>Los conjurados
Ricardo Sigala
Durante el siglo
XX la gran novela latinoamericana desarrolló una rama temática que le daría
fama en todo el mundo porque de muchas maneras reflejaba una de las más
evidentes y, a la vez, vergonzosas características de los gobiernos de América
Latina: me refiero a la Novela de la dictadura o novela del dictador. En ellas
los escritores reflexionaban sobre el tema del caudillismo, el poder y la
tiranía. Algunas veces estos novelistas partieron de personajes históricos y
identificables, como en los casos de Yo
el Supremo, de Augusto Roa Bastos, en torno al doctor Francia de Paraguay,
o La fiesta del chivo que escribiera
el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, basado en la figura de Rafael
Leónidas Trujillo de la República Dominicana. En otras ocasiones los escritores
crearon la figura de un dictador ficticio, aunque basado en diversos personajes
reales, ése fue el caso de El recurso del
método del cubano Alejo Carpentier. Otras famosas novelas de la dictadura
en Latinoamérica son El señor presidente de
Miguel Ángel Asturias y El otoño del
patriarca de Gabriel García Márquez, por ciento ambos también ganadores del
Premio Nobel de Literatura.
La novela de la dictadura mostró de
manera aguda e incisiva las maquinarias del monopilo y el abuso del poder en
nuestros países. La impunidad y las traiciones, el tributo grotesco a la figura
del gobernante, sus frecuentes vícnuclos con los intereses estadounidenses y la
casi abolición de los derechos políticos y ciudadanos.
Extrañamente en nuestro país no se
cultivó la novela de la dictadura. Lo más cercano a ella podría ser Maten al león de Jorge Ibarguengoitia,
en la que se habla de un atentado contra un dictador latinoamericano, hay quien
ha querido incluir en esta categoría Terra
Nostra de Carlos Fuentes, sin embargo, ésta se encuentra alejada del
subgénero que nos ocupa. Quizás lo más cercano a la novela de la dictadura que
tengamos en México es Pedro Páramo de
Juan Rulfo, salvo que que Pedro Páramo no es un tirano de un país, su margen de
acción es la Media luna, cuyo centro es Comala.
¿Será que en México hemos vivido una
democracia impoluta, que ha excluido las relaciones de tiranía entre el pueblo
y sus gobernantes? Mario Vargas Llosa definió el experimento político mexicano
del siglo XX como “La dictadura perfecta”, porque se trataba en el fondo de una
dictadura de partido que estaba disfrazada de democracia, con sus sucesiones
presidenciales derivadas de procesos amañados y muy asociados a la restricción
de los derechos de los ciudadanos. Hoy en día no podríamos hablar de una
dictadura de partido, pero sí de una dictadura de la clase política.
En México no nos encontramos con un
Pinochet o un Videla en la presidencia, de hecho nuestros últimos presidentes
han sido más bien caricaturas: un payaso vestido de ranchero, un borracho que
juega a hacer la guerra, una cara bonita inversamente proporcional a su IQ. Sin
embargo, el verdadero uso y abuso del poder, a la manera de la dictadura, ha
proliferado en pequeños cotos de influencia, un estado, un municipio, un distrito,
incluso una instancia de gobierno, son las verdaderas sedes de nuestros
dictadores: Javier Duarte y Tomás Yarrington son las cabezas visibles de este
fenómeno; pero todos los días suceden actos de atropello a los ciudadanos en
los niveles municipales y distritales, actos abusivos, ilegales, injustificados,
impunes. Somos una suma de pequeños feudos, virreinatos, cotos dominados por
pequeños dictadores, tiranos, de funcionarios autoritarios.
Reflexiono sobre Pedro Páramo de Juan Rulfo y pienso
entonces que esa es nuestra verdadera novela de la dictadura.
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