J. Jesús Juárez Martín
Las
formas de comunicación en los templos se potencian y multiplican en la
intimidad, son lugares propicios a la introspección y meditación. Observar con
detenimiento las caras de los fieles que reflejan fe y esperanza; porque
van atadas en las entrañas de las realidades personales y dolientes de humanos
que buscan en la oración la solución de sus problemas cercanos, porque orar en
esencia es la comunicación directa del yo personal con el principio de
identidad que consideramos divino, es platicar de tú, con Dios, ese Dios que
desconoce el mundo secularizado aunque no lo niegue, pero actúa al margen
de los ordenamientos de conciencia y la materialidad es la que gobierna en las
normas escritas y consensuales.
La
dolencia de los años se intensifica en la acumulación de ellos; cuando se
disminuye la movilidad de las personas porque las extremidades lastiman al
servirnos como aparato locomotor, las posibilidades de alcanzar los objetivos
se ven reducidos , sólo el coraje, y el carácter los llevara a luchar en
terapias para recobrar los movimientos o bien a adaptarse a una situación
irreversible; de momento la concepción personal es trágica , poco a poco al
aceptarse a limitación, se va liberando de los atavismos iniciales y después
llegan a declarar que nada los limita y logran hazañas increíbles.
Son las
personas mayores las que se les reconoce como personas de la “edad dorada”
aunque para la mayoría el color áureo se origina en el peregrinar por el pan de
cada día que cuesta más, y más dificultades tener los alimentos, o el techo que
les resguarde de la inmisericorde intemperie, las medicinas que curen
enfermedades y alejen los dolores, pero lo trágico es la soledad entre la
muchedumbre.
Son
personas en plenitud de sus facultades mentales, algunas familias en su
desintegración, les regatea espacios, bienes, y patrimonio, aunque de ellos
sean las pertenencias.
Su vida
laboral activa llega a su final, la seguridad social y si se jubila la persona,
prácticamente es imposible reanudar una aventura de trabajo nuevo. Queda su
experiencia y si es valiente afronta empresa productiva tal vez con éxito.
Los
ciclos biológicos de los mayores de sesenta años, de ordinario se rodean de
nietos y se coronan de canas, sin impedir que se haya llegado a ser bisabuelo,
no lo dude, de todo hay ¿tatarabuelos?
Agosto
es el mes de la senectud, una senectud, lúcida, sentimental, incomprendida y
que, aunque tenga potenciales enormes de desarrollo en la mayoría se sepulta o
se autodestruye prematuramente. El afecto, la fe, la esperanza, y la
convivencia son los antídotos para un final precipitado. Celebrar su mes
añorando es un error, hay muchas formas de reconocer su valía y de
reconocimiento a una vida de entrega a favor de una familia, de la construcción
de una comunidad. El error fue el no haberse incluido como elementos vitales de
esas comunidades y que una sociedad no les reconozca su lugar, su
pertenencia.
La
tercera edad significa en nuestro mundo globalizado, moderno e insensible, una
etapa que acelera la despedida definitiva, cuando puede ser disfrute de la vida
otoñal; cuando se deja de ser protagonista de primera fila en la familia, el
trabajo, la política y la sociedad, pero actores al fin. Compartir su ocio
creativo, acompañar sus aventuras, celebrar l vida cada día, serán formas de
motivación a su venturosa existencia porque los límites de la vida digna, nadie
la fija y la calidad de ella tal vez sea más personal, pero no está de por más
que el grupo también participe de la ambientación de afecto comprensión como
cápsula de seguridad.
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