Ricardo Sigala
Juan Villoro es un escritor y
periodista reconocido ampliamente en el ámbito de la lengua española. Derivado
de sus intereses y de sus necesidades de comunicación ha practicado una
multiplicidad de géneros y su producción es abundante. Es autor de cerca de
cuarenta títulos entre novela, cuento, ensayo, crónica, teatro y libros
infantiles. Desde la publicación en 1980 de La
noche navegable hasta Apocalipsis
(todo incluido) de 2014, Juan Villoro ha venido construyendo una obra
constante y múltiple, tanto desde la ficción como desde la especulación
ensayística, y especialmente desde la crónica, en la que se ha convertido en
una de las voces más importantes de la actualidad.
Podemos remontar su arqueología
literaria a los años setenta. En 1974 publicó la plaquette Mariscal de campo,
que incluía tres cuentos. Para 1975, cuando todavía no era Juan Villoro, sino Juan
Antonio Villoro, participó en el libro Zepelín
compartido publicado por las Ediciones de la Revista Punto de Partida.
Hacia 1977 con apenas veinte años, publicó (junto con Claudia Aguirre Walls) en
los emblemáticos cuadernillos del Material de Lectura de la UNAM, el volumen
titulado La poesía en el rock. En él
incluía traducciones de Bob Dylan, Jim Morrison, Frank Zappa, David Bowie, Paul
Simon, entre otros. Esa primera entrega se vería ampliada tres años más tarde
con el libro El rock en silencio. Entre
1978 y 1981 Villoro colaboró en Radio Educación en el programa El lado oscuro de la luna, en el que
realizó los guiones durante tres años.
En
este breve sumergirse a los orígenes de la obra de Villoro, encontramos que la
cultura del rock, la traducción y el periodismo, serían las bases sobre la que se
comenzaría a armar el corpus
villoriano. En los años ochenta nuestro autor emprendió un significativo
trabajo de traducción. Sergio Pitol le había dicho “ninguna enseñanza supera a
la de la traducción porque es la única forma de meterse en las tripas de un
libro, de conocer cada una de las decisiones que tomó el autor y de seguir paso
a paso sus intuiciones”, es decir la traducción como atajo y cimiento del arte
de escribir. Villoro tradujo, pues, del inglés a Graham Greene y a Truman
Capote; y del alemán a Goethe, Heiner Müller, Gregor von Rezzori y Arthur
Schnitzler. Mención especial merecen los Aforismos
de Georg Christoph Lichtenberg, no sólo porque puso al alcance de lector
español una versión bien cuidada, meticulosa, de una obra que destaca por la
agudeza mental del alemán y por los rasgos de fino y penetrante humor, sino
porque es posible percibir la gran influencia que estos pequeños vendavales de
creatividad, ingenio e ironía han ejercido en la prosa que Villoro ha venido
refinando al paso de los años.
Con
Tiempo transcurrido, en donde conjunta
la literatura y el periodismo con lo que llamó “crónicas imaginarias”,
consolida su trabajo con el rock y la cultura juvenil. Se trata de un línea que
tendrá ecos en su futuros trabajos como en la novela Arrecife y la obra de teatro Desde Berlín (Lou Reed); pero además, en
este experimento narrativo, agregó un interés que definirá una ruta permanente
en sus trabajos: el afán de explicarse la complejidad del presente nacional,
nuestras paradojas, nuestros atavismos. Una considerable parte de sus empeños
como escritor se asomarán a este escenario desde distintas aristas: desde en
tráfico de córneas en El disparo de argón;
las experiencias de naturalización de la violencia, el telón del fondo del
narcotráfico de Arrecife; y por
supuesto la derrota del PRI en el año 2000 y advenimiento de las fuerzas
conservadoras del país en El testigo.
A
finales de los ochenta, aparece Palmeras
de la brisa rápida, la crónica de un viaje a Yucatán en busca de sus
orígenes; es esta la primera piedra de su trabajo de cronista en el que
destacará sobre todo cuando escribe de futbol, de arte, literatura, política,
cuando construye perfiles o documenta su experiencia en el terremoto de Chile
de 2010. El Villoro cronista es el que
mejor comunicación ha establecido con sus lectores.
Juan Villoro teorizó sobre la
crónica contemporánea y la definió como el ornitorrinco de la prosa, porque,
dice, algo tiene de novela, reportaje, cuento, entrevista, teatro, ensayo, e
incluso autobiografía. Me atrevo a aseverar que el conjunto de la obra de
Villoro tiene esta misma vocación, es un ornitorrinco, sí, por la suma de los géneros
que practica; pero, sobre todo, por la versatilidad de sus intereses, por los
distintos enfoques que explora el autor: el aficionado al rock, el fanático del
futbol, el apasionado lector de literatura, el sociólogo, el traductor del
inglés y del alemán, el escritor de literatura infantil, el periodista, el
profesor, el ensayista, el maestro oral, el explorador de la mexicanidad
contemporánea, el ciudadano preocupado por los asuntos de la polis.
A lo largo de cuatro décadas Juan
Villoro ha creado una prosa marcada por un estilo personal e inconfundible. Ha
logrado que varias generaciones de lectores nos acerquemos a sus libros, a sus
artículos periodísticos, a la experiencia estética de su oralidad para seguir
dialogando con el mundo, como la tribu, congregados ante el fuego.
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