A
Luis Renán y Ana Karol, mis nietos
A
Deana
El juego es el origen de la
cultura.
Huizinga
Olvidamos con demasiada frecuencia
el papel del juego en la educación, pues en tanto adultos nos apena declarar
que nos gusta jugar. El olvido nos aleja de esa graciosa frecuencia y la pena
nos ata a una realidad que es brutal. Lo lúdico, entonces, se lo dejamos a los
niños, quienes por naturaleza gustan del juego y es a partir de éste que
aprenden a ser adultos. Es a partir del juego, lo sabemos, que los niños
aprehenden la realidad. Lo hacen —lo hemos visto— con gozo. Luego ya mayores
los seres humanos se alejan de eso que les permitió ser lo que son. Y
lamentablemente abandonamos el campo de la imaginación que es esencia del juego,
para volvernos rotundamente estériles y víctimas de nuestra adultez. Y a
quienes permanecen durante toda su vida los criticamos con rudeza. A un adulto
se le dice: “Ya, para, parecen un niño…”, cuando en realidad se está volviendo
a un estado natural del ser.

Lo anterior nos permite, de nueva
cuenta, recordar que es a partir del juego que uno se involucra en el arte, y
el arte es una forma clara que funciona para el aprendizaje y para cultivar el
espíritu. Porque el arte es juego, les dejamos a los artistas esa tarea no sin
críticas muchas veces y por eso los declaramos como locos. Y es verdad: el
juego y el arte tienen algo de locura, pero haciendo un juego de palabras: el
arte es una locura que cura el alma. Eso nadie lo duda. No aquellos que se
atreven a ser otra vez niños y juega al arte, cuyas reglas muy firmes, no se
separan nunca de las reglas que sostienen al juego. Duvignaud, citando a Huizinga
dice que “todo juego tiene reglas”, pero decimos nosotros junto a Duvignaud que
no debemos permitirnos que nos encarceles, sino más bien debemos permitir. Si
lo olvidamos no podemos considerar que los juegos han permitido que nos
completemos como seres humanos, como individuos totales y como sociedad. Las
reglas atan, es cierto. Pero nada hay sin reglas. Pero debemos traspasar, como
en el juego, esas reglas y elevarnos para encontrar en lo lúdico a nuestro ser.
Jugar es soñar. Y en el sueño hay
libertad y reglas ¿ya se nos olvidó? Somos lo que soñamos de nosotros mismos. Y
“el soñador inventa el escenario onírico de sus noches mediante la palabrería
de su vigilia y, sin duda porque la lógica que preside esa palabrería es
distinta en sí de aquella que rige la vida práctica, el sueño sigue el mismo
camino” nos dice Duvignaud.
“Los individuos buscan la
seguridad, y teme al juego porque los vuelve vulnerables al no estar en su
territorio de adultos que está regido por las reglas de la sociedad impone. El
juego y el sueño —pese a sus reglas implícitas— nos ofrecen un estado de
libertad invariablemente. Nos acerca a nosotros mismos y nos aleja a la vez. El
juego es un riesgo, sí, pero es un riesgo que nos hace seres mejores, de eso no
tenemos la menor duda. Sin embargo, ya adultos nos alejamos del juego, sin
saber que jugamos. El juego es regla y ruptura para quienes juegan: En ese
estado de ruptura del ser individual o social, lo único que nos cuestiona es el
arte. La imagen del mundo, la mitología que lo acompaña, la creencia religiosa
o política, la propia economía (que jamás se reduce a un simple cálculo en
abstracto) sí se ven afectadas por esos surgimientos inopinados y molestos para
el orden establecido”, declara Duvignaud, y debemos apelar al juego, siempre. En
todo el campo social e individual el papel que juega el juego es edificante si
sabemos jugar. En el juego tal vez no buscamos nada, pero nos da todo. El juego
es un Todo y es una Nada.
Entonces: “¿Qué buscamos cuando no
buscamos nada? Sucesión de ademanes, de movimientos de emociones cuyo único fin
es el propio juego”, afirma Jean Duvignaud.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario