I
En Memoria y olvido, el escritor
zapotlense definió a la erupción del Volcán de Colima como “una leve experiencia
pompeyana”. Alrededor de ésta, y en general del coloso de fuego, giran muchos
de sus textos, pero en particular en La feria hace un retrato despiadado e irónico de su pueblo natal y
sus habitantes
¿Va a nacer un volcán? ¿Un río de fuego? ¿Se alzará en el horizonte una
nueva y sumergida estrella? Señoras y señores: ¡Las montañas están de parto!
Juan José Arreola
“Parturient
montes”, Confabulario
Como una terrible premonición, pero basado en la ciencia —su tío José María fue vulcanólogo—, Juan José Arreola en el prólogo a su libro de cuentos Confabulario (“De memoria y olvido”) —publicado en 1952— nos remite al pasado, al presente y al futuro de la actividad del Volcán el Colima: “En 1912 nos cubrió de cenizas y los viejos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana: se hizo la noche en pleno día y todos creyeron en el Juicio Final. Para no ir muy lejos, el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos y fumarolas. Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos tomaron la temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada y nos tranquilizaron en plan científico: esta bomba que tenemos bajo la almohada puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos diez mil años”.
Arreola, quien nació
en Zapotlán el Grande —que, como todos sabemos, está situado al pie del Nevado
y el Volcán de Fuego—, desde muy temprano en su vida supo lo que era ver la
blanca nieve y, es claro, la ardiente lava derramarse por las laderas del
coloso. No es casual, entonces, que una buena parte de su única novela, La
feria (1963) sostenga una divertida comedia en la que involucra a los
pobladores —se dice que la mayoría de los personajes tuvieron una vida real
antes de ser parte de la ficción literaria, de literatura— y da fe de sus
experiencias con el volcán...
—¡Jaque al rey!
—Óigame don Epifanio,
se me hace que está temblando…
—Yo le dije jaque.
Usted muévase, y luego vemos si está temblando o no…
Es así como Arreola
introduce el tema en la novela, para ir luego a fondo y darnos, de manera
jocosa, lo que en la vida real al día de hoy pudiera ser para muchos una “leve
experiencia pompeyana”, que solamente quienes hemos nacido y vivido allí —bajo
esa amenaza cotidiana— podemos comprender a cabalidad.
Pero, de la posible
tragedia, lo mejor es sacarle su lado amable y contar la historia, las
historias con el mayor humor, algo que —quién lo diría— Arreola tan serio
siempre, supo darnos y a manos llenas. Porque La feria es una
de las novelas más divertidas que se hayan escrito en México.
Ir y luego volver.
Nacer y después salir de Zapotlán el Grande para, pasado el tiempo, regresar,
es como abrir las páginas de La feria y saber que se funden en
una sola memoria la realidad y la ficción. Ir al pueblo y dormir a pierna
suelta pese a que podría desatarse la catástrofe, es postrar la cabeza en una
almohada que guarda la Historia de la humanidad y la propia historia de la
literatura mexicana. El peso de nuestro sueño, dicho de otro modo, es el mismo que
tuvieron los antiguos pobladores de Zapotlán, pero desde 1963 hay un agregado:
se puede volver una y otra vez cada vez que leemos la obra de Arreola y
mirarnos en los personajes porque somos ellos, somos los confesores de nuestros
pecados, atemorizados por los temblores de la tierra.
Arreola supo captar de
manera increíble un retrato de los zapotlenses, no en balde Carmen de Mora
Valcarcel —de la Universidad de Sevilla, España—, en un espléndido análisis
refiere: “La feria pertenece al género de las apocalipsis de
bolsillo y, por lo tanto, es natural que sus páginas recojan fragmentos,
textuales o deformados, de la más variada tradición oral y escrita, procedente
sobre todo de Ezequiel y de Isaías, de los Apócrifos, del cartulario colonial y
de los anales de un pueblo imaginado al sur de Jalisco”, pues “alberga en su
estructura fragmentada un panel con todos los registros posibles de la realidad
zapotlense. Este plano de objetividad abarca: espacio, sociedad, moral, usos y
costumbres, cultura y supersticiones”.
