>Los conjurados
Ricardo Sigala
La obra de Juan Rulfo es un
caleidoscopio inagotable. Es el autor mexicano que más se ha sido estudiado en
el mundo. Sus libros han sido abordados desde la más diversas ópticas: desde
los estudios literarios, hasta los enfoques socio-históricos, pasando por el
psicoanláisis, el maxismo y los estudios de género. Sus tópicos oscilan entre
las relaciones padres e hijos, el amor y el desamor, la injusticia, la
desigualdad, la decadencia económica y moral, el desencanto y la desperanza;
sin embargo, su tema dominante es la muerte. La muerte como un asunto
trascendental y cotidiano a la vez; la muerte como proceso natural y la
resistencia de las almas en pena a conformarse con su destino; la muerte como
una vuelta al origen, pero especialmente se refriere a la muerte asociada a la
violencia.
Pedro Páramo, el protagonista de su
novela homónima, es definido como “un rencor vivo”; por su voluntad, Comala y
su gente entran en un proceso de decadencia en donde todos los personajes
terminan muertos, quizás sin saberlo, quizás sabiendo, pero no aceptándolo. La
naturaleza misma en Comala está muerta, es un páramo de aridez que funciona
como una analogía de sus habitantes. De hecho, el mismo Pedro Páramo, en el
momento de su muerte, se desmorona como una montón de piedras.
Con
motivo del centenario del nacimiento Juan Rulfo se han realizado múltiples
actividades en todo el mundo. Se han hecho declaraciones y debates en torno a
su vida y obra. Algunas de gran importancia, otras francamente intrascendentes,
algunas de interés específico de especialistas y otras de carácter personal. Yo
por mi parte estoy convencido de que el valor principal de El llano en llamas y
Pedro Páramo consiste en su capacidad de hablarnos a nosotros sobre nosotros
mismos. Esas breves y profundas páginas de ficción no buscan ostentar su
carácter imaginativo o técnico, lo que en verdad quieren es penetrar en nuestra
más interna condición, explorar en las capas más primitivas de nuestros
comportamientos y evidenciarlos de manera no conceptual sino como un sucedáneo
de nuestra experiencia. La obra de Rulfo nos afecta de manera tan poderosa
porque no nos enfrenta a una realidad ajena, sino porque nos pone ante un
espejo que nos evidencia.
La
violencia, la muerte, el enfermizo ejercicio del poder, la manipulación de las
conciencias, la injusticia y la impunidad están presentes en las páginas de
Rulfo, pero desgraciadamente también están en nuestra vida cotidiana. Pareciera
que el escritor jalisciense, desde su vigorosa imaginación nos insistiera en
que no nos perdamos de vista a nosotros mismos, que, aun leyendo obras de
ficción, tenemos el deber de no dejar de mirarnos, de no aceptar la violencia
como forma natural de la existencia.
Quizás
un verdadero homenaje a Rulfo sea reaccionar ante la violencia y la muerte
cotidiana. Ante la de los miles que han sido víctimas en este tan joven pero
tan sangriento siglo. A los miles que no deberían ser expresados en cifras sino
vidas cuya ausencia se traduce en huérfanos, en familias cercenadas, en futuros
truncados. Especialmente debemos levantar la voz por aquellos que trabajan para
informarnos, en investigar para que nuestras vidas sean mejores, tal es el caso
del escritor y periodista Francisco Váldez Cárdenas, asesinado en Sinaloa la
semana pasada, quien por cierto hace unos años estuvo en el CUSur, y que ha
dejado un legado imprescindible para la comprensión del fenómeno del
narcotráfico en nuestro país.
Rulfo
hizo un retrato literario del México de la primera mitad del siglo XX, ese
retrato se extiende hasta nuestros días.
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