>Los
conjurados
Ricardo
Sigala
El 27
de febrero de 2010, el escritor Juan Villoro sobrevivió al terremoto de 8.8
grados en Chile. Ese mismo año publicó una extensa crónica de su experiencia en
el libro 8.8. El miedo en el espejo. Ahí el escritor mexicano asegura que “Los
terremotos representan un striptease moral. Lo peor y lo mejor salen a luz.”
Eso pasó en el terremoto en Chile en 2010, pero también había sucedido en la
Ciudad de México en 1985, un suceso que tuvo consecuencias más allá de la
tragedia de miles personas muertas y otros cientos de miles de damnificados.
Pues el sismo del 85 también tuvo réplicas sociales. La ciudadanía demostró una
mejor capacidad de respuesta que las autoridades políticas, y socialmente
nuestro país no volvió a ser el mismo, por primera vez en muchos años el pueblo
comenzó tener un peso real en las decisiones del país. Ese suceso representó el
surgimiento de organismos civiles que comenzaron a exigir cuentas al gobierno;
la ruptura del priismo; el advenimiento de la oposición política, tanto en la
izquierda como en la derecha; y una nueva cultura política, nació el IFE y tres
años después el partido de Estado se vio obligado a montar una maquinaria de
fraude electoral sin precedentes.
El martes pasado justo cuando se cumplían 32
años de aquel sismo histórico. La historia se volvió a repetir. Un sismo de 7.1
grados sacudió la Ciudad de México, los estados de Morelos, Puebla, Oaxaca y el
Estado de México. Nuestra condición telúrica es reincidente y nuestra capacidad
de sobrevivencia también. Hemos visto la destrucción y el dolor, la muerte y la
incertidumbre; pero también hemos sido testigos de la solidaridad y la
colaboración, de la entrega y las señales que nos hacer tener fe en la
humanidad.
En este
striptease moral, lo mejor que hemos visto se encuentra en la sociedad civil:
una sólida cultura de respuesta ante el suceso; los voluntarios espontáneos,
los emblemáticos topos y otros cuerpos de rescate. El apoyo inmediato con
víveres y equipo. Las redes sociales usadas como una brújula informativa y como
balanza de la conciencia, el orden y el respeto. Médicos, enfermeros,
ingenieros y profesionistas ofreciendo sus saberes. La gente abriendo sus casas
con un plato, un techo o un colchón a los afectados. Los actos de heroísmo
anónimo. Y hasta los buenos gestos de las naciones solidarias.
Por
desgracia las cosas negativas que ha mostrado el temblor de este martes no son
novedosas: la lenta respuesta de las autoridades; la politización de la
tragedia; la insensibilidad de ciertos altos mandos; la ocasión de algunos para
hacer proselitismo; la resistencia de los políticos para destinar dinero
público a la causa; la desinformación mediática; las farsas construidas a
manera de reality show por parte de Televisa; el mal uso de los donativos, su
robo incluso; pero lo más lamentable es la corrupción y negligencia en la
construcción de edificios fuera de la norma.
La
experiencia del pasado martes está siendo como en el año 85, un sismo que
deberá tener consecuencias sociales, porque nos muestra de manera dramática, que
la incapacidad de los políticos, su insensibilidad y especialmente la
corrupción, no son sólo temas de notas periodísticas ajenas a nuestras vidas,
una tragedia de esta magnitud nos restriega en el rostro el verdadero tamaño
del problema. Muchos de los muertos y sobrevivientes del sismo fueron víctimas
de un movimiento telúrico, pero muchos más están siendo víctimas de la
ineptitud, la insensibilidad y la corrupción de quienes nos gobiernan y sus
cómplices. Estamos en el momento de la sociedad civil. La parte positiva que
somos, la que hemos demostrado ser, debe poner orden, fiscalizar, corregir a la
otra parte que no ha sabido responder.
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