…para negar hay que conocer primero
aquello que se niega…
Octavio Paz
LOS DOMINGOS HAY
SOL
Como es domingo, se ha despertado tarde.
Deambula, entonces, por sus pensamientos —mientras
toma su café, recostada en la cama—, como si el bosque que se mira por la
ventana estuviera invadido por la niebla. Pero hoy no hay niebla, hay sol. Y los
pájaros se posan en las ramas del frondoso guamúchil, que casi toca su ventana,
y cantan.
Deana Molina es poeta, narradora y
periodista, ha publicado los libros de poesía Dispuesta (1995), Atrapada
(1999), Silencio rojo (2000) y La suma azul (2006), este último editado
por CONACULTA y con prólogo de Luis Vicente de Aguinaga. Y un libro de ensayos:
Invitación al gozo, que se editó en
2010.
Cuando apareció este último libro le
pregunté:
Atentos como
estamos al fracaso, propio o ajeno, las personas no distinguimos el triunfo ni
lo distinguimos del propio fracaso. ¿Entonces qué es el gozo y qué es el éxito?
Desde que nacemos tenemos una sed natural
y un motivo por el que nacimos. Y ese motivo por el cual venimos a la vida es
encontrarnos con la felicidad. Para ser felices vinimos a la tierra, nacemos
para ello. Pero al crecer vamos considerando y aprehendiendo —por la mercadotecnia
y las programaciones culturales—, que el éxito se proyecta en propiedades, en
cuestiones meramente materiales y nos olvidamos poco a poco de las personas,
incluyéndonos incluso nosotros mismos en ese proceso. Nos olvidamos de
nosotros, pero esa sed que es esencia nuestra, se mantiene. Y así podamos
acumular todo lo que se nos antoje, resulta que esa categoría de deseos tan
humanos y tan superficiales que sí traen comodidad, no satisfacen esa necesidad
de origen. ¿Cómo reconocer que hemos llegado al éxito? Cuando no aspiramos a
cosas materiales y no necesitamos sino sabernos, agradecer esta vida, y
aceptarla. Porque cuando la aceptamos es cuando buscamos alternativas en favor
de cumplir esas insuficiencias, ese sentido natural a la vida. Solamente
podemos reconocernos, cuando comenzamos a reconocer a los otros. Si estamos
negados a los demás, entonces estaremos negados a nosotros mismos como una
consecuencia. Y esto solamente nos lleva a fondos de dolor insoportables, en
esa frustración y sed que se está quedando… olvidada, porque incluso nos
olvidamos que tenemos ese sentido.
LA POESÍA COMO UN
DIARIO ESPIRITUAL
Deana Molina nació en Mérida, Yucatán; sin
embargo su vida ha transcurrido entre Ciudad Obregón, Sonora (donde creció), la
capital de Chihuahua (donde estudió Química), San Cristóbal de las Casas,
Chiapas (donde pasó largas temporadas en la casa de sus abuelos). Y desde hace quince
años ha vivido entre Zapopan, Guadalajara y Tonalá. A Tonalá llegó hace ocho
años. Es allí donde, en su casa que mira hacia el bosque de la cañada —a lo
largo del día—, responde a mis preguntas.
¿Es la poesía un
diario espiritual?
Sí, la poesía es un diario espiritual que
se escribe desde los sentidos de nuestro corazón, sitio que nos centra en
nuestro origen del todo universal habitándonos para proveernos de esa voz y
esas palabras plenas de verdad y belleza
que nos hacen fuente de paz y entrega
total hacia el entorno y hacia nuestro propio ser humano. Con esa voz
entonces escribimos, registramos los instantes y nos abandonamos al viento
hasta anularnos por el otro, colmados de amor.
Cuando se escribe
un poema ¿quién escribe?, ¿quién dicta el poema?
Escribe el todo; dicta el poema la voz más
profunda del ser que nos habita y emana la visión del todo a través nuestro con
palabra certera, amable y firme como el mejor perfume; discreta, seductora y
bella: inevitable ante su belleza y luminosidad.
¿Qué es lo que no
se puede decir con el lenguaje?
El lenguaje por sí mismo, creación humana,
es limitado. Pero la comunicación, vibración estremecedora que nos rinde y hace
rendir ante el impacto de la suma que somos desde la creación hasta el
presente, desde el todo incidiendo en uno, es la artífice de las emociones
creadas y recreadas para uno y para todos, con nuestra voz y la de todos
aquellos a los que nos debemos, haciéndonos uno; seres capaces de tomar lo
limitado de aquí para promover lo ilimitado de siempre.
¿El poeta es un
vidente?
Sí, el poeta es un vidente capaz de emitir
los dictados de los tiempos en esencia y forma con la seguridad de quien se
sabe emisor habitante del silencio de sí mismo y voz de cada uno cuando el
tiempo armonioso se unifica.
POEMA Y MEMORIA
Sigo a Deana por estrecho el pasillo de la
casa. Va a la cocina. Hace lo necesario ya que hoy espera a sus nietos, a su
hija y su yerno. Es un día especial, porque hará una fiesta familiar por el
cumpleaños de su nieta, quien cumple nueve años. Comenzó a amar la cocina “leyendo
libros de recetas”, me ha dicho, “pero no cocinaba: comencé cuando llegué a
Guadalajara, antes nunca lo había hecho…”.
Al poco tiempo ya comienzan los aromas,
invaden el espacio.
¿Cuál es la
función de la poesía en los tiempos de la información?
