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miércoles, 13 de septiembre de 2017

¿Cuánto es lo menos?



Samuel Gómez Patiño


Mi padre no fue hombre de muchas palabras, por lo menos conmigo. Aprendí más de él por sus acciones o lo que platicaban sus amigos con nosotros. Poco sabia sobre su familia, mis abuelos y mis medios hermanos, no lo compartía sino se lo preguntabas. Me parece que mis hermanos conocen más de él a pesar de ser el mayor de la familia. Más que las palabras su ejemplo dejo huella en mi educación.


            Mi padre fue ingeniero aeronáutico (a veces por contrariarlo le decía que estudió la carrera antes de que se inventaran los aviones, por aquello de su edad), por lo que la mecánica se le facilitaba, el problema era que ya no podía hacer las reparaciones él mismo y su servidor ni siquiera sabía manejar un auto. Mi padre nunca tenía encendido el radio del carro, siempre decía que era la única forma de escuchar bien el motor y saber si algo le fallaba.

            En una ocasión, noto un ruido en el automóvil, por lo que me llevo con él para llevar el auto al mecánico. Cuando llegamos le dijo al dueño del taller exactamente lo que el carro tenía y la pieza que le deberían cambiar. Unas horas después regresamos por el carro y antes de que se lo entregaran les pregunto cuando era por el trabajo.

Son 40 dólares ingeniero, le comento el dueño del taller.
Mi padre le dijo que sólo traía 20 dólares y que eso le iba a pagar. Iniciaron una negociación donde el dueño le comentaba a mi padre que el trabajo tenía un valor de 40 dólares mientras mi padre le seguía diciendo que solo le pagaría 20 porque era lo único que traía.

Después de un rato (que me pareció eterno) el dueño del taller acepto, no de muy buena gana. Entonces mi padre saco de su cartera un billete de 100 dólares y le dijo:
Me da el cambio.

De la pena ni me despedí del mecánico, nunca pensé que mi padre le diera solo 20 dólares, pero al final el pago lo que le pareció justo.
Si hay algo que no me gusta es regatear los precios, por un lado quiero creer que el precio es la justa remuneración a un servicio o consulta de un profesionista; en el caso de los productos y/o servicios también creo que el precio que fijan al público es justo para que ellos obtengan su utilidad deseada y en mi caso pague lo correcto para cubrir mis necesidades. Si así no me parece simplemente no lo adquiero. Quizás por esto no me acerco a lugares donde regatear los precios es todo un deporte.

Hace unos días, andaba de visita en la Ciudad de México y curiosamente a mi cinturón se le desprendió la hebilla (dice mi esposa que no aguanto la presión, quiero creer que se refería a la altura de la capital). Andábamos por la Alameda Central entre puestos ambulantes cuando en uno de ellos nos encontramos que vendían cinturones y preguntamos el precio:
120 pesos cada uno.

Se miraban bien y había de los colores que necesitaba y con hebillas como me gustan (ya que por lo general visto traje), el vendedor me vio con cierta indecisión por lo que dio otra oferta:
Llévese dos a 100 pesos cada uno.

Y los compre. Ya me parecía un buen precio los 120 pesos por uno, llevarme dos por 200 pesos y ahorrarme 40 fue ganancia. Como comente anteriormente, regatear no es lo mío, pero estoy seguro que el vendedor si sabe trabajar con los profesionales del regateo. A mí sólo me convenció con la oferta, dirían en EUA “a piece of cake”, si me gusta lo adquiero, si pienso que el precio es justo lo compro.

¿Cuánto vale lo que hago?, depende de muchos factores. Me parece que fijar el precio de cualquier servicio y/o producto debe ser un valor de justicia. Tengo una necesidad, por ejemplo eliminar un dolor de muelas, entonces busco al profesional que me pueda ayudar. Puede ser un joven por egresar con falta de experiencia, quizás prestando sus prácticas profesionales, a punto de egresar, o voy a un consultorio con un cirujano dentista especializado en una rama específica, quizás hasta con posgrado, con algunos años de experiencia en su ramo. Claramente el precio del servicio no será igual, y el paciente de acuerdo a lo que considere justo para él acudirá con uno o con el otro y desembolsara lo necesario para evitar seguir con las molestias.

Ahora sí que fijar un precio puede ser un verdadero dolor de muelas.
La próxima semana, “Corro con color o con espuma”.

            La próxima semana, no me gusta el regateo como estrategia de precios.
                       
Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño

*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana

Universidad Autónoma de Baja California

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