DE LA BOCA DE LOS PECADORES
El centro de La feria es el texto la Confesión
del pueblo después del temblor; es el punto neurálgico y la fuente de todos los
saberes de Zapotlán el Grande. La Confesión es uno de los escritos más bellos
de la literatura mexicana y, también, uno de los más escalofriantes: una
polifónica descripción espiritual de sus nativos, proferida por ellos mismos.
Son pecadores los que hablan. Es un recuerdo del Infierno de Dante; es un
acercamiento al Decameron de Boccaccio; es la expiación y la
expulsión de todos los demonios… Sapos y culebras, desviaciones, lucubraciones,
deseos contenidos de toda la vida. La Confesión es peor que la catástrofe
causada por el volcán: si unos a otros se hubieran escuchado con toda seguridad
se habrían matado. O tal vez la orgía verbal los hubiera unido. Todos los
pecados y todos los pecadores. Todas las maldades y todos los deseos. Un coro.
Una “gran confesión colectiva de todo Zapotlán”.
“Haciendo un pequeño
cálculo resalta que la tercera parte de todos los pecados confesados son de
tipo sexual. Homosexualidad, adulterio y fornicación resultan los más
importantes. Lo que llama la atención es el interés en hacer el acto sexual con
animales…”, aclara un texto del Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias
titulado “La feria: México sagrado y profano”, que no firma algún autor
específico, pero que detalla las más de ciento treinta y cinco vertientes de la
novela.
Es y no es lo esencial
el temblor. Lo es porque éste detona otro más profundo, y no en la tierra, sino
en los espíritus. Se revela la verdadera fragancia de los perfumes que hacen lo
espiritual y los “pensares” cotidianos de la gente. Logra hacer una erupción de
la Verdad y los zapotlenses se quitan las máscaras ante el confesionario. Se va
la hipocresía cotidiana y se establece lo más horrendo del ser, de los seres.
—Me acuso Padre de
Todo. ¿Cómo que de Todo? Sí, de Todo, de todo… Yo no puedo absolverte así nomás
de todo… Barájamela más despacio… pues ái le va…
Ahora que en los días recientes
el Volcán de Fuego ha vuelto, puntual —y cíclico— después de cien años, a
lanzar sus cenizas y fumarolas, lava y estruendos y temor en los habitantes del
pueblo, sería muy propio recolectar las Nuevas Confesiones, y hacer un apéndice
apócrifo a La feria de Arreola, porque de los advenimientos,
de las tragedias, de las amenazas de muertes colectivas de esta reciente y
terrorífica “leve experiencia pompeyana”, que el fabulador de Zapotlán nos
contó hace ya más de cincuenta años, podría volverse a reunir la Verdadera y
Real Historia de Zapotlán en boca de los pecadores. Historias sencillas y
terribles vendrían provocadas por las erupciones del coloso de fuego.
“El terremoto da
ocasión a una fervorosa explosión de confesiones multitudinarias, casi “in extremis”
—advierte Rosa M. Cabrera en su ensayo “La feria de Juan José
Arreola: la picaresca como manifestación colectiva”—. Los confesionarios son
insuficientes para el desbordamiento de arrepentimientos, terrores y
remordimientos. Es precisamente a través de la exaltación religiosa que logra
Arreola sus más notables efectos en la utilización del lenguaje como
instrumento de la picaresca. En las confesiones conocemos las canalladas de
muchos, reputados como ciudadanos honorables. Los atropellos, abusos y crímenes
se conocen en todos sus detalles de labios de sus propios autores. Hay, por
otra parte, las confesiones de los ingenuos, que llenos de traviesa malicia
adolescente, dan cuenta de sus pretendidos pecados que no tienen otro carácter
que el de anécdotas picarescas y divertidas. Debe observarse que la mayor parte
de las confesiones giran alrededor de los pecados del sexo, exacerbados por la
imaginación y llevados en algunos casos a interpretaciones versificadas en
coplas o refranes. En la religión se observa la estratificación social en el
tratamiento de los hombres, pero en el confesionario las almas aparecen en su
prístina desnudez, igualadas por la amenaza destructora del terremoto, al que
consideran como un ensayo del Juicio Final”.
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