Adiós,
Nicanor
(1914-2018)
¿Mis
zapatos parecen ataúdes?
Sepan
que desde hoy en adelante
Los
zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese,
anótese y publíquese
Que
los zapatos han cambiado de nombre:
Desde
ahora se llaman ataúdes.
Nicanor Parra
En
cincuenta años, me ha tocado saber de tres casos de escritores que, longevos,
han vivido todo un siglo. Ernst Jünger, el narrador y filósofo alemán
(1895-1998), el poeta del movimiento estridentista Germán List Arzubide
(1898-1998) —a quien conocí personalmente dos años antes de su muerte en el
Hospicio Cabañas, y sabemos fue protagonista de la Revolución mexicana—, y el
poeta chileno Nicanor Parra (1914), a quien vimos con enorme emoción en
Guadalajara en 1991, año en que recibió el Premio FIL.
Los
tres lograron, cada uno a su modo, una obra perdurable y, también, influyeron
en varias generaciones de escritores y artistas que hasta la fecha viven con
esa deuda que, como todas las grandes cosas recibidas, no se puede pagar.
Casos
excepcionales de larga vida, si recordamos que Arthur Rimbaud y Raymond
Radiguet, autores franceses, apenas vivieron un puñado de años (ambos no
sobrepasaron los treinta de edad), los justos para hacer una obra que les diera
la inmortalidad.
Los
casos de Jünger, List Arzubide y Parra lo son porque a lo largo de una centena
permanecieron activos escribiendo y viajando. Escribiendo y conversando.
Escribiendo y mostrándonos que la vida, como la poesía y la escritura, es un
triunfo del tesón, de la resistencia y el esfuerzo cotidiano que a ellos les
permitió la lucidez, no sé si la alegría. Un triunfo no del arte de vivir cien
años, vivir cien años es, de algún modo, ¿contra natura? Es decir, la obra de
un autor podría sobrevivir a su propio creador, sin embargo en los casos
anotados tuvieron el privilegio de estar lado-lado sus obras y sus vidas.
Nicanor
Parra, por cierto, fue el hijo mayor de una familia de artistas, muy
equiparable con la historia de los Revueltas mexicanos, donde cada miembro hizo
una obra y tiene una biografía ligada a la historia de sus países y su tiempo.
POESÍA Y VIDA
La
vida literaria de Nicanor Parra (1914-2018) comenzó en 1937, con el libro Cancionero sin nombre, donde abría una
nueva posibilidad de lenguaje muy particular que, luego, con Antipoemas, aparecido en 1960, dio un
giro total a toda la visión de la poesía latinoamericana y, también, de su
propia voz. Una ácida y crítica voz que fue bandera a lo largo de las décadas
de los sesenta y hasta finales de los setenta.
Parra
fue un bastión de una rebeldía que colocó a nuestra poesía en un lugar
preponderante y muy alto. Su fuerza es un viento fuerte y una caricia de
ternura a la vez, pues al fondo de su claridosa presencia, su temible palabra,
su furibundo enojo en contra del imperialismo, hay un enorme amor por su patria
y la lengua castiza de nuestros pueblos. Su aparente ideología, en el fondo no
lo es: es más bien el dolor el que canta a través de Parra. Hay un dolor
profundo y es el medio para recoger las manifestaciones de la gente, sus cansancios
y los enojos por una situación histórica de menosprecios hacia la raza.
Es
Parra, entonces, el medio de construcción de un corpus crítico y es quizás por
eso que tuvo que inventar una nueva forma de decir las cosas, y a la vez una
manera de declarar una guerra tenaz en contra de quienes por siglos han
oprimido a los pueblos latinoamericanos. Su palabra es el filo de los machetes.
Su lenguaje es el cuchillo. Sus versos son la tristeza, el reclamo, el rencor
y, es claro, también son sus poemas la alegría y la vida de la gente que él amó
y ama, aquellos sus iguales. De allí que en una forma directa dice sus cantos
el bardo chileno, para que se logre entender por una mayoría, ya que Parra no
es un poeta elitista y culterano, pese a su ecuménica presencia. Los poemas de
Nicanor son para el pueblo. Los versos y canciones no han querido parecerse a
la poesía de la gente bien, sino que son el eco de las voces de aquellos que en
carne propia han sufrido, que cantan y lloran…
LA EXPERIENCIA, LA VOZ Y LA POSTURA
En el
2011 fue declarado Premio Miguel de Cervantes, que se entregó al año siguiente,
pero que Nicanor Parra se negó ir a recibir, no por su edad, sino quizás porque
como dijo al diario El País: “Nunca fui el autor de nada porque siempre he
pescado cosas que andaban en el aire”.
Cuando
fue designado merecedor de dicho galardón, comentó Patricio Fernández, director
del semanario chileno The Clinic,
quien estuvo con Parra en esa fecha, que Nicanor en “todo el día no se refirió
al Cervantes”.
Lo
que nos ofrece una visión de la persona y el poeta Nicanor Parra, y es esa que
ha mantenido toda su vida, la de ser un hombre lleno de humildad y con la clara
visión de que ha sido un medio, un escucha, un atento trascriptor de lo oído
por los caminos de los pueblos, las ciudades y las cumbres andinas.
La
experiencia vital de Parra durante todo su siglo de vida, ha corrido muy de
cerca de la historia de su patria, de los pueblos chilenos, de Latinoamérica y
del mundo. Es un testigo lúcido de la vida feliz y la barbarie política de
nuestro continente y del orbe. Su voz surge de la vida cotidiana, de la gente y
su postura política e intelectual de una conciencia entera y dueña de un
conocimiento total.
Parra
es una postura clara de un pensamiento latinoamericano que durante varias
décadas fue una forma de mirarnos y mirar, de ver al otro como hermano. Hoy,
perdida esa forma de aprecio por nuestras culturas, durante al menos treinta
años fue sueño de muchos ver a una América subcontinental libre y en pie de
lucha. En la actualidad ya no existe esa visión. Ahora el otro, el semejante,
el hermano ya no existe, porque el egoísmo es lo que prevalece. Pero Nicanor fue
—y es— un libro vivo que nos recuerda quiénes somos y su obra, lo que quisimos
ser y ya casi lo hemos olvidado: una hermandad a la espera del cambio social y
humano…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario