Carlos Ornelas
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Suponen que los actores políticos alrededor del mundo comparten principios con
respecto a los fines de la educación y las aspiraciones de reforma educativa.
Los
teóricos de la cultura mundial tienden a ver la evolución de la sociedad
siempre propensa al equilibrio. Suponen que los actores políticos alrededor del
mundo comparten principios con respecto a los fines de la educación y las
aspiraciones de reforma educativa para impulsar usanzas escolares acordes con
los fundamentos de la modernidad. Al hacer el análisis de la Reforma Educativa
mexicana, apuntarían que sus propuestas embonan con las inclinaciones de cambio
institucional en boga en el ambiente global; cuya influencia en el entorno
nacional es legítima.
Los
partidarios de esta corriente basan la mayor parte de sus análisis en el
neoinstitucionalismo sociológico. Las particularidades de las naciones indican
cómo las tendencias globales se adaptan en las culturas locales. Lo denominan
isomorfismo, por la tendencia a seleccionar herramientas similares y arrojar
resultados parecidos. El acoplamiento flexible es otro de los conceptos que
estos académicos diseñaron para tomar en cuenta la acción de individuos y
organizaciones en las escalas nacional y mundial. Por ejemplo, esta idea
engarza bien para dilucidar la adaptación de las ocho sugerencias de la OCDE
para el desarrollo del servicio profesional docente y cómo, con las
modificaciones que dicta la cultura local, contribuyeron a la elaboración de
dos nuevas leyes. Empero, según la misma visión neoinstitucionalista, no hay un
isomorfismo general, pues las circunstancias e intereses de grupos,
instituciones e individuos, tanto en el contexto nacional como en los
diferentes entornos locales, modifican los patrones y transcriben de diferente
manera los modelos globales.
El
acoplamiento flexible acaso permitiera explicar cómo el gobierno de Peña Nieto
—al principio de su mandato— pudo articular los intereses de los grandes
partidos en una agenda de reformas. Los proponentes del Pacto por México
recurrieron al símbolo de PISA para empujar por mejoras en la calidad de la
educación, pero el ensamble de las propuestas se asentaba en la exigencia
política de recuperar la rectoría de la educación. La cultura institucional que
el régimen de la Revolución Mexicana instauró favorecía los intereses de
asociaciones corporativas.
La
reforma acopló el empeño de grupos que, bajo el influjo de la cultura mundial,
querían introducir normas uniformes, metas comunes, evaluación de resultados y
rendición de cuentas, así como estipular sanciones para quienes infringieran
las reglas formales. Pero, al mismo tiempo, el gobierno actuó con flexibilidad para
incorporar a varios círculos al carril de la reforma, pero con diferencias de
grado. Por ejemplo, disciplinó al Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación al encarcelar a Elba Esther Gordillo, pero negoció con la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y le ofreció canonjías,
hasta que ésta rebasó los intereses institucionales del Estado.
Por
otra parte, el gobierno central no podía poner en una misma sintonía a los
gobernantes y a los administradores de la educación básica en los estados. Por
ello, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, negocia con los
gobernadores agrupados en regiones, en lugar de nada más actos de valor
simbólico en la Conferencia Nacional de Gobernadores, pero ineficaces para
alcanzar acuerdos.
El proceso
de implementación —como denominan a la ejecución de políticas, autores que usan
la teoría de la cultura mundial— se flexibilizó según las realidades
circundantes. Pero, de cualquier manera, manifestarían, el modelo internacional
de reforma educativa produce efectos que hacen que la reforma mexicana se
acerque más a la tendencia global. Marcha hacia el isomorfismo, no a la
homogeneidad.
Aunque
los teóricos de la cultura mundial aportan ideas, aseguran sus críticos,
ignoran patrones de dominación y reducen la oposición a las reformas a visiones
premodernas. No explica con suficiencia la Reforma Educativa.
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