>Los conjurados
Ricardo Sigala
Hoy quiero ser breve. ¿Qué digo?
Hoy debo ser breve. Es cierto que esto quiere ser un homenaje y los homenajes
tienden a la extensión de los discursos, a la parafernalia retórica y la
exacerbación, a los prolegómenos y a las prolongaciones. Pero en esta ocasión
mi compromiso es con la brevedad, una brevedad que por cierto le ha dado
grandeza y reconocimiento mundial a nuestro homenajeado. Porque todos podemos
ser breves, pero no cualquiera puede serlo y a la vez hacerlo con elecuencia,
profundidad, humor, y con un sentido único de indagación en los vericuetos de
la psique humana como la hacía Juan José Arreola, y hay que decirlo, lo hacía
con mucha fortuna.
Es verdad, la suma de sus libros de
cuento y su novela caben en un volumen de Alfaguara o del Fondo de Cultura
Económica. También es cierto que es un maestro del cuento breve, que en unas
cuantas páginas pudo construir “El guardagujas”, ese cuento imposible de
escribir, salvo que Juan José Arreola sí lo escribió. Y qué decir de su
memorable “De memoria y Olvido” que abre todas las ediciones y variantes de
Confabulario, una biografía en doce párrafos que incluye no sólo vida y obra,
sino genealogías, teoría estética, declaración de fe y una rica fuente de
alusiones librescas.
Juan
José Arreola fue más allá en sus ejecuciones breves. En el corpus de su obra
hay páginas que son verdaderas obras maestras, y no se trata de la página de un
cuento o de su novela, que las hay. Me refiero a textos completos, unitarios,
que en una sólo página concentran los atributos de una pieza de alta
literatura, pensemos en los inquietantes y pertubadores “Autrui” o “El faro”.
Pero
aún hay más, que en este caso es menos, pues se trata de textos de mucho menor
extensión, un máximo tres o cuatro párrafos. Nos econtramos con verdaderos
prodigios de la escritura en los pequeños pasajes de Bestiario, inolvidables
por razones distintas son “El rinoceronte”, “El sapo”, “El avestruz”, “El
bisonte”. Y qué decir del portento de ironía, inteligencia y profundidad que
encierra “Profilaxis” en sus poco más de cien palabras.
Sin
embargo, no es de esta brevedad de la que yo quería hablar. Pienso en una serie
de miniaturas que muestran las habilidades del maestro de Zapotlán. Un grupo de
textos que a pesar de su limitada cantidad de palabras exhiben contenidos de
amplios alcances. Son realizaciones relacionadas con lo que Ítalo Calvino llamó
la rapidez en sus Seis propuestas para el próximo milenio. Se trata de
minúsculos artefactos verbales que cumplen con las demandas básicas de todo
texto narrativo, que a pesar de su concisión dejan en el lector la sensación de
plenitud en lo que se refiere a la presencia de una historia implícita y una
inqietud en las implicaciones de la misma. Pensemos en su “Cuento de horror”,
que se reduce a dos párrafos que en realidad son dos oraciones y que juntos
suman dieciséis palabras:
“La
mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las
apariciones.”
Muy similar resulta su “Clausula”
III, en su constante indagación de la imposibilidad del amor: “Soy un Adán que
sueña en el paraíso, pero siempre despierto con las costillas intactas.”
Dejo
dos ejemplos de sus “Doxografías” porque este homenaje a la brevedad se está
extendiendo y traiciona nuestro propósito (¿gato por liebre?).
Francisco de Aldana:
No olvide usted, señora, la noche
en que nuestras almas lucharon cuerpo a cuerpo.
Homero Santos:
Los habitantes de Ficticia somos
realistas. Aceptamos en principio que la liebre es un gato.
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