>Los conjurados
Ricardo Sigala
Vivimos una época
que tiende a abolir la privacidad. No me refiero sólo las antiguas prácticas de
espionaje por parte de los Estados nacionales, tanto a sus enemigos externos
como a sus ciudadanos. No, me refiero a un mundo en el que las redes sociales permiten
y además promueven husmear en la vida de los otros. Esta cultura ha generado un
tipo particualr de voyerismo de la vidad social.
Sabemos incluso lo que no nos
interesa saber porque nos aparece en nuestras nocticias de facebook, pero
además también nos enteramos de cosas que nuestra curiosidad, en ocasiones
patológica, nos induce. Para muchos ésta es una forma de vida y de realización
y, hay que reconocerlo, en ocasiones resulta muy incómodo irrumpir en la vida
de la gente, pero esto empeora cuando los papeles se invoerten y somos nosotros
los vigilados. La cultura de las redes sociales tiene como naturaleza esta
condición de exhibicionismo y de su complemento voyerista.
Más allá de las
redes sociales, aunque desde luego éstas juegan un rol importante, en nuestro
país se suele practicar un tipo de voyerismo sui generis, podríamos hablar de voyerismo materialista. Éste
consiste en obtener un placer desmedido y morboso en husmear en las fortunas de
los ricos, en conocer su desmedida acumulación de su riqueza, sus ostentosas
vacaciones y las onerosas compras que los caracterizan. Dicho vouyerismo
despierta indignación en algunos, pero tarde o temprano vuelven a caer en la
tentación de meterse en esa intimidad. Para otros se trata de un placer que
suele ser una mezcla de admiración y de envidia, un secreto ahnelo de estar en
el lugar del privilegiado. Ese sentimeinto es tan poderoso y avasallador que no
nos importa el origen de dicha riqueza, si ésta emanó de influencias, contratos
ventajosos, de la evasión de responsabilidades cívicas o legales, de la
explotación de trabajadores o de la omisión en los derechos humanos o del
respeto a la ecología; no importa si esa riqueza nació de fraudes, del lavado
de dinero, del narcotráfico, de la defraudación, de la corrupción
politica. Quienes gozan de este tipo de
voyerismo, secreta o abiertamente, quisieran estar en el lugar de esos hombres,
los más ricos y poderosos del país y del planeta, es secundario que se trate de
delicncuentes, de narcotraficantes o de políticos corruptos. Y ésa es cada vez
con más frecuencia la gran aspiración arribista de las clases medias y bajas de
nuestro país.
Yo me reconozco
también voyerista, un tipo de vouyerista particular, que está alejado de las
tendencias y de la cultura dominante. Yo también tengo placer en indagar en la
vida de ciertas personas que me parecen intersantes, y confieso que también me
gustaría tener algo del capital que les envidio. Me gusta asomarme a la vida de
gente culta, educada, creativa, imaginativa; de personas que hacen de sus vidas
una cruzada en pos de la cultura y la civilización, esos individuos por lo
general solitarios me resultan en verdad inetersantes. En nuestra ciudad podría
nombrar a varios: uno es el Vicente Preciado Zacarías, cuya obra y trayectoria
es muy conocida. Pero hay otros que me resultan cercanos y admirables también.
Eduardo Etchart y Héctor Olivares. El otro es César Anguiano, quien tiene
publicados ocho libros y ha escrito otra veintena; que ha obtenido becas de
creación y ganado concursos literarios regionales, estatales y en el
extranjero, que ha vivido en varias ciudades del mundo para enriquecer su
formación literaria, que lee en tres idiomas y es una gran coversador. César
Anguiano ganó el Concurso Estatal de Cuento Colima 2015 con su libro titulado Ruleta rusa, y la Secretaría de Cultura
de ese estado ha publicado el libro. El viernes pasado se presetó en Ciudad
Guzmán. Volví a leer el libro porque es una forma de husmear en la mente del
escritor, y de apropiarme de ese capital inmejorable que es su experiencia
estética, su visión de mundo y sus conceptos sobre la condición humana. Yo me
asomaré por esa ventana, que es el libro, usted decida si se une esta filia, a
esta foma particular del voyerismo.
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