>Los conjurados
Ricardo Sigala
El horror. Un supremacista usa su
auto contra una multitud en Charlottesville. El horror. Una mujer muerta y
varios heridos. El presidente de la nación-policía del mundo comparte la culpa
por igual entre las víctimas y los verdugos: es el horror. El fantasma de la
supremacía blanca se hermana con el discurso nazi y tiene cobijo en la sede del
vasto país del norte: el horror.
Una furgoneta se abalanza contra
los paseantes de la Rambla de Cataluña, mueren al menos 13 personas entre
hombres, mujeres y niños, más de cien heridos por el vehículo convertido en
arma. Un grupo fundamentalista se atrubuye el ataque. Estos ciudadanos han encontrado la negra flor
al final de la Rambla. Miro en la pantalla las noticias y emana el horror. El
presidente de Estados Unidos se solidariza amorosamente con los españoles, pero
a las pocas horas vuelve a ser el presidente del copete falso y de la piel
naranja articula que incita a la violencia más salvaje citando a su héroe
carnicero, el general Pershing. En una época en que necesitamos gandhis,
mandelas, lenons, y demás pacifistas, aparece el horror en los dos bandos:
durante años se esperó con temor la llegada de los bárbaros y cuando llegaron
descubrimos que también los bárbaros estaban dentro de nuestras fronteras.
Nunca sabremos si los detenidos en Cataluña fueron en verdad o no los
culpables, las colectividades siempre han estado más necesitados de
ajusticiamientos que de justicia. Y entonces se despliega entre nosotros un
horror más complejo.
En varios países árabes miles de
civiles han muerto, perdido sus hogares, han sido desplazados, otras han
fracasado en su peregrinaje de refugiados, otros han sido maltratados en los
países que los acogen. Niños de todo el mundo mueren o quedan lisiados, sin
patria y sin hogar. Eso es el horror.
El periodista Azam Ahmed escribió
hace unos días en The New York Times: “México se acerca a su momento más
mortífero en décadas: más de 100.000 muertes, 30.000 desaparecidos y miles de
millones de dólares en la hoguera de la lucha contra el crimen organizado, y
las flamas siguen vivas. … En los primeros seis meses de este año ya se han
dado más homicidios a nivel nacional que en el mismo periodo de los últimos
veinte años.” Eso también es el horror.
Colima era uno de los estados más
seguros del país, pero hoy en día en Tecomán mueren en promedio más de 150
personas por cada 100 mil habitantes, mientras el promedio en México es de 17.
Vemos en las redes sociales enfrentamientos en vivo en las ciudades y en el
campo. Estamos en el reino del horror. Los buenos periodistas mueren, son amenazados
o privados de sus medios de subsistencia, a pesar de eso el horror se filtra
como la carcoma en la vida cotidiana. El horror está en casa.
Un día el ejército mexicano dejó de
tener como objetivo al extraño enemigo, al invasor, al usurpador. Hoy su objeto
es el conocido, el cercano enemigo, y su ámbito es doméstico. ¿Cómo podremos
huir del horror? Hace 45 años en la banda sonora de la película Pat Garrett and
Billy the Kid, se escuchó la voz de Bob Dylan, una canción en que un alguacil
en articulo mortis le entrega su insignia a su madre porque es inminente su
llamado a las puertas del cielo. Hoy el mundo parece estar llamando a las
puertas del infierno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario