bajo un manto
de música, el cuerpo de la morena muchacha —desnuda, suplicante— desea que sus
ojos no sean descubiertos a la luz.
No ahora cuando sus manos sudan y su palpitante cuerpo
está deseoso, salaz, ahora que un rojo velo le cubre los ojos:
—No mirarás los cuerpos a tu alrededor, los cuerpos
decrépitos y sedientos, los cuerpos que te repiten en distintas edades.
Sola, igual a calles en la madrugada, la suplicante es
igual a quejumbres tras las paredes de casas hechizadas y en ruinas.
La línea más delgada de su cuerpo es su propio
silencio; su implorante calor, sus delicadas manos en busca de otro cuerpo...
I
Caminamos en
busca del Rojo Café hasta cansarnos.
Sus diminutas
manos, sus pequeñas manitas se bañaron en sudor al encontrase con las mías.
La tarde era
calurosa, y bajo el inusual sol de febrero, al escuchar sus frases —¿sería
mejor decir: “Como respuesta a su preguntas”?—, decidimos viajar en autobús
hasta mi departamento.
Durante el
trayecto no dijo una sola palabra; cuando le preguntaba, respondía mostrando su
blanca dentadura que contrastaba con su piel de costeña.
El viaje se
alargó.
Cuando llegamos
a la avenida del canal de aguas negras, bajamos y proseguimos el camino a pie.
Ya en casa le
ofrecí algo de tomar; bebió leche y mordisqueó unas galletas; fumaba yo y ella
sorbía.
Luego la
interrogué y comenzó temblar.
—Tu pregunta
—dijo— hizo que me doliera el estómago...
Sentí que era
verdad, porque la pregunta había sido directa; ante su silencio encontré otras
maneras de referirla.
Mas ella dudó;
fue un nudo de frases; deduje entonces que su respuesta era No.
II
Deseaba realizar
esto o aquello antes de tomar una definitiva decisión: “Me falta tiempo y no
tengo la suficiente experiencia aún para aceptar tu propuesta; en cambio tú ya
tienes una manera de vivir, muy distinta a la mía; soy muy joven y tú eres un
hombre entrando a la madurez, y además divorciado”.
—Está bien —dije
sin molestarme—; ve a lavarte las manos, te daré algo.
Dejó de mirar
los libros y fue al baño.
III
A su regreso le
pedí que cerrara los ojos.
Le recordé la
conversación sobre las catarinas que alguna vez me había obsequiado: de muy
niña —me había dicho en la oscuridad de una calle— “ahogaba catarinitas en un
frasco con agua”, y yo deseaba corresponder a su recuerdo.
Le dije entonces
que le había conseguido una catarina, pero ella creyó ver, con sus ojos
cerrados, una de verdad.
—Es de madera, y
muy grande —expresé—; abre tus manos, tómala...
Abrió sus ojos
negros y tomó el regalo. Había una frase escrita en el envoltorio que leyó. Me
miró y dijo:
—Te voy a besar.
Engarzamos los
labios en un beso lleno de pasión; nos excitamos. Y de pronto las respiraciones
se tornaron tan aceleradas.
Tratando de
zafarse de mí dijo:
—Late muy fuerte
tu corazón...
Era verdad, pero
no era por amor. Al seguir su mirada, supe que había encontrado mi verga, tensa
y chorreante.
Con toda
seguridad debía estar igual de húmedo su oscuro y poblado monte.
Me ajusté a sus
piernas; logré que sus enormes senos se descubrieran; y mordí con fuerza sus
pezones.
—Traigo puesto
el brasier que me regalaste —dijo; estallaba su respiración en mis oídos.
Nos detuvimos un
momento, porque ella lo exigió.
Hablamos; me
solicitó que la llevara al camión, yo le pedí que me regalara algo antes de
irse; aceptó.
La llevé a
recámara y la volví besar; la recosté en la cama; le dije mi deseo y acaricié
su desnudo vientre de niña de catorce años.
Le arranque la
blusa; la recorrí con la lengua; encontré de nuevo sus labios; los disfruté
interminablemente.
Me dediqué un
largo instante a mojar con mi saliva su ombligo, a morder sus pezones; cuando
mordí su pezón izquierdo, ella se cubrió los ojos con sus largos cabellos.
Mis manos en su
oscura piel; mis manos en sus nalgas; mis manos en su pubis, luego la mordí
sobre el pantalón; entré en sus firmes carnes: sus sudorosas manos me mojaron
la espalda.
Me pidió que
apagara la luz.
IV
Al poco tiempo
salimos del departamento; subió al autobús y la volvería a ver mucho tiempo
después.
La noche estaba
estrellada.
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