>Los conjurados
Ricardo Sigala
Es un caballero, no importa la
edad, puede ser un joven vigoroso o un señor otoñal y respetable. Casi siempre
es el director de una importante firma, un gerente, un empresario, un servidor
público de alto o medio nivel o productor artístico. Viste con elegancia o con
jovialidad, siempre se dedica más tiempo del necesario frente al espejo, y por
supuesto tiene su estricta rutina de gimnasio. Toma suplementos que lo
mantienen activo, dinámico y enérgico. Siempre tan juvenil.
Es un caballero, para él todas las
mujeres son hermosas, cómo no lo serían si son mujeres. Cuando habla con ellas
sonríe y tiene la frase exacta para sonrojar a la empleada, la subordinada o la
aspirante al cargo. Se da el lujo de comentarios colorados que en su condición
de poder convierten en chascarrillos ingeniosos. Pero sobre todo nunca olvida
el lenguaje políticamente correcto. El lenguaje inclusivo es un dogma, un
artículo de fe. Es tan de avanzada.
Nunca olvida, cuando habla o escribe, referirse a “las y los mexicanos”, “los y
las estudiantes”, “los médicos y las médicas”. De hecho, se detiene a afirmar
que lo hace porque de otra forma se invisibiliza a las mujeres, y estamos en
los tiempos en que las féminas, así dice, deben empoderarse. Es sin duda un
caballero. Su equipo de trabajo incluye a muchas mujeres, algunas veces el
cincuenta por ciento, en casos especiales incluso más. Es tan correcto, un
modelo a seguir.
Su oficina es por regla un sitio de
buen gusto. Cómo él con tantos cuidados: se depila y se delinea la ceja. Con el
tiempo recurre al tinte, al implante de pelo, al bótox, porque la apariencia es
muy importante. Su cuerpo es un templo, y por supuesto a veces requiere
ofrendas de viagra o sildenafil. Siempre abre la puerta del carro a su
acompañante, le acomoda la silla a la dama con quien asiste a un bar o al
restaurant. El día internacional de la mujer regala flores a todas las mujeres
de su equipo. El día de las madres habla con entusiasmo del milagro de la
maternidad y asegura que es ésa la mayor gracia de todas, que nada más
importante en el mundo que ser madre, la cumbre y realización de toda mujer, y
hasta amenaza con una lágrima sincera. Definitivamente es un caballero, hacen
falta hombres como él, que no le basta con ser un líder, y exitoso. Es además
tan sensible.
Cuando habla con sus colegas se
siente orgulloso de emplear a tantas mujeres. Es socialmente bien visto, aunque
claro, ellas nunca ocupan altos mandos, ni puestos de toma de decisiones. Se
siente orgulloso, y lo presume, de tener un equipo tan eficiente y responsable,
pero sobre todo tan barato. Sin embargo, de lo que más se vanagloria es de la
elegancia y la belleza de sus empleadas, todas tan esbeltas, con refinadas
figuras, blancas y hasta alguna rubia. Desde luego que nunca piensa en la
indígena que limpia su casa y le plancha las camisas. Ah, su casa con su esposa
siempre esperándolo con una sonrisa plena. Piensa en todas. Sabe que es
inevitable que ellas lo vean de esa forma, tan guapo, aunque no lo sea, como
con un ensueño adolescente, sabe que algunas se enamoran de él, platónicamente,
porque es un tipazo. Otras van más allá, y qué puede hacer él sino atenderlas,
a una mujer no se le debe desairar. Y están las condicionadas sexualmente, por
supuesto siempre con elegancia y galantería, para obtener un puesto, un cargo,
un ascenso. Para darle el papel estelar en una producción hollywoodense.
Ah, es un caballero. Un falócrata,
cierto, pero al fin un caballero, como sacado de una película de Hollywood.
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