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martes, 26 de septiembre de 2017

Juan Villoro, como la tribu


 



Ricardo Sigala


Juan Villoro es un escritor y periodista reconocido ampliamente en el ámbito de la lengua española. Derivado de sus intereses y de sus necesidades de comunicación ha practicado una multiplicidad de géneros y su producción es abundante. Es autor de cerca de cuarenta títulos entre novela, cuento, ensayo, crónica, teatro y libros infantiles. Desde la publicación en 1980 de La noche navegable hasta Apocalipsis (todo incluido) de 2014, Juan Villoro ha venido construyendo una obra constante y múltiple, tanto desde la ficción como desde la especulación ensayística, y especialmente desde la crónica, en la que se ha convertido en una de las voces más importantes de la actualidad.


Podemos remontar su arqueología literaria a los años setenta. En 1974 publicó la plaquette Mariscal de campo, que incluía tres cuentos. Para 1975, cuando todavía no era Juan Villoro, sino Juan Antonio Villoro, participó en el libro Zepelín compartido publicado por las Ediciones de la Revista Punto de Partida. Hacia 1977 con apenas veinte años, publicó (junto con Claudia Aguirre Walls) en los emblemáticos cuadernillos del Material de Lectura de la UNAM, el volumen titulado La poesía en el rock. En él incluía traducciones de Bob Dylan, Jim Morrison, Frank Zappa, David Bowie, Paul Simon, entre otros. Esa primera entrega se vería ampliada tres años más tarde con el libro El rock en silencio. Entre 1978 y 1981 Villoro colaboró en Radio Educación en el programa El lado oscuro de la luna, en el que realizó los guiones durante tres años.

            En este breve sumergirse a los orígenes de la obra de Villoro, encontramos que la cultura del rock, la traducción y el periodismo, serían las bases sobre la que se comenzaría a armar el corpus villoriano. En los años ochenta nuestro autor emprendió un significativo trabajo de traducción. Sergio Pitol le había dicho “ninguna enseñanza supera a la de la traducción porque es la única forma de meterse en las tripas de un libro, de conocer cada una de las decisiones que tomó el autor y de seguir paso a paso sus intuiciones”, es decir la traducción como atajo y cimiento del arte de escribir. Villoro tradujo, pues, del inglés a Graham Greene y a Truman Capote; y del alemán a Goethe, Heiner Müller, Gregor von Rezzori y Arthur Schnitzler. Mención especial merecen los Aforismos de Georg Christoph Lichtenberg, no sólo porque puso al alcance de lector español una versión bien cuidada, meticulosa, de una obra que destaca por la agudeza mental del alemán y por los rasgos de fino y penetrante humor, sino porque es posible percibir la gran influencia que estos pequeños vendavales de creatividad, ingenio e ironía han ejercido en la prosa que Villoro ha venido refinando al paso de los años.

            Con Tiempo transcurrido, en donde conjunta la literatura y el periodismo con lo que llamó “crónicas imaginarias”, consolida su trabajo con el rock y la cultura juvenil. Se trata de un línea que tendrá ecos en su futuros trabajos como en la novela Arrecife y la obra de teatro Desde Berlín (Lou Reed); pero además, en este experimento narrativo, agregó un interés que definirá una ruta permanente en sus trabajos: el afán de explicarse la complejidad del presente nacional, nuestras paradojas, nuestros atavismos. Una considerable parte de sus empeños como escritor se asomarán a este escenario desde distintas aristas: desde en tráfico de córneas en El disparo de argón; las experiencias de naturalización de la violencia, el telón del fondo del narcotráfico de Arrecife; y por supuesto la derrota del PRI en el año 2000 y advenimiento de las fuerzas conservadoras del país en El testigo.

            A finales de los ochenta, aparece Palmeras de la brisa rápida, la crónica de un viaje a Yucatán en busca de sus orígenes; es esta la primera piedra de su trabajo de cronista en el que destacará sobre todo cuando escribe de futbol, de arte, literatura, política, cuando construye perfiles o documenta su experiencia en el terremoto de Chile de 2010.  El Villoro cronista es el que mejor comunicación ha establecido con sus lectores.

Juan Villoro teorizó sobre la crónica contemporánea y la definió como el ornitorrinco de la prosa, porque, dice, algo tiene de novela, reportaje, cuento, entrevista, teatro, ensayo, e incluso autobiografía. Me atrevo a aseverar que el conjunto de la obra de Villoro tiene esta misma vocación, es un ornitorrinco, sí, por la suma de los géneros que practica; pero, sobre todo, por la versatilidad de sus intereses, por los distintos enfoques que explora el autor: el aficionado al rock, el fanático del futbol, el apasionado lector de literatura, el sociólogo, el traductor del inglés y del alemán, el escritor de literatura infantil, el periodista, el profesor, el ensayista, el maestro oral, el explorador de la mexicanidad contemporánea, el ciudadano preocupado por los asuntos de la polis.


A lo largo de cuatro décadas Juan Villoro ha creado una prosa marcada por un estilo personal e inconfundible. Ha logrado que varias generaciones de lectores nos acerquemos a sus libros, a sus artículos periodísticos, a la experiencia estética de su oralidad para seguir dialogando con el mundo, como la tribu, congregados ante el fuego.

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