lunes, 26 de junio de 2017

El Pegaso de Dallas




A Brenda y Deana Molina


Si alguna vez el territorio de la ciudad de Dallas, Texas, perteneció al estado de Coahuila, ya sólo queda un mínimo rastro de ello. Su refundación, en todo caso, borró la huella de los primeros pobladores: los indígenas de la tribu Caddo y la de los mexicanos.


Los llamados “pioneros” lograron en un tiempo increíble otorgarle un distintivo muy claro a partir de 1841, cuando John Neely Bryan dispuso las primeras edificaciones, en la tierra donde cruzaba el Río Trinidad formando un vado natural. Allí el personaje pretendió crear un centro financiero y de comercio. Desde el siglo XVI el territorio, como sabemos, perteneció a la Corona Española, como parte del Virreinato de la Nueva España —después de Francia hasta 1819, luego de México. En 1846 la ciudad se anexó a lo que hoy conocemos como Estados Unidos, al unirse al territorio de la República de Texas; en 1850 fue declarada centro del condado de Dallas.

En la actualidad, los mismos vientos que alguna vez corrieron a través de sus primeras calles y refrescaron los rostros de los indígenas, los mexicanos y los “pioneros”, sigue bañando a quienes la habitan y, por consecuencia, la de los viajeros que la recorren de la mañana a la tarde y de la madrugada a la noche.

Entre moderna y conservadora, Dallas mantienen un extraño encanto, muy distinto al ofrecido por Austin, Houston o San Antonio. Florecida de altos edificios modernos, también alberga la arquitectura del Adolphus Hotel, ubicado en la calle Commerce, en la manzana completada por Main, Akard y Field, a unos pasos de Pegasus Plaza, cuya efigie es símbolo de la ciudad y de Mobil Oil.



NUEVAS FUNDACIONES


A la entrada del Old Red Museum, se abren las alas de un Pegaso de neón —en rojo y amarillo—, idéntico al que hemos visto en las tiendas donde se venden aceites para auto; su vuelo nos lleva simbólicamente a la historia de la fundación de Dallas, y su descripción nos revela las formas y propósitos de la aparición de sus fundadores.

            De impresionante arquitectura, el edificio ya en sí nos deslumbra, fue construido en 1892 y albergó a la Corte de la Ciudad. Cada una de las salas nos lleva de la prehistoria hasta al presente. Parecería que no es necesario salir del recinto para ver las calles, pero es una ilusión. Lo cierto es que una lectura clara de las líneas históricas abre la posibilidad de saber sobre la forma en que fueron concebidas las ciudades instauradas por los “pioneros”.

            Ni un detalle faltó. Ni una sola persona. Ni un oficiante. Ni mucho menos los ricos mercaderes y los potentados para que aquí una oficina, un banco, una sombrerería, una sastrería, la botica o el taller del dentista, los negros trabajadores y los burdeles. Nada. Trazada en líneas paralelas, Dallas mantiene todavía la planeación de su Downtown original. Son pocas las calles que lo conforman y otorgan una cuadriculada geometría bien calculada. Como casi todas las ciudades gringas, las calles están hechas para el tránsito de los autos y para caminar, no hay transporte eficaz más allá de un perímetro, pero como si se tratara de un pueblo del viejo Oeste, bárbaro y a la vez próspero, por cada una de las calles y avenidas circula la gente. Hay texanos, hispanos y negros; sobre todo hay gente negra. Se les mira y parecería que en algún tiempo (y en este), no hubieran sido perseguidos. Son dueños de las calles y el Ku klux klan solamente se exhibe a manera de amenaza en una vitrina del museo. La convivencia humana parece feliz: la comida típica es la barbacoa mexicana y la música esencial es el Tex-mex, la fuerza que ha elevado a esta ciudad es el dinero, las grandes empresas trasnacionales, el Money y otra vez el Money. En Dallas uno piensa cuando camina por sus avenidas que todo eso ya estaba allí, y no imagina los negocios y las inversiones que de la mañana a la noche se fraguan en cada una de sus oficinas. Se olvida que allí lo mismo se invierte en el arte, el petróleo y los destinos de los países pobres. Los negros que hacen de esta ciudad un pueblo lleno de blues con un festival cada primavera (aquí vivió Ray Charles), y los mexicanos que son también fundadores de esta extraordinaria ciudad, poco o casi nada gozan de sus dividendos económicos. Los negros fueron perseguidos y para hacer cine para su raza, tuvieron que ocultarse en las oscuridades de un teatro apenas descubierto, y denominado por su relevancia como el Harlemwood, donde se filmaron miles de musicales.

            De todo se fragua en Dallas, hasta la muerte de un presidente. A seis cuadras del Crown Plaza, donde concibo estas líneas en una habitación del sexto piso, desde lo que hoy es un museo (y antes fue el Almacén de Libros Escolares de Texas, en las calles Elm y Houston, frente a Dealey-plaza), en su viaje a la reelección fue asesinado John F. Kennedy. Su muerte se fraguó en esta ciudad, se llevó a cabo en esta ciudad. Y las cruces precisas se hallan en las calles pintadas de rojo sangre… Es la madrugada y miramos la neblina bajar y subir por los espléndidos edificios iluminados de Dallas, ciudad fundada para ser el centro de todo.


            Con imaginación y dinero se puede crear, pero también perseguir, desaparecer una y millones de vidas...

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