Creo que la función de la poesía es asir a
la sabiduría para conservarla vibrante en medio de la diversidad de conceptos y
datos que se emiten desde las cuerdas bucales para los oídos que no oyen, los
ojos ciegos y los sufrientes ignorantes de las emociones que navegan
desesperados por encontrar el mar desde la regadera de la tecnología o
tecnicismos. La poesía es inmortal, paciente y suficiente para ir al encuentro
de cada uno en el silencio propio.
¿La escritura del
poema es una artesanía del lenguaje?
La escritura de un poema es un arte del
lenguaje; es una voz para todos y una voz para cada uno cuando se comunica el
espíritu desde el corazón del universo que nos habita y unifica desde ese
lenguaje materializado en alguna forma de expresión como la escritura, por
ejemplo. Hacer silencio es un poema que asoma y se registra a través nuestro y
no desde nosotros, tan limitados y mínimos.
Me lee, entonces, un poema de su libro
(aún inédito y próximo a publicarse): Presagio
de certezas.
AUSENCIA DE
DISTANCIA
y de tiempo es tu
rostro
—desde el paso
conjunto
por los
algodonales
que teñían de
blanco
y verde el
horizonte
ardiente del
verano:
el cielo como
fuego
sobre nuestras
cabezas
bañadas de dorado;
y tu mano en mi
mano
siempre, tejiendo
historias
de pan tras la
compuerta,
el huerto y los
maizales
de rubia
cabellera—,
ausencia de
temores
verme inmerso en
los lagos
profundos de tus
ojos
negros, pero
brillantes
como el manto
estrellado
de los campos
nocturnos
donde juntos
sembramos
sueños bajo el
arrullo
de la lluvia, las
ranas,
los grillos y chicharras
entre las
luciérnagas
que se quedaron
dentro
como el pasado
grato:
los campos de
algodón,
los cielos
despejados
hasta la palidez,
la llama del
quinqué
centrando nuestra
sombras
y tu cuerpo, y tu
voz
que aún cimbran mi
memoria
en momentos como
éste:
noche de lluvia
intensa
rodando por las
hojas
de un árbol
solitario
perdido en la
ciudad,
sus luces y
motores.
POESÍA Y REALIDAD
En “Siete apuntes preliminares”, título
del prólogo que escribió el poeta y ensayista Luis Vicente de Aguinaga, para el
libro de Deana Molina, describe:
Dos cuerpos —uno
todo exterior, todo interior el otro— conviven, combaten y se complementan a lo
largo de La suma azul. Me refiero a
dos concepciones del cuerpo, a dos formas de comprenderlo y de representarlo.
Uno es el cuerpo ajeno, hasta cuyos bordes podemos acercarnos y que siempre,
invariablemente, nos impedirá fundirnos al final con él: cuerpo que vemos, que
tocamos y olemos, que se nos presenta desde fuera. El otro es el propio cuerpo,
el nuestro, el que somos nosotros mismos y del que debemos escindirnos
(reflejándolo en un espejo, separando carne y conciencia, imaginándolo,
comparándolo con otros cuerpos) para sentirlo, ya que a sí mismo no se huele,
no se ve, no se toca. Cuerpo, el interno, que anhela ser externo. Cuerpo, el
externo, que anhela ser interno. El externo, el ajeno, es “frágil energía”. El
interno, el propio, es “intimidad que intuye”. Energía, la del primero, que
aspiramos a volver nuestra. Intimidad, la del segundo, que deseamos inocular al
cuerpo ajeno. Íntima energía. Enérgica intimidad.
¿Por qué escribe
Deana Molina?
Escribe porque no puede contener al
universo y la historia total del hombre en su pequeñez; escribe porque al
abrirse a la poesía se anula y entrega rendida a la voz capaz de arrullarla y
arrullar a todos en los brazos amorosos de la sabiduría que no planta como
personas en un mundo sinsentido donde el sufrimiento asedia y se muestra como
sombra indeseada. Deana ve la luz, persigue la luz, comunica la luz y la
registra para sí y quien la desea, como sendero de plenitud. Deana no es luz ni
poema. Deana es escritora, instrumento del lenguaje palabra a palabra. Por eso
escribe. No es voluntad ni voz propia, es simplemente voz de la Voz luminosa.
¿Cuáles son los
elementos de tu poesía?
Los elementos poéticos que registro se
encaminan al sentido del ser, entre los filos de las sombras y la certeza
luminosa de la palabra, el entorno y la suma de sus procesos. Desde un
perseverante colibrí, el abrigo leve de una lluvia, la danza de las amapolas,
la calle, los senderos, la cocina o la sonrisa seductora esparciéndose en el
otro como aroma predilecto de contagiosa alegría, gozosa alegría. Mi poesía
incorpora la mirada ajena, el sentir ajeno y el indomable deseo de saberlos y
sumarlos, de tocarlos con el lenguaje como puente hacia el origen, hacia el fin
y sentido, desde la poesía como pira del sofocante dolor del no ser para ser.
¿La poesía
describe tu realidad?
La poesía no soy yo, no es mi realidad ni
mi historia, aunque parezca hacerme partícipe. La poesía se vale de lo que soy
y visiono desde el todo y nada que soy.
LA LUNA ESTÁ ALLÁ
AFUERA, EN EL BOSQUE
Llegada la noche, y amanera de descanso,
la poeta Deana Molina lo que hace es ir hacia el piano. Sus manos se deslizan
entre las negras y blancas. Y surge una deliciosa melodía —“Mis ojos te
adoraron”—, que invade la casa, luego se va hacia la ventana de la sala y sale
hacia el bosque, donde la luna tiende sus hilos hasta iluminar el oscuro
bosque…
Un retrato a lápiz hecho por el pintor y
muralista Héctor Martínez Arteche parece mirarla desde el pasado. Es la una de
la madrugada del lunes —hace frío en esta parte del mundo.
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