Si encuentras algo de gratitud en
tu vida podrás disfrutar de lo simple…
Jeannette Núñez Catalán
La
poeta y narradora chilena Jeannette Núñez Catalán, no hace mucho me confió una
novela inédita para que yo escribiera un prólogo; de la lectura de sus
Desvanecidas nació una bella amistad que a lo largo del tiempo ha madurado; de
la lectura surgió el siguiente ensayo que entrego a los lectores.
* * *
Nos
hemos conformado con escuchar, en las propias voces femeninas, historias
contadas desde un punto de vista masculino, es decir, las narradoras han tenido
que describir sus experiencias —o las historias de las otras mujeres— con ese
toque rudo que exigen los varones para ser tomadas en cuenta en la nómina de
las “mejores voces”; o bien la mujer misma ha tenido que convertirse en
“feminista”, y de ese modo tener un espacio en las letras hispanoamericanas para
lograr revelar en letras las experiencias vitales que corresponden al ser
femenino —so pena de ser criticadas de dulces o cursis. Ello ha impedido
entonces que logremos, como lectores, descubrir a fondo el pensamiento de la
mujer y nuestras literaturas han logrado borrar, en muchos casos, la voz
femenina y abierto solamente la posibilidad de escuchar solamente aquellas
narraciones “fuertes”, como si no fuera importante saber lo que ellas son y su
modo particular de ver el mundo.
Rosario Ferrer nos ha dicho en un
escrito que “a lo largo del tiempo, las mujeres narradoras han escrito por
múltiples razones” y logra una pequeña lista: Emily Brontë “escribió para
demostrar la naturaleza revolucionaria de la pasión”; Virginia Woolf “para
exorcizar su terror a la locura y a la muerte”; Joan Didion “escribe para
descubrir lo que piensa y cómo piensa”; Clarisse Lispector “descubre en su
escritura una razón para amar y ser amada”.
La
propia Ferrer afirma que para ella “escribir es una voluntad a la vez constructiva
y destructiva; una posibilidad de crecimiento y de cambio. Escribo para
edificarme palabra a palabra; para disipar mi terror a la inexistencia, como
rostro humano que había…”.
No
obstante, con frecuencia la legítima voz femenina sigue sin llegar a nuestros
oídos de manera diáfana, legítima y, sobre todo, desde el fondo: colmada de
delicadezas y confesiones que sean en verdad propias y nos enseñen de manera
real lo que cualquier mujer es sin tapujos ni banderas de ningún tipo,
solamente descritas como en la vida real las encontramos y no ficticias o
construidas desde y para la literatura.
Ya
recordamos la historia de Amandine Aurore Lucile Dupin, quien tuvo que
desdoblarse en George Sand, para lograr ser aceptada en la sociedad parisina y
disfrazarse de hombre para lograr caminar libremente por la ciudad después de
su divorcio y para poder tener acceso a espacios donde nuca hubiera sido
aceptada por su condición de mujer. Esa práctica sigue manteniendo su
actualidad, pues muchas de las mejores narradoras han tenido, si no vestirse de
varones, sí mostrarse tan “fuertes” y “rudas” como ellos para tener cabida no
solamente entre la sociedad masculina de escritores, sino incluso entre los
lectores que aceptan solamente a las mujeres que hablan en tonos impostados y
narran historias como si fueran hombres.
No es
el caso, por fortuna, de la poeta y narradora Jeannette Núñez Catalán, quien ha
asumido con valor su posición, condición y delicadeza femenina para contar la
historia de Celia (y de otras mujeres) en Desvanecidas, que resulta una toma de
conciencia su lectura, y nos pone en situación ejemplar su capacidad narrativa
para no únicamente descubrirnos por enésima vez a la mujer (de Chile, de Europa
o de México), sino a esa de nombre Celia que conforme uno va conociendo su
vida, se reconoce uno en ella no como mujer, es claro en mi caso, pero sí como
persona que ha sido formada por seres femeninos y no ha encontrado los hilos de
sus historias. Después de leer la novela
se vuelve imperiosa la necesidad de reencontrase con ellas y, en todo caso —y
por inevitable lo digo— el querer de nuevo indagar en nuestra parte femenina
que la hay y se nos ha olvidado para emplearla en nuestro provecho y fortaleza
en cada acción masculina que realizamos.
Desvanecidas,
es una novela que nos toca, nos dobla, nos conmueve y ennoblece el corazón,
pues logra con enorme efectividad narrativa hacer que no solamente Celia (la
protagonista, y quizás el alter ego de Jeannette Núñez Catalán), si no todas
las mujeres se levantan y se nos aparecen —después de la lectura— en cada calle
de la ciudad. Se tornan reales, porque lo son. Pierden su desvanecimiento en
nosotros ya que —dolorosa— la realidad se vuelve más real aun cuando el
empañamiento histórico nos ha cegado y porque vuelven a tener nombres esas
mujeres vitales por ciertas.
A veces
creo mirar a Celia en los caminos: habla, se mueve, ríe —quizás algunas veces
llora, no lo puedo afirmar…
* * *
Desde
ahora yo creo conocer en persona a Jeannette Núñez Catalán, pues —explico—: nuestra
amistad se debe al azar y a las certezas, a las distancias y al rigor de la
sinceridad descrita con fidelidad a través de las redes sociales (que algo
tienen de bueno): yo vivo en Tonalá, y ella en Valparaíso (Chile); desde ese
lugar del mundo me envía cotidianamente sus poemas, sus breves relatos y desde
allá me gané su confianza para, en seguida, tener en mis manos su novela, donde
la he visto —la veo— lo mismo que a su abuela, su madre, a su hija y todas las
mujeres “relacionadas pero seres individuales…ya sin culpas, ya libres”. Es una
gran expiación Desvanecidas, todo se debe a la sinceridad de Jeannette Núñez
Catalán, quien es poeta y narradora sin par y una poeta y lectora. Lo hace bien
en cualquier género.
Jeannette
Núñez Catalán es escritura, es poesía porque para ella escribir “es
reencontrase con los mundos, sanar el alma” —como ella lo ha dicho.
La
escritura hace a Jeannette no del todo desvanecida —lo mismo les ocurre a las
mujeres en su novela—, si no cierta, real, estimulante.
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