Vivir consiste en construir futuros
recuerdos.
Ernesto Sábato
Bajaba —lo recuerdo bien— de la
mano de mi padre por la polvosa calle de Juan N. González, que luego tornó en General
Lázaro Cárdenas.
Me evoco feliz. Era una mañana de
domingo yo creo del mes de marzo, porque si la memoria no me falla el alto árbol
de Primavera estaba repleto de flores y la Clavellina —que crecía en la
callecita que justo desembocaba allí— espigaba sus extrañas puntas rosadas y
daban una tonalidad inigualable a esa mañanita de claro sol que hacía brillar,
seguramente, mi rostro y el de mi padre.
Mi alegría de niño de seis años era
única. Caminamos bajando la loma hasta llegar a la calle Caño donde había una
fuente pública: la gente del barrio de la Cruz Blanca se surtía de agua. Allí mi
alegría creció más: a lo lejos se alcanzaba a ver un fragmento del dibujo del
Jardín Principal y era hacia ese punto a donde nos dirigíamos con pasos lentos
pero firmes.
Después de la tienda de abarrotes de
El Güero (en el cruce de calles) ya estaba empedrado y el agua que se escurría
de la fuente pública, donde la gente hacía una fila para llenar sus baldes para,
luego, engancharlos a las mancuernas, lograba que fuera todo brillante. Ese
fulgor de luz lo sentí en mis ojos y ya me desesperaba por llegar al plan de
Belisario Domínguez y seguir y seguir hasta encontrarnos con el jardín que se encontraba
frente a la catedral que desde ese punto de visión se distinguía perfectamente por
sobre lo alto de los techos de las casas del pueblo.
Yo hubiera deseado en ese momento
que el tiempo corriera más aprisa, sin embargo como era domingo todo mantenía
una lentitud. Solamente mi corazón era el que mantenía una aceleración
particular: botaba en pequeños saltos y hoy casi podría jurar que todos lo
notaban, porque —estoy ahora bien seguro— estaba a punto de salirme del pecho y
rodar a toda velocidad hasta llegar primero que nosotros a ese destino al que
nos dirigíamos.
Haciendo un balance de mi vida,
ahora y a mis cincuenta y cuatro años, puedo decir que tuve una infancia feliz
y que fui un niño feliz, pero ese domingo fue muy especial en mi existencia, ya
que era la primera vez que iría al cine.
UNA PRIMERA VEZ
Tuve en mi infancia tres felices
fortunas que fueron “una primera vez en mi vida”. En este orden: ir al cine,
asistir a una función de circo y haber leído mi primer libro (previo a esto fue
aprender a leer). Y esa mañana de domingo de marzo de la mano de mi padre fui
al cine.
Es curiosa la emoción previa a un
acontecimiento. El mundo se vuelve otro y uno se convierte en un ser distinto.
No sabe lo que podrá ocurrir, pero ya lo imagina y entonces uno vibra y esa
sensación pareciera que todo mundo lo notara. Como el niño que fui, esa mañana
iba yo de lo más emocionado y quería que toda la gente del barrio lo supiera,
sin embargo no podía gritarlo a los cuatro vientos porque entonces —así lo
creía yo— ya no sería solamente mía esa alegría que me embargaba. Lo cierto es
que caminaba ya por las calles que me acercaban a la plaza. Mi padre me había
dicho que allí estaba el Cine Juárez. Yo nunca lo había visto. No tenía idea de
su ubicación. Mi única experiencia con una pantalla previa a ir al cine era la
de un televisor en la casa de la señora Natalia, vecina del barrio quien era la
única que tenía tele y todas las tardes abría su casa, extendía espacio en su
sala y justo a las cuatro de la tarde la encendía y un punto en el centro del
cuadro se iba abriendo. Primero pequeño en lo negro, luego cada vez más
visible, ya que antes —ya pocos lo recuerdan— las televisiones de bulbos
tardaban una eternidad en mostrar las imágenes. Entonces ese ritual que costaba
un veinte de cobre, lo había tenido ya, no así asistir a una función de cine.
Ese domingo —lo recuerdo bien—
asistí a la primera función de matiné en la que proyectaron dos películas de
Walt Disney: Pinocho y La noche de las narices frías.
Había en la entrada del cine muchos
niños de mi edad y casi la misma cantidad de padres. Yo me sentía dichoso
(ahora que lo pienso, no sé si iban mis hermanas Tere y Tita con nosotros, no
lo sé). Mi primera visión fueron los muchos niños, luego el olor a palomitas
que nunca se borraría de mis sentidos. Después diríamos cada vez que olía a
palomitas “Huele a cine”. Hicimos una larga fila. Compramos los boletos.
Entramos. Aún iluminado el camino de sillerías, caminamos hasta encontrar
asientos. Después se apagaron, poco a poco, las luces. Se abrieron con
parsimonia las pesadas cortinas rojas, una a una: era varias. Luego una serie
de anuncios para que más tarde diera inicio formalmente la función.
Si me mirara ahora mismo me vería
abriendo ampliamente los ojos y con el cuerpo erizado por la enormísima
emoción. Quizás tomé la mano de mi padre, no lo sé. Pero en la gran pantalla el
mundo que en la tele era en blanco y negro, se hizo de colores.
Ese domingo mi vida cambió para
siempre.
PEPE GRILLO
Quizás porque mi padre me
despertaba muy de madrugada a escuchar las radionovelas y los programas de
Cri-Cri en la XEW, fue que el personaje que más me cautivo fue Pepe Grillo, la
conciencia de Pinocho en la película. O tal vez fueron sus frases que abordan
temas filosóficos —muchos años más tarde lo supe—, pero de esa experiencia
primera con el cine, fue que durante toda mi vida lo he imaginado cerca de mí.
Tal vez, también, fue que me abrió a las dudas… Lo cierto que el filme de
Pinocho me hizo desear ir a la escuela, a la que alguna vez fui. Y puedo decir
con certeza que mi imaginación creció y yo entré a otro mundo esa mañana. Desde
entonces fui otro.
Esa
mañana escuché los diálogos que aún recuerdo:
Deja a tu conciencia
ser tu guía. El mundo está lleno de tentaciones.
—No
olvides de silbar, no basta soplar y al no poder silbar grita.
—¡Pepito
Grillo!
—¡Eso!
Si te estás portando bien y te está tentando el mal, dame un silbidito, dame un
silbidito y siempre tu conciencia triunfará.
—¿Quién es?
—Soy yo.
—
Ah, soy yo.
—Deberás distinguir
entre el bien y el mal.
—¿Bien
y el mal? ¿Y cómo sabré?
—Tu
conciencia te lo dirá.
—¿Qué
es conciencia?
—¿Qué
es conciencia? Te lo diré. La conciencia es esa débil voz interior que nadie
escucha, por eso el mundo anda tan mal.
Después del cine vendrían las
historietas, la escuela, los libros. Lo cierto es que supe desde entonces que
había un mundo más allá. Un mundo exterior, otro interior y que podía yo
moldear mi vida de acuerdo con mis aspiraciones. En ese tiempo no sabía que
existía algo llamado imaginación, pero ya estaba en mí y tardé en ejercerla. No
sabía que existía la conciencia. Tampoco que en el mundo estaba ya, desde miles
de años antes de que yo naciera, el bien y el mal y que tenían un poder en
nuestras existencias.
Desde entonces el cine me sedujo y
me moldeó. De esa experiencia vengo y a esa voy siempre. Aún en mi existencia
hay una fuerte lucha entre el bien y el mal.
¿Hacia qué lado me lleva mi
conciencia en este momento que termino de escribir este recuerdo?
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