>Los conjurados
Ricardo Sigala
En 1995 José Saramago publicó “Ensayo
sobre la ceguera”, una novela emblemática de las postrimerías del siglo XX, en
ella imagina una enigmática epidemia de ceguera, en el que un grupo minoritario
y vulnerable, como es el de los ciegos, se convierte en una abrumadora mayoría.
Los ciegos pronto buscan adaptarse a su nueva condición y se organizan primero
para enfrentar las dificultades de una manera por demás solidaria y dan grandes
muestras de humanismo. Sin embargo, un grupo de ciegos se confabula para
hacerse del poder y comienzan a abusar de los ciegos más vulnerables. Asistimos
en la novela a pasajes verdaderamente bajos.
Hace unas cuantas semanas el
periodista mexicano Diego Enrique Osorno publicó el libro “Un vaquero cruza la
frontera en silencio”, se trata de una crónica que narra los avatares de
Gerónimo González, un sordo mudo y tío del autor, que hizo su vida cruzando la
frontera, al principio de forma ilegal, en busca de trabajo y de mejores
oportunidades. El autor muestra un panorama difícil, pero en muchos momentos
alentador, pues nos habla del movimiento por los derechos de los sordos en
Estados Unidos en los años setenta, de la Universidad Gallaudet de Washington,
la única en el mundo exclusiva para sordos, y de las experiencias de Oliver
Sacks al escribir su libro: Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos. Sin
embargo, en la página 83 del libro de Osorno leemos sobre el caso Paoletti, “la
familia de sordos mexicanos de ascendencia italiana que fue detenida y
procesada en julio de 1997 en Nueva York por dirigir una red que se encargaba
de traer sordos mexicanos a Estados Unidos y los ponía a trabajar vendiendo
llaveros en las calles.”. El hecho fue un escándalo en todo el mundo, por
tratarse de un abuso a una minoría en doble desventaja, es decir mexicanos
ilegales y además sordos, pero aún más porque los agresores eran de su misma
condición, también sordos.
En su libro “De animales a dioses”,
Yuval Noah Harari, asegura que hace 100.000 años al menos seis especies de
humanos habitaban la Tierra. Hoy sólo queda una, la nuestra. Y las evidencias
científicas se inclinan a que dicha desaparición fue obra en gran medida de los
homo sapiens. Incluso el autor nos define como el mayor serial killer de la
tierra.
Nos empoderamos como la especie más
influyente de la tierra, pero a costa de la eliminación de otros seres humanos.
Karl Marx definió al hombre como el depredador de sí mismo, y lo dijo con las
siguientes palabras: “el hombre es el lobo del hombre”. La vieja sabiduria
judía se preocupó por esta lucha permanente y fabuló la historia de Abel y
Caín. Jesús condensó su preocupación en el apotegma: “amarás a tu prójimo como
a ti mismo”.
En efecto estas metáforas resultan
inquietantes. ¿Somos acaso una especie de sordos que explotan a otros sordos,
de ciegos que violan a otros ciegos? ¿o somos una especie en pos de la
redención? La historia de la humanidad oscila entre las aguas de ambas orillas,
¿cuál de ellas se desborda ahora mismo? El viejo Bob Dylan asevera que “la
respuesta está en el viento.”
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