(Entre padres de familia, docentes y sociedad)
Sandra Guadalupe Cueto López
La educación de un niño o niña es fruto
del desarrollo de su propio yo, de la influencia de la familia en la que vive,
de su relación con sus iguales, del ámbito social en el que se desenvuelve y
como no; de la escuela a la que asiste.
Cada vez debemos de ser más conscientes de la importancia de la
educación de los niños y de su influencia a lo largo de toda su vida tanto en
el ámbito personal como en el social y profesional. La educación no es una
competencia sólo de la escuela, es una tarea compartida en la que, aunque el
principal protagonista es el niño; la familia y la escuela deben caminar unidas
y contribuir para que esta educación sea la más adecuada y de máxima calidad.
Se ha generado un sin fin de excusas en
el que todo el mundo echa las culpas al vecino. La familia a la escuela, la
escuela a la familia, todos a la televisión, la televisión a los espectadores,
al final acabamos pidiendo soluciones al gobierno, que reclama la
responsabilidad a la ciudadanía. En este círculo vicioso de las excusas podemos
estar girando permanentemente. Una opción de solución podría ser el no esperar
a que otros resuelvan el problema, sino preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo para
solucionarlo? ¿En qué sentido puedo contribuir? Aprovechar la preocupación, la
generosidad, la energía y el talento de todas aquellas personas que están
dispuestas a colaborar puede provocar un cambio cultural positivo y benéfico,
que es lo que se necesita para mejorar la educación. Se trata de quitarnos de
encima el victimismo, la impotencia y el clima dramático que envuelve al mundo
de la educación, familiar o escolar.
La familia tiene como responsabilidad
fundamental proporcionar educación a sus hijos, no puede quedar reducido a
buscar “el mejor centro” para sus hijos en la creencia de que esto les
garantizará una “buena educación”, sino que significa comprometerse y
responsabilizarse a proporcionar un
ambiente familiar adecuado, escuchar, dialogar y razonar conjuntamente con sus
hijos; a tomar decisiones, decir “no” cuando sea necesario, facilitar
experiencias enriquecedoras, fomentar y servir de ejemplo en valores
universales como el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la libertad
responsable, la igualdad de derechos, etc.
La escuela por su parte tiene la
función de facilitar los aprendizajes necesarios para contribuir a una educación
integral, no sólo facilitar los propios de las distintas áreas o materias sino
también todos aquellos que contribuyan a su formación como persona (normas,
actitudes y valores que le permitan integrarse como ciudadano activo y
comprometido)
Por otra parte la escuela debe
comprometerse a proporcionar aprendizajes motivadores y de calidad mediante una
metodología que propicie el gusto por aprender, que facilite no sólo el
conocimiento sino el “saber hacer”, es decir; un conocimiento que se aplica,
que ayuda a la persona a encontrar explicación a los hechos o acontecimientos
de la vida cotidiana, que contribuye a la resolución de problemas.
Además la escuela debe ofrecer una
educación de calidad con equidad, es decir, una educación de calidad para todos
y todas. Para ello se debe partir de la singularidad de cada alumno, de sus
rasgos diferentes y guiarle en el aprendizaje para que pueda conseguir los
objetivos educativos propuestos. La atención a la diversidad sigue siendo un
reto curricular, en el que la escuela en conjunto, con los recursos humanos y
materiales necesarios debe dar respuesta a las características particulares de
su alumnado.
Los alumnos son los protagonistas
principales en su proceso educativo. Sin voluntad, esfuerzo, compromiso y responsabilidad
su proceso de aprendizaje se volverá difícil. Todo esto requiere una
motivación; el niño se esfuerza cuando siente que las actividades y tareas que
se les proponen responden a sus necesidades e intereses, cuando comprende su finalidad,
cuando al realizarlas se siente reforzado en su autoconcepto y su autoestima,
cuando comprende que el aprendizaje que va adquiriendo, le ayuda a entender el
mundo que le rodea. Por tanto, el compromiso y el esfuerzo del niño son
imprescindibles en su educación, pero los demás; escuela, docentes, familia y
sociedad debemos contribuir a que se sienta motivado para que no escatime en
esfuerzos.
Entender la educación como una
responsabilidad compartida nos invita al niño, familia y escuela a remar en una
misma dirección viéndose esta reflejada en la sociedad.
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