A
orilla del océano, un pequeño grupo de amigos íntimos despidieron al escritor
barcelonés Juan Goytisolo, quien vivió exiliado casi toda su vida en París, y a
partir de los años noventa en Marruecos. Su vida está marcada por dos fechas y
dos ciudades: Barcelona (5 de enero de 1931) y Marrakech (4 de junio de 2017);
como también, al igual que su obra, lo fue por la Guerra Civil, en la que
mataron a su madre y, desde entonces, se convirtió en un contrafranquista
consumado y en uno de los escritores cuya rebeldía es ejemplar.
En
una crónica escrita para El País,
Francisco Peregil describe así su sepelio: “Un sol indulgente y cordial recibió
a Juan Goytisolo en el cementerio civil de Larache, frente al océano Atlántico
y muy cerca de su amigo y referente literario Jean Genet. Para cumplir con su
voluntad —Goytisolo no quería ni regresar a España ni ser enterrado en un
cementerio cristiano—, sus amigos lo llevaron en su último viaje hasta esta
ciudad, a media hora desde Tánger —donde le gustaba veranear— y a unas seis
horas desde Marrakech, donde murió en la madrugada del domingo en su cama, a
cinco minutos caminando desde la plaza de la Yemáa el Fnaa. Allí estaban buena
parte de los amigos de París y Marrakech que lo arroparon durante los últimos
años.”
¿Con
la muerte de Juan Goytisolo se extinguen los escritores comprometidos?, le pregunto
al poeta y ensayista tapatío Luis Vicente de Aguinaga —a la hora precisa en la
que cae una tormenta en la ciudad de Guadalajara—, quien convivió con él y
escribió sobre su obra y su persona. De Aguinaga —al otro lado de la línea
telefónica— responde: “No lo creo, siempre ha habido y habrá, a la vuelta del
tiempo, autores comprometidos”, pues es una forma natural de la vida y de la
literatura.
La
Guerra Civil y la muerte de su madre —le digo a Luis Vicente— fueron dos hechos
que dejaron una marca en la obra y vida de Goytisolo: “Sí, de algún modo
—dice—, en sus obras tempranas hay una descripción de la muerte de su madre
durante la Guerra Civil española, que luego aparecerá de nuevo, quizás tres
veces más, en sus libros. Recuerdo una de esas descripciones como una escena
muy conmovedora y vívida”.
Juan
Goytisolo es el escritor e intelectual del exilio, ¿Qué tanto influyó en su
obra haber vivido casi toda su vida en Marrakech?
“Debemos
recordar que su primer exilio no fue en Marruecos, vivió durante largos años en
París y fue hasta los años noventa que Goytisolo decide irse a Marrakech”,
donde sabemos ocurrió su muerte. “África fue muy importante para Juan
Goytisolo, desde antes de que se fuera a vivir a Marruecos, ya aparece como
tema en sus libros, pero fue hasta su estancia definitiva que se volvió parte
de su mundo”.
En
su crónica, Francisco Peregil recoge dos testimonios sustanciales sobre el
narrador y ensayista español: “El pintor Murabiti Mohamed, en representación de
los artistas de Marrakech —escribe Peregil—, comentó: ‘Le echaremos de menos,
pero no sólo en nuestra ciudad, sino en Marruecos. Para los intelectuales de
Marrakech Juan era más que un escritor, era un padre espiritual. No faltaba a
ninguno de nuestros encuentros. Perdimos a uno de los nuestros’”.
Y
el otro: “Desde Marrakech, el pintor Hassan Bourkia recordaba a este diario que
su amigo Juan Goytisolo siempre estuvo al lado de los vencidos, ya fuera en
España, en Bosnia, en Marruecos, en Turquía… ‘Él ha abierto muchas ventanas en
Marruecos hacia la literatura en español y universal’”.
LA MUDA DE LAS FORMAS
En
el año dos mil catorce Luis Vicente de Aguinaga publicó Juan Goytisolo: identidad y saber poético, y es quizás uno de sus
mejores lectores en México; De Aguinaga mantuvo durante varios años una cercana
relación con Goytisolo y es él quien habla sobre la constante muda estilística
del narrador. “La obra de Goytisolo —dice— fue, efectivamente, un morir y
renacer constante; en cada uno de sus libros partía de cero y volvía a comenzar”,
pues cada título suyo se diferencia en las formas, pero “no en sus temáticas,
que se mantuvieron constantes en sus etapas de autor ‘de literatura realista’ y
de uno u otro modo fabuladora”.
“Fue
un autor fragmentario, al que muchas veces es complicado leer, ya que comienza
algunos de sus libros de un modo y al paso de la historia va cambiando de
narrador y a veces uno no sabe bien quien es el que habla, pero al final se
conjunta todo y uno se da cuenta que ese mosaico de imágenes se vuelven una
sola, entonces uno comprende todo”.
“Por
otra parte —continúa De Aguinaga, quien es catedrático en la Departamento de
letras de la Universidad de Guadalajara—, en muchas ocasiones es difícil
explicar a los alumnos que lo que escribe Juan Goytisolo son novelas, narrativa,
porque en casi toda su obra la poesía está presente, y eso confunde”; sabemos
que el escritor barcelonés escribió poemas “pero es una mínima parte de su
trabajo”.
A
Juan Goytisolo en el año dos mil cuatro le otorgaron el Premio de Literatura
Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo y en dos mil catorce el Premio
Cervantes. Universal como fue, el narrador mantuvo una cercanía muy clara con
los autores de Latinoamérica, en donde encontró compañía y amistad.
Parte
de su obra ensayística y narrativa mantiene un fuerte compromiso político,
siempre cercano a las minorías de América, África y España, tierra a la que
nunca quiso volver, “aunque nunca dejó de ser un español, nada típico, pero
nunca alejado del todo. La obra de Cervantes le fue cara, al igual de la obra
de Gaudí”.
Tal
vez esas filias entre Cervantes y Gaudí, de algún modo lo acercan no
exactamente a lo español, sino al mundo mozárabe, coincide Luis Vicente.
¿Con
Goytisolo muere una parte de la literatura española y en castellano?
“No
solamente muere una parte de la literatura española, sino que también parte de
nuestra lengua”.
El
4 de junio, en su perfil de Facebook, Luis Vicente compartió una fotografía
donde aparece casi cubierto por la figura de Juan Goytisolo. De Aguinaga agregó
a la fotografía la siguiente descripción: “En esta era en la que todo el mundo
toma fotos y proliferan las imágenes digitales, apenas conservo una con Juan
Goytisolo. Recuerdo que nos la tomó Mariana Islas en el curso que dio Goytisolo
en uno de los auditorios del CUCSH en 2003. Al final de la sesión, Goytisolo
aceptó responder a las preguntas del público, pero de inmediato se percató de
que no entendía lo que le preguntaban. Por aquellos años, Goytisolo había
perdido en buena medida el sentido del oído y, por añadidura, los micrófonos y
bocinas del auditorio ciertamente no eran magníficos. Entonces me acerqué a
‘soplarle’, repitiéndole de cerca lo que le habían preguntado, y él me impidió
que me alejara en las preguntas posteriores. Yo me quedé ahí, acuclillado a su
diestra, como un apuntador de teatro. Ese día fui, para él, un intérprete
dialectal, una prótesis auditiva y un gadget vagamente tecnológico. Todo junto,
y a mucha honra.”
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