I
En aquel tiempo narciso miraba, al salir
de la recámara, los ojos de Leda. Ahora la incertidumbre: ¿existió realmente
Narciso? ¿O es una de las figuraciones de Jonás en el instante de su caída
hacia las profundidades, en el encuentro con la oscuridad?
La noche está
aquí, en medio de las aguas, y se alimenta del tiempo transcurrido. Detiene, en
una especie de limbo, la memoria y vuelve los hechos. Aquella vez Narciso lo
tomó del hombro hasta llevarlo al Louvre.
Cerca de allí
había un jardín en donde las transformaciones eran necesarias: cruzar un
sendero solitario, hasta llegar al edificio y, poco después, entrar: transitan
un largo pasillo para encontrar, acto seguido, una sala. Las sombras en torno
de las mesas son seres aguardando la sorpresa prometida: Leda con sus rasgados
ojos y los cabellos negros sobre sus hombros blancos. Leda con el cuerpo
desnudo a la espera de Jonás. Leda sola y callada. Su silencio inicial fue un
misterio que enervó a Jonás.
Pero no aparece
Leda. Están únicamente las sombras. En las mesas se mueven. Lúbricas figuras,
la noche las encapsula para detenerlas allí, como a la espera del tiempo.
Brillan las pieles y luego las luces de la pista en la cual aparece una mujer,
o mejor, lo que parece ser una mujer: su voz, ronca y baja por sobre el
fingimiento, más parece la de un varón de bellas piernas: anuncia el festín de
la noche.
Narciso sostiene
la promesa. Retiene a Jonás bajo la espera. La noche se detiene por un largo
periodo, en ese tiempo perpetuo ocurre la fiesta desmesurada, salaz en su
totalidad; en un momento determinado, ya Jonás está disfrutando.
Abre las piernas
la mujer ante azorados ojos. Levanta su falda para dejar visible la rajadura de
su cuerpo: hace que el hombre a su lado, en el precipicio de un tiempo sin
tiempo, de una forma clara vea las profundidades de su inquietud.
De súbito la
sensación se vuelve colectiva: ya los convidados están inmersos en la
experiencia de la ebria figura, la cual —por su rostro cubierto de nada— es todos.
Los todos están en el hombre y se emocionan ante la impudicia: los
seduce la ebriedad al punto de llegar a celebrar el ritual que no les
pertenece.
II
Nadie se vuelve todos, y
el todo está en cada uno de los seres: lubrican hasta alcanzar a sentir que la
vida les llega por doquier. Cada invisible se vuelve sombra; cada sombra en una
corporeidad; cada corporeidad en una fuente de la cual manan las miradas: se
realiza el milagro de estar todos en todos; la vida surge de un atisbo de
suerte que a nadie pertenece, pero en la cual los participantes sienten estar.
El
toro mítico, la vaca mítica. La carne única a cuatro patas recorre el escenario
preparado para el fornicio, clandestino y primigenio. Mueve las caderas la vaca
y es embestida por la cornamenta que escurre. El cuerno único se arroja hacia
lo profundo y, en apariencia, lo reciben para engendrar el deseo en los seres
en la penumbra.
De
la sombra surge, entonces, la figura de Leda. Jonás la persigue hasta hacerla
jadear. Ella abre las piernas y muestra sus grandes nalgas: las abre hasta
dejar visible su negro orificio y la impostergable rajadura de la cual brota el
agua de un río.
El
río es una flor de aguas cristalinas en donde nadan Narciso y Jonás. Caminan
entre las sombras; vibran y, a su vez, son ríos de donde el agua vuelve a
brotar. Jonás persigue a Leda. Narciso parece negarse a consentirlo; sin
embargo, Leda, repentina, va hacia un camino y tras ella Jonás y se pierden por
un largo momento hasta cerrar los ojos: se quedan en las aguas por tiempo
indefinido; nada saben de sí. Para después volver a despertar de un sueño
incierto en el cual aparecen juntos, dentro uno del otro.
Los
mece la tranquila luz, los moja la fina luz, surge de una oscuridad antes no
descubierta; mas nada tiene que ver el sueño de Jonás con la vida: ahora la
mirada de Leda mira el escenario y se borra: la vaca y el toro mítico se
persiguen hasta alcanzarse y se ayuntan en fingimiento.
Florece
la luz de la realidad para encontrar a una multitud enfebrecida y dispuesta a
compartirse en el recinto.
Allí
de nuevo la incertidumbre: ¿existe realmente Narciso? ¿La promesa en algún
tiempo se cumple? Nada existe: los cuerpos, ante la sala, dispuestos para ser
encontrados; ignorados; vistos; atraídos; deseados; poseídos, en cualquier
instante.
III
Leda, lejana ya, se borra entre la
carne; del río brotó para después fluir en un cauce: arroja ahora a Jonás, y en
seguida a Narciso, hacia el jardín de las transformaciones.
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