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viernes, 5 de mayo de 2017

Ruta Nueva Imperial




Masao Yanome Vargas


Jueves 4 de abril 2013
Crónica no. 3

No sé a qué hora me levanté, pero caminé por Santiago un rato, después fui al restaurante de comida peruana de Mayte, platiqué con ella y su hijo. Luego me dejaron solo para tomarme un café. En frente de mí, estaba una pareja de un hombre y una mujer, que aparentaban ser expareja sentimental. Eran jóvenes. Su plática giraba en torno a cómo los dos eran capaces de manipular sus sueños, ellos lo llamaba “sueños inducidos” algo así como la psicomagia, se me hizo muy arrogante – pero seguí escuchando. Eran presumidos, hablaban despiertos de lo que podían lograr hacer dormidos. Claro, lo difícil no es soñar, lo difícil es hacerlo realidad.
Mi enojo era por la mujer, acaso ¿ella querría estar con un hombre tan tonto como él? Estoy seguro que ella estaba aburrida y triste. Por cuestiones del destino no nos conocimos, pero creo que era una buena persona.


A la puerta del restaurante llegó un hombre con una mochila, Mayte le hizo una señal para que pasara hasta el fondo del restaurante, el hombre sospechosamente abrió su mochila, yo estaba seguro que vendía droga, me sorprendió que me equivocara, aquel hombre vendía “películas piratas”, solo que en este país, la piratería no es pan de cada día.

Me despedí de Mayte, tomé un taxi y me fui de ahí. Y en ese momento iniciaba mi salida de Santiago a la Araucanía.

Ese mismo día comenzaba el Lolapaluza en Chile, decidí no ir.
Viajé toda la noche en bus hacia la región de La Araucania, directo hasta la Nueva Imperial, me esperaban setecientos seis kilómetros y un amigo que conocer: Victor Nain.





EL ABORDAJE A LA CALLE PRAT
Crónica no. 4
Viernes 5 de abril 2013

Llegué a las seis de la madrugada, no había luz del sol y estaba lloviendo. El bus de pasajeros me dejó en la plaza principal de la Nueva Imperial. Le marqué a un amigo que me esperaba conocer en ese pueblo y no contestó. Deambulé por varias calles del pueblo hasta llegar a la casa de un señor, que me dijeron que ofrecía hospedaje. Abrió la puerta en calzoncillos – me imagino que era muy cual temprano para la llegada de un huésped –. Con su mano me indico cal sería mi cuarto. Entré y era un cuarto increíble que tenía una ventana hacia la calle Prat. Comenzaba a salir el sol desde lo más alto de esta calle.


Me metí al baño a ducharme, abrí la llave del agua y me di cuenta que era la primera ducha con agua caliente que tomaba. Comencé a sentir una extraña nostalgia a los ruidos que me había acostumbrado de las pocas noches en Santiago. En realidad, no sé qué estaba pasando por mi cabeza. En ese momento llegó a la puerta de la casa Nain. El amigo que había contactado y me recibiría en el pueblo. Salí, lo saludé, era la primera vez que nos conocíamos, fue raro sentir que éramos amigos, pero no nos conocíamos. Caminamos por la Nueva Imperial, cruzamos el rio Cholchol por un puente, nos paramos a un lado del borde del río y platicamos sobre la historia del pueblo. Caminamos de regreso y pasamos por afuera de un colegio religioso, que en uno de sus muros decía escrito con aerosol negro “dios no tiene religión” eso me llamó la atención. Ahora que lo pienso, Dios tampoco tiene redes sociales.

Después de caminar teníamos hambre, fuimos a un comedor donde todo era de madera y olía a las piñas de pino rostizada para calefaccionar el lugar por dentro. Comimos carne que me dijeron que era de caballo junto con un puré de papa maravilloso, hasta ahora era lo mejor que había probado en todo el viaje. Salimos satisfechos de ahí, seguimos caminando y saludamos a Carlos – su amigo-. Nain me presentó a su familia, a su amigo José, Daniel (Chamán) y Fabián; un carnicero de gran carácter, era el más adulto de todos los demás. Más tarde todos caminabamos a las afueras del pueblo, al “chancera” de Fabián. En este momento comenzó a llover, era rico; el frio, la humendad, el olor a leña, y el campo. Fue la primera vez que escuché la alarma del cuerpo de bomberos, claro, me alrmé, no sabía lo que estaba pasando. Todo bien, me dijeron y asumí que todo era normal. Platicamos más de lo que bebimos, el vino y la cerveza sólo fue un pretexto para convivir. Ellos eran buenas personas.

PRIMER INTENTO DE HUÍDA

Crónica no.5
Sábado 6 de abril

Desperté en la casa de la calle Prat, la resaca me recibía como bienvenida al día, me bañé y salí con la mochila puesta con la intención de llegar a Puerto Saavedra “haciendo dedo” como ellos dicen. Visité la casa-taller de Chamán, donde trabaja platería tradicional mapuche (Retxan). Chamán me presentó a un amigo enorme de barba gigante, y juntos fuimos a la carnicería de Fabián, pidieron cordero y otras carnes más para cocinar “cazuela”. Fuimos a comprar papas cerca de una avenida. Me sorprendieron dos cosas: un hombre que dormía borracho en la cera de la calle –al medio día-  y la cantidad de papas que compramos, en mi país no comemos tanta papa, quizá porque no es tan rica. Yo cargué el medio costal de papas que compramos. Me ofrecí a lavar y pelar las papas – tarea que creí sencilla – pero terminaron ayudándome, yo no era tan ágil como ellos para usar el cuchillo. Chamán hizo la “cazuela”, y colocó una botella de vino junto a las brasas de la leña, y constantemente la tocaba para determinar la temperatura adecuada para abrirla y beber.

Lo interesante de la comida que preparan, era tomar un trozo de carne de la hoya, morderlo. Morder papa cocida y beber vino mientras escuchábamos una cobertura en la radio del Lollapaluza, en un radio que colgaba del tendedero, mistras sonabala canción “Little Talks” de Of Monster and Men, era el menu de esa tarde.

Más tarde fuimos a la Feria de la “chicha”, bebimos alguos vasos de cerveza artesanal en la Cervecería Bullbier, compartí un poco de Ponche de Granada de los “Arreolas” de pueblo de mi país. A La gente les gustó tanto que quería comprarme, pero yo tenía más que una botella nada más y solo pudimos compartir un poco, realmente les encantó.

Volvimos a casa de Chamán, bebimos un Tequila en honor a mi país, y ahí acabó la conversación de todo el día. El hombre enorme de la barba gigante ya dormía sentado. Carlos y yo caminamos de noche. Un tipo de aspecto raro me trató de abordar como para hacerme una broma. Yo no entendía, pero Carlos me dijo que lo ignorara, que era como un “loco”, pero pacífico. En realidad, me dio un poco de miedo, porque no sabía cómo actuar con él o contra él. Carlos me platicó su perspectiva del concepto de la palabra vida. Carlos es una persona que ama sembrar en el patio de su casa, de lo que cosecha comen algunas veces. Volví al cuarto de la casa en calle Prat, satisfecho de beber, ordenadamente preparé mi habitación y dormí como un ángel.